La última tentación de Scorsese
por Oscar Cuervo
¿Qué le pasó a Scorsese?
Su última gran película de ficción la hizo hace ya 17 años. Entretanto hizo algunos documentales que alentaron la ilusión de que volviera a ser el que fue: notablemente No direction home. En cambio, su producción ficcional fue perdiendo cualquier atisbo de estilo. Perdió su estilo. Pero no para ganar otro. O para suplir la necesidad de tener un estilo por alguna osadía formal que el concepto de "estilo" no pudiera contener. No. En lugar de su propio estilo, lo que ha quedado en la obra reciente de Scorsese es un desdibujamiento: sus películas podrían estar hechas por cualquier otro. Jamás nos daríamos cuenta de que Los infiltrados, La isla siniestra o Hugo han sido hechas por la misma persona si los títulos no nos lo advirtieran. No hay un distanciamiento, un desacomodamiento, una negación o una alteración de su estilo anterior. Hay una especie de sepultamiento, de borramiento u oclusión. Me da la sensación de que Scorsese ha perdido de vista a su espectador. Debe pensar que los que vieron Taxi Driver, El Rey de la Comedia, Toro Salvaje, Buenos Muchachos o Casino están todos muertos. Que la gente que va al cine hoy en día no podría asimilar esas películas y se impuso a sí mismo simplificar sus planteos estéticos para hacerlos accesibles a audiencias más básicas.
Hugo es una película en la que Scorsese intenta entablar contacto con la audiencia de Spielberg. Parece estar concebida bajo la hipótesis de que Spielberg ha triunfado y que toda resistencia es inútil. Taxi Driver fue conocida apenas unos meses después de Tiburón. Son sus respectivas películas consagratorias. Todo el mundo sabe que el paradigma Spielberg triunfó en Hollywood. A la altura de Hugo Scorsese parece haber firmado su rendición incondicional.
La coartada es la cinefilia: la preservación de las viejas películas, la rememoración de los pioneros, la evocación de un inventario sentimental común a grandes audiencias. La restricción de base es que planteos inquietantes, perturbadores, desestabilizadores no pueden tener lugar en el cine actual: por ejemplo, el punto ciego que une en Taxi Driver la escena de la masacre con el presunto (y terriblemente ambivalente) happy ending es hoy un gesto imposible. La sensación de malestar soterrado que mina El Rey de la Comedia es una experiencia hoy proscripta. La tortuosa estrategia de identificación/distanciamiento que nos producía Toro salvaje ha sido abjurada.
En lugar de esto, el paradigma Spielberg impone dirigirse al "niño que todos tenemos adentro". Nos propone una identificación confiada con una mirada infantil. Se supone que ante determinadas películas nos volvemos niños: mentira elevada al cuadrado: nadie que no lo sea podrá volverse niño jamás, ni siquiera por dos horas. El dispositivo cinematográfico de la puerilización demanda un importante monto de mala fe por parte del puerilizado. Pero además y sobre todo: la niñez nada tiene que ver con la sensiblería, con un sentimentalismo férreamente codificado, con primeros planos de caritas sonrientes, bondadosas, lacrimosas, falsamente inocentes, con mundos simplificados y unidimensionales. La infancia es un territorio terrible, poblado de horror, de angustia, de inquietud, siempre al borde del abismo. Hugo es una película llena de primeros planos con caritas emocionadas, de lectura inmediata y unívoca. Entonces, no se trata de una mirada infantil sino de una mirada construida en base a los clisés industriales acerca de la infancia.
Ser niños otra vez ante la experiencia cinematográfica. Pero ¿qué cine es el que, según Hugo de Scorsese, merece ser preservado? ¿Y preservado de qué manera? La salida ante la mecanización parece ser el ilusionismo: es precisamente Melies el precursor al que Scorsese le tributa en esta ocasión. ¿Y por qué Melies, entre todos los precursores posibles? Por su ilusionismo. El ilusionismo homenajeado aquí está abstraído del flujo histórico que lo hizo posible: porque el ilusionismo ha sido una reacción mecánica al mecanicismo. El principio constructivo de Hugo es el de la máquina con corazón. Melies abrió posibilidades para el cine con su iniciativa. Pero lo que Scorsese celebra hoy de Melies en Hugo es un ilusionismo abstracto. Como si se tratase de un principio elemental y eterno, que siempre puede surtir efectos parecidos.
Se sabe que desde hace unos años Scorsese se ha vuelto un preservacionista de las viejas películas, que pone parte de su dinero para preservar a Vertigo o Belle de jour del deterioro del tiempo. Los negativos son puestos a salvo, se los remasteriza y se los muestra a las nuevas generaciones en condiciones óptimas. Loable propósito. Mirada infantil, máquinas sentimentales e ilusionismo abstracto. Preservación y restauración de piezas arqueológicas. La operación cinematográfica que Hugo propone es finalmente retrógrada. Propone la restauración del cine de Melies y su remasterización en 3D. Hay que borrar en la imagen ilusionista toda huella histórica del tiempo del que proviene para reciclarla en el mercado de las imágenes aggiornadas. Hay que embalsamar los restos de Melies con técnicas de última generación para repetir el asombro en espectadores puerilizados.
Con todo respeto, Scorsese: ¿por qué no te vas a cagar?