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El filósofo, la feminista, Epicuro y el Tao

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por Julieta Manterola

El utilitarismo tiene un nombre muy malo pero, a mi juicio, es una teoría muy buena. La teoría utilitarista tiene un único principio: “la mayor felicidad para el mayor número”. Precisamente en el libro titulado El utilitarismo, John Stuart Mill afirma: “El credo que acepta como fundamento de la moral la Utilidad, o el Principio de la mayor Felicidad, mantiene que las acciones son correctas en la medida en que tienden a promover la felicidad, incorrectas en cuanto tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad, el dolor y la falta de placer”. Así, para el utilitarismo, un acto es moralmente correcto cuando maximiza la felicidad general. De todas las alternativas de acción posibles en un momento dado, el utilitarismo nos dice que debemos realizar aquella alternativa que generará más felicidad (o menos infelicidad) en el mundo. (Al menos esto es lo que diría el utilitarismo que se llama “de acto”. El utilitarismo “de regla” diría otra cosa, pero no es mi intención explicarlo ahora.) Pongamos un ejemplo: para el utilitarismo, yo debería donar todo el dinero que me sobra luego de cubrir mis necesidades básicas. El dinero que me gasto dándome gustos y comprándome cosas que (estrictamente) no necesito maximizaría mucho más la felicidad general si fuera gastado en comida y abrigo para gente cuyas necesidades básicas permanecen insatisfechas. Así que, para el utilitarismo, mi obligación moral es donar un porcentaje de mis ingresos mensuales a aquellos que lo necesitan más que yo.

Sin embargo, ya en la época de Mill, algunos objetores de la teoría utilitarista decían que “la felicidad no puede constituir […] el fin racional de la vida y la acción humana […] porque es inalcanzable”. (Continúa en el blog Un Largo: clickear acá)

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