por Oscar Cuervo
Hace pocos días el bloguero Abel Fernández en su muy interesante blog, escribió:
“Me parece que vuelve a ser muy audible, entre los que “adversan”, como vos decís, la minoría intensa anti K.
“Nunca desapareció, evidentemente. Pero, te repito, mi impresión es que en los últimos meses ha vuelto a ser… muy intensa.
“No estoy hablando de los intereses que se oponen a las políticas del gobierno. Ahí, como decía el gran adversario de la Familia Corleone, Don Barzini “nothing personal, just business”. Ni tampoco de los políticos opositores.
“Pienso en el sector social tradicionalmente antikirchnerista. Y antiperonista. Lo noto más enconado“.
El desorbitado encono contra Cristina es algo evidente en ciertos sectores. Y en algunos comunicadores que, curiosamente, fueron derrotados políticamente en octubre pasado, pero que en lugar de revisar los supuestos que los llevaron a esta estruendosa derrota, los ahondaron. Es una derrota política no porque alguien no tenga todo el derecho de sostener una posición antimayoritaria. Los Lanata, Viau, Nelson Castro, y otros casos así fueron efectivamente derrotados porque pusieron toda la carne en el asador para desacreditar, difamar, desear la derrota de Cristina, burlarse de sus adherentes, sembrar canallescas sospechas sobre los motivos de la adhesión. Todas sus tesis quedaron tambaleantes ante el gran apoyo que Cristina logró en octubre. Y la derrota es política porque estos tipos ocuparon el lugar vacante de una oposición desdibujada, que frecuentemente se dejó marcar la agenda por los editoriales de los grandes diarios de la derecha. Los comunicadores enconados ocuparon ese lugar vacante y lograron que un sector importante de la población (importante pero derrotado en las urnas) los tomara como referentes, a falta de candidatos que pudieran entusiasmarlos. Opositores dignos de entusiasmo sigue sin haber, pero llamativamente, los voceros derrotados políticamente no revisaron su libreto después del triunfo de Cristina. Al contrario, lo extremaron. ¿Qué les hace pensar que el libreto con el que fueron sonoramente derrotados podría llevarlos ahora a otro lugar que a más derrotas? ¿O es que solo basan su política en esperar que Cristina cometa errores graves? ¿Puede una política basarse en esperar que el adversario se equivoque?
Yo por primera vez en mi vida puedo entender la histórica persistencia del antiperonismo. ¿Cómo puede ser que haya habido durante décadas una identidad política tan fuerte que sólo se define por su “anti”? Me deja perplejo esa falta de definición por la positiva. ¿Quién lideraba políticamente el antiperonismo? ¿Aramburu? ¿Rojas? ¿Los radicales? ¿El socialismo democrático? Nahhhh… No lo lideraba nadie: o mejor dicho: lo lideraba Perón, pero negativamente: era un vasto colectivo social que se regía por abominar todo lo que hiciera Perón y todo lo que fueran los peronistas. A falta de una conducción política, el antiperonismo produjo emergentes culturales. Uno puede recordar el “Viva el cáncer”, las estatuas de Evita (mi mamá me cuenta que los gorlias arrancaban los bustos de Evita de sus pedestales y las arrastraban por cuadras y cuadras), el secuestro del cadáver de Evita que solo logró mantener viva la presencia de “esa mujer” en el pueblo argentino, las burlas despiadadas de Borges y Bioy Casares, que pueden leerse en el diario de Bioy y que reflejarían el ánimo de toda una clase social… Esa energía política reactiva (porque se regía por idénticas dosis de odio, miedo y asco a un sector social mayoritario) definió que el antiperonismo se mantuviera como un bloque muy poderoso y, sin embargo, incapaz de generar un liderazgo político alternativo. Los antiperonistas se definieron en relación a Perón y al peronismo, contra él y ellos. Así les fue.
Yo no viví esa época, pero por, supuesto, viendo el tipo de impotencia política que late en las expresiones de odio anti-k, me puedo imaginar una continuidad. Estamos en una época intensamente kirchnerista y uno de sus principales síntomas es el odio antikirchnerista: desde un Lanata hasta un Quintín, desde la Carrió hasta Caparrós, desde Susana Viau hasta Huilli Raffo, el odio se acrecienta en la medida en que Néstor y Cristina (y creo que Cristina mucho más que Néstor) se transforman para ellos en una obsesión morbosa. Casi una fascinación, no pueden sustraerse de mirar cada discurso de Cristina para encontrar nuevos motivos para odiarla. Y creo que el odio se acrecienta en la medida en que Cristina acierta, tiene éxito,toma decisiones correctas y triunfa en la esfera decisiva del apoyo popular. Cuanto más acierte y cuanto más apoyo obtenga, no esperemos que estos anti-K moderen su odio, porque el efecto es contrario: lo aumentan. Me parece que estos son más kirchneristas que los kirchneristas como yo, porque ponen un monto de libido tan fuerte en odiarla que si no la tuvieran ahí sus personalidades se desestructurarían.
No sé dónde buscar el fundamento de este extraño fenómeno, pero hay una prueba: están tan capturados por el odio a Cristina que no pueden consolidar un liderazgo que los contenga. Ahora están obsesionados con la re-reelección y en su alarma puede notarse que no se detuvieron a pensar que en estos 4 años tienen que parir un proyecto alternativo, construir un liderazgo. No. Su pesadilla es figurarse que en 2015 tampoco tendrán a nadie y que Cristina, después de 12 años de gobierno kirchnerista, les va a volver a ganar fácilmente.
Creo que este fenómeno (particularmente intenso en la pequeño burguesía ilustrada) se nutre de tradiciones culturales más que de intereses económicos. Probablemente con cualquier otro gobierno esta pequeño-burguesía estaría peor, pero solo cuando vieran a Cristina derrocada o muerta (como fantaseaba Lilita hace años) saciarían su sed.
Mientras tanto, el factor decisivo de los triunfos políticos se encuentra en los millones que votan con un criterio más aplacado y sensato: votamos a Cristina porque estamos más o menos bien y con cualquier otro estaríamos bastante peor. Mientras los antiK no capten este dato tan sencillo, seguirán cociendose en su propia salsa.