1) No somos inocentes. Cuando nos sentamos frente a un film, son dos las posibilidades: tiene nuestra aprobación desde el principio y lo que suceda después puede desacreditarla y mandarla al panteón de las malas, o por el contrario, es mala a priori y abrimos la puerta a que nos sorprenda gratamente. En el caso de El Lobo de Wall Street estaba, déjenme decir esta palabra, manija.
2) Esta película de Scorsese se asume como una película fiestera, desmesurada, excesiva. No sólo porque sus personajes viven al límite –se drogan con todas las sustancias conocidas, ganan obscenas cantidades de dinero ilegalmente, cogen con quien se les ocurre e incluso pueden pajearse en cualquier lado- sino que la puesta en escena parece avalar todo eso. Acá
http://ojosabiertos.otroscines.com/de-ratas-y-lobos/ se discute sobre la distancia (brechteana o no) que tiene la película con el pedacito de mundo que elige exponer: Scorsese no es inocente. Ya sabemos gracias a
Taxi Driver que puede separarse de sus personajes y tener una mirada crítica, puede dejar de lado la moralina y observar. Pero pareciera que en este film está fascinado por Jordan Belfort y todos sus ideales.
Entonces, si sumamos: película identificada con su protagonista + protagonista enamorado del sistema de “producción” en el que vive, la lógica indicaría que El Lobo de Wall Street está condenada a la apología del capitalismo. Pero no es así.
3) El pulso narrativo que tiene este film no es casual. Podría decirse, incluso, que es una narración capitalista. El protagonista, si bien millonario gracias a su lógica, es preso del american dream: una vez alcanzado el éxito, cambia a su primera esposa, cambia su ropa y su casa. No se preocupa, en ese juego con el espectador, de que entendamos nada de lo que hace en el sistema financiero, y simplemente describe lo que consiguió y las anécdotas cotidianas que eso trajo. No se avergüenza de su ostentación e incluso incita a que todos sigan su ejemplo. Jordan Belfort (y Scorsese) sabe muy bien que todo eso es una gran farsa –un fugazi-, simplemente vieron la grieta y la aprovecharon. Y el blindaje emocional necesario ante lo obsceno de su lujo –el lujo es vulgaridad, lo dijo mejor Adrián Caetano que el Indio Solari- es la levedad (de la narración y de sus personajes). Entonces así se explican los guiños a cámara, los ralentis, los engaños al espectador (como el de las drogas vencidas y el auto destrozado), y una batería de recursos que el narrador utiliza a lo largo del film. Como la visión estadounidense del mundo no se pregunta (porque no quiere, porque no le conviene) por el capitalismo, por las causas o las consecuencias, y no ve totalidades, sino fragmentos disconexos y sin mucho sentido, esta película tampoco. Los hechos suceden simplemente sin ningún tipo de juicio y a una velocidad disparatada: eso de alguna manera es lo que hace que las tres horas del film no parezcan tales.
4) No hay diferencias, en cuánto al régimen estético, entre éste film y Spring Breakers, de Harmony Korine. Desmesuradas en su temática, llevan hasta el extremo el destino de sus personajes y los fuerzan a situaciones límite que a priori ellos no esperaban pero que el espectador ya se imagina como inevitables. Si bien la película de las chicas Disney es un poco más moralista, casi aleccionadora, ambas ponen en tensión lo absurdo de la situación, y dejan ver, al fondo, qué es lo que las sostiene: en un caso la industria del entretenimiento y el narcotráfico y en otra, el sistema como tal y las esperanzas de la gente en él.
5) El filósofo alemán Martin Heidegger, quizás en su conferencia más reconocida, publicada bajo el título de
Serenidad, distingue dos tipos de pensamiento, el meditativo y el calculador.
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