Política y relato
Tengo un gran respeto por Horacio González, por su integridad cívica, pero sobre todo por la delicadeza de su pensamiento, su predisposición a abrirse a la escucha, al encuentro con las palabras. Su manera de ligar historia, lengua y política, su apertura a una dimensión artística de la política que no es estética, sino poética -en tanto trabajo de la lengua consigo misma. Me gusta que abra todas las cuestiones con que su pensamiento se va topando. No es su forma de hablar pensando lo que la era de twitter recibirá con respeto, porque twitter se mueve en el elemento del desprecio: desprecio por la palabra, por los párrafos, las subordinadas, los modos verbales: la era de twitter desprecia ese despliegue y privilegia llegar por un atajo al lugar del desprecio. González, en este interesantísimo discurso en Carta Abierta del sábado último -donde liga el momento que vive Venezuela con el que vivimos acá-, convoca a no caer en el desprecio.
Creo que vale la pena escuchar este discurso por lo que dice, y porque lo dijo un día antes de que saliera la nefasta nota de Fontevecchia en Perfil, una catástrofe periodística y un desperdicio humano. González aceptó el convite para una escena que no podía sino terminar mal, porque Fontevecchia es una lacra del periodismo argentino y Perfil es un producto bochornoso de punta a punta. Y porque la interlocutora escogida para Horacio, Beatriz Sarlo, es un personaje mezquino que se ceba en la perfidia.
González acepta participar en escenarios adversos, pero hay adversidades y adversidades. Un escenario que monta Fontevecchia, con su complejo de inferioridad intelectual y su necesidad de blanquear un pasado y un presente sucios, no es simplemente adverso sino además nocivo: solo se puede habitar en Perfil con la indignidad de Tomás Abraham, la brutalidad soez de Guillermo Raffo o la perfidia de Sarlo. Pero González cree que puede entrar en esa adversidad y salir indemne. La nota de ayer es tan vergonzosa que quizá lo ayude a meditar mejor la conveniencia de evitar escenarios así.
Creo que González va a esos lugares por cierta ingenuidad, por la necesidad de romper un cerco y también porque el kirchnerismo no sabe aprovechar su valor. El pensamiento de González necesita un espacio a su medida y su medida no está en la mecánica lineal de 678. Lamentablemente el kirchnerismo parece haber resuelto hace mucho que en televisión no se puede hacer política más que por medio de 678. Es un grave errror, un desperdicio lastimoso de las posiblidades que brinda un instrumento como la televisión pública. Ricardo Piglia logró un espacio a su medida en los ciclos literarios que, justamente, la Biblioteca Nacional co-produce en la TV Pública, donde el talento de Piglia brilla. Quizás porque los funcionarios creen que la literatura no es política es que Piglia tiene este espacio a su medida. González merecería un espacio suyo, distinto al de Piglia y al de 678. Donde el compás lo marque el ritmo de su pensamiento y no el espasmo de la televisión repentista ni el triunfalismo vacuo. No es que la comunicación kirchnerista vaya a cambiar la linealidad de 678 por la arborescencia de González, Pero el hecho de que a nadie se le haya ocurrido en estos años que la tele merecería tener un programa de Horacio es un síntoma de la estrechez mental del funcionariado que maneja la tele. Quizás por esa falta de espacio propio y propicio es que González acepte con resignación sumarse a escenarios nocivos.
Recomiendo la escucha atenta de estos 31 minutos de Horacio González en Carta Abierta.