por Oscar Cuervo
Hernán Roselli hace una película de los 90 en 2014. Su perspectiva de la verdad artística pasa por exacerbar la dureza de los vínculos, la falsificación como norma social, el envilecimiento general. Sequedad y dureza: sus personajes están duros y secos, el sentimiento, cuando aparece, viene acompañado por la traición. Esta ópera prima remite inmediatamente a las formas elípticas y secas del nuevo cine argentino noventista, una especie de neutralidad afectiva y moral ante la lumpenización de la existencia. Sur, el fin de la historia. Su circularidad y la ausencia de posibilidades de sus personajes podría asociarse con una forma del realismo o de la dura sinceridad. Si estuviéramos en 1994, Mauro intersectaría a aquel Martín Rejman con aquel Pablo Trapero. Ahora, con su cinismo oscuro y elegante, Mauro no deja de tener cierto aire retro. Las elipsis narrativas más bien funcionan para esquivar una dimensión vital y anímica. Sin alma, al servicio de la tesis de que la degradación es un proyecto social inevitable, en el fondo terriblemente conformista.
Mauro. Monito las pelotas.
Mauro. Monito las pelotas.