Only lovers left alive (2013), de Jim Jarmusch
por Julieta Eme
Él vive solo. Le pide a alguien que le consiga una bala de madera, pesada. La compra. Se apunta al corazón. Y no dispara.
Ella está lejos. Pasa las noches en un bar, hablando con un escritor famoso. Sueña con revelar que el escritor no murió siglos atrás, sino que es un vampiro. Quiere darles una sorpresa a los seres humanos. Quiere alborotarlos. El escritor famoso le dice que los seres humanos ya tienen bastante de qué ocuparse en estos días.
La sangre de los seres humanos está contaminada. El agua está contaminada. El petróleo se disputa en guerras. Las ciudades son desiertos. Los edificios son ruinas. La música es triste. Los seres humanos son zombies.
Pero ellos se aman, a través de los siglos, de las plagas, de las guerras, de los desastres humanos y naturales. Viven lejos. Están separados. Ella tiene la idea de llamarlo. Él atiende. Ella advierte que él está deprimido, otra vez. Otra vez tiene que viajar. Ir a rescatarlo. Llevarle algo de paz, de amor, de consuelo, de besos, de caricias, en un taxi, en la cama, en un paseo. Él compone música. Ella baila, dando vueltas como en éxtasis o en trance.
Si se separan dos partículas inseparables y se las pone en extremos opuestos del universo, cualquiera de ellas experimentará cualquier cosa que le pase o se le haga a la otra.
Siempre están juntos, intrincados, como enredados, a veces en posiciones imposibles, uno encima del otro, agarrados, sujetados, sostenidos, apoyados uno en el otro.
Ella lo ama. Haría cualquier cosa por él. Recorrería el mundo 7 veces por él. Y él la llamaría 7 veces gritando, inmóvil y en silencio, diciéndole que venga, que no tarde, que él la espera.