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Mateo solo bien se lame

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La soledad de Mateo no fue la de una víctima de las circunstancias, sino la de un artista resuelto a ser fiel a su visión, al que le importa poco la incomprensión de críticos y público. En los años 70 y 80 le asestó sucesivos golpes al conformismo de la música popular haciendo una música cada vez más libre y osada: y por eso mismo cada vez más hermosa: Mateo solo bien se lame (1972), Mateo y Trasante (1976), Cuerpo y alma (1984) y Mateo y Cabrera (1987) son discos en los que Mateo no descansa sobre su prestigio de pionero del candombe beat, sino que sigue explorando cada vez con mayor decisión. Hasta sus fans incondicionales vacilaron.

Jaime Ross, quizá el más famoso de los discípulos de Mateo: “Año 72, estábamos al borde de la dictadura, en plena guerra civil. Yo escuché a íntimos amigos decir que Mateo solo bien se lame tenía buena música, pero las letras eran una porquería y una estupidez, ya que no hablaban de lo que tenían que hablar. Se lo despreciaba: era «un divagante», siempre se lo tuvo un poco bajo un signo de desconfianza”.



Quién te viera
pensar mientras
sola llevas sombras del jazmín
sobre tu cabeza
quien pudiera
ser la pena
que entre el agua descansa en tus ojos
triste luna llena
Si supieras
Un día serás de verdad y habrá quien me quiera

No es que Mateo sea un extraordinario letrista a la manera de, digamos, un Bob Dylan. Sus letras escuetas y a menudo desconcertantes son, en todo caso, uno de los precisos componentes de su arte refinado. El es un tejedor de canciones, de una economía franciscana, ajeno al efectismo y a la ostentación. Su oficio se apoya en estos pilares:

1) Su mano izquierda arma en la guitarra secuencias de acordes inhabituales, renuentes a un sentimentalismo fácil.

2) Su mano derecha ejecuta ritmos de acentuación irregular, meta-ritmos, que combinan o insinúan la milonga, la batida bossanovista, las tablas hindúes, la taquicardia o su propia tartamudez.

3) Cuando canta, Mateo se anima cada vez más a liberar sus propias inflexiones, su extraña pronunciación, y hace de ello una forma musical. (Hay que oir la delicadeza con la que se apropia de Blackbird de Mc Cartney: está en el CD El tartamudo, una especie de anthology editado en el 2000).

Es evidente que Mateo existe bajo el paradigma del extraordinario Joao Gilberto, pero eso no significa que reproduzca su estilo. Más bien se trata de que, escuchando a Gilberto, así como también escuchando a los Beatles (a los que nunca imitó, como sí lo hicieron los talentosos Shakers) Mateo se permitió liberar su propia musicalidad.

Cuando Jaime Ross escucha en 1976 Mateo y Trasante, le pasa algo parecido a lo que le había pasado a Pippo al oir su canción:“Mateo y Trasante fue un disco que la primera vez que lo escuché me hizo reir, me pareció muy malo. La segunda vez que lo vi me produjocomo un shock, dije: «Epa, lo tengo que oir nuevamente». Y cuando lo escuché por tercera vez –yo siendo incluso un fanático de Mateo, necesité escucharlo tres veces- bueno, me pareció que me encontraba delante de una música realmente superior.

(Fragmento de la nota "Eduardo Mateo: tejedor de canciones", aparecida en el blog Un Largo. Para leerla completa, clickear acá)

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