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El desencanto (nota completa y película online)

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 Los Panero: un fin de raza



[A propósito de la muerte reciente de Leopoldo María Panero, el último integrante de esa familia que conocí hace muchos años gracias a una película terrible y hermosa llamada El desencanto (Jaime Chavarri, España, 1976), me puse a revisar todo lo que sobre ellos y ella escribí y edité en estos años. Como esta nota publicada en verano de 2010 en La otra n° 22]

Cuando yo era bastante chico, una película tuvo sobre mí un efecto arrasador y aún hoy difícil de olvidar. El desencanto, de Jaime Chavarri. Nunca había visto una película así, (y ahora puedo decir que no he vuelto a ver otra igual). Un documental... nunca pensé que un documental pudiera ser eso. Quizá mi aprendizaje cinéfilo haya sido marcado por la revelación de que un verdadero documental siempre es más interesante, más fuerte y más peligroso que un film de ficción: un documental es más cine.

El desencanto: Familia Panero, de la ciudad de Astorga, en las postrimerías del franquismo. Mediados de la década del 70. Leopoldo Panero: un hombre al que se refieren como poeta oficial del régimen declinante, un hombre ya muerto. Su viuda e hijos: Felicidad Blanc, Juan Luis, Leopoldo María y Michi. Al comienzo, vemos la estatua del poeta, envuelto y atado: ese hombre del que todos van a hablar en la película (del que van a hablar de una manera despiadada) no podrá responder a lo que de él se dice. Jaime Chavarri, el director de El desencanto, tiene la astucia de no mostrar nunca la estatua descubierta, de modo que Panero será siempre para mí un hombre envuelto y atado. La viuda, Felicidad, es una señora melancólica de la burguesía española, tratando de ajustar cuentas con la memoria de su esposo, con toda la delicadeza de la que es capaz -que tampoco es tanta- sin privarse por ello de que quede claro que él la hizo desdichada. Ese movimiento tenso de ella hacia una verdad cruel, sugerida con elegancia, será desbaratado constantemente por sus hijos, que se complacerán en darle la razón ridiculizándola, puesto que todos parecen acordar en que si el padre la hizo infeliz, ella se entregó a ese destino y se aseguró de hacerlos igualmente infelices a ellos.

Juan Luis es el hijo mayor, el que acetpa el rol antipático que los otros le dan (en la familia Panero todos están de acuerdo en hacer el papel que les toca), y todo el tiempo asume una pose histriónica que se mueve con más comodidad entre sus fetiches y citas literarias que abriendo sus sentimientos. Michi, el menor, el muchacho aún tierno, también el más bonito (la vida será después despiadada con Michi, pero eso queda afuera de El desencanto), defiende a su mamá, dice que ha sido el descubrimiento más deslumbrante que la vida le deparó, pero que tuvo que morirse el padre para eso. Y cuando Felicidad parece dispuesta a aceptar el piropo, entonces Michi la deja pagando, le tira un reproche que ella no sabrá esquivar. 

Todos ellos hablan de Leopoldo María, el que “se ha terminado por convertir en un verdadero peligro para nosotros” (lo dice Michi). Pero ya pasó la mitad de la película y Leopoldo María, el hermano del medio, no aparece. Uno puede llegar a creer que la película se sostendrá sobre dos ausencias: la de Leopldo padre y la de Leopoldo María hijo. Entonces Leopldo María aparece. Y todo lo que hasta ese momento fue la irónica desarticulación del mito de la familia amorosa se vuelve con su presencia y su palabra una demolición implacable: “...ese repudio unánime que todos ellos han hecho contra mí, ese resentimiento que he encontrado en todos ellos como su única pasión...”.

Contra todas las apariencias, los Panero son capaces de deslizar palabras amorosas en medio de la demolición. Quizá ese sea su gesto más inquietante: que ellos puedan aún quererse y que sean capaces de decirlo en medio de los reproches más ofensivos. Ese terrible poder es ejercido ante todo por el más cruel, el que parecía el primero en quebrarse y ha sido al final el más fuerte, Leopldo María: 

Yo y Juan Luis, que éramos los que más bebíamos y llevábamos una conducta parecida a la de mi padre, nos convertimos en sustitutos de mi padre, pero al nivel más malo, no ya como la metáfora paterna, sino como su realidad, ¿no? Y mi madre... pues no sé, puede decirse que la verdad es que tenía razón cuando nos convierte en sinónimos de lo peor de mi padre, porque yo y mi hermano Juan Luis y mi hermano Michi, que ahora empieza (porque hasta ahora había sido el ideal), hemos sido la causa del desastre más absoluto de mi madre. Aunque, en fin, todos... aquí el que no corre vuela, porque mi madre también fue la causa de mi desastre, etcétera, etcétera”.

Nunca imaginé que un documental pudiera desplegar tal grado de ferocidad y de melancolía, que yo pudiera terminar queriendo a esos seres reales, personas que dan miedo pero también quiere uno guardar en su memoria. El blanco y negro plateado y la música elegíaca de Schubert envuelven la penumbra de Michi cuando dice:“por mi experiencia personal a lo largo de estos años, me temo que no vamos a tener descendencia, entonces me interesa resaltar esto, porque somos un fin de raza nada wagneriano. Somos un fin de raza astorgano, muy erosionado por el tiempo, y tampoco es nuestra la culpa, llevamos tantos hectólitros de alcohol en nuestra sangre, tanto por parte de padre como de madre, que hay un momento en que por lo visto no damos más de sí. Yo precisamente ahora en septiembre voy a hacerme unos exámenes médicos para descubrir si podemos perpetuar la raza de alguna forma”.

Y la imagen final, la del principio, del poeta oficial envuelto y atado, y su epitafio: “Ha muerto/ acribillado por los besos de sus hijos,/ absuelto por los ojos más dulcemente azules,/ y con el corazón más tranquilo que otros días...”.

POSTDATA DE MARZO DE 2014: La película completa se puede ver online acá.

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