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Mauro: Es lo que hay

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Algo más sobre la película de Hernán Roselli


por Willy Villalobos

Hace unas semanas, en el Bafici, vi la película de Hernan Roselli, Mauro; quedé impactado.

Esa mañana, luego de la función de prensa, encontré al director y lo felicité por su capacidad de hacer cine argentino. Creo que es muy meritorio hacer una película que refleje tan claramente a la gente que uno suele encontrarse en las calles del conurbano bonaerense. Los personajes me parecieron tan auténticos que me alegré de que en el cine argento sigan apareciendo directores y películas como la que acababa de ver. 

No soy un crítico, soy un espectador que adora el cine y a veces escribe sobre películas. Ese día me quedé pensando en Mauro un rato largo y había algo que no me cerraba. Le dí varias vueltas a la cosa y finalmente decidí volver a verla, para no perderme detalles y poder pensarla mejor. Así fue que volví a verla esa noche de estreno con público.

En la cola encontré a un montón de amigos que comparto con el director, ansiosos por ver su obra, y recuerdo que felicite a dos de sus actores; la morocha que encarna a la novia de Mauro, no recuerdo su nombre pero vuelvo a felicitarla por su trabajo, y al escritor Pablo Ramos, que interpreta muy bien a un chanta que es capaz empaquetarte si te agarra distraído.

Entré al cine contagiado por la expectativa de toda la hinchada roselliana que había copado la platea. Se apagaron las luces y luego de volver a verla comencé a entender qué era lo que no me cerraba. "Esta es una película de los 90", pensé mientras caminaba rumbo a la parada del 124. La primera impresión que había tenido de Mauro era correcta, pero yo la pensaba desde un lugar equivocado. Desde mi adhesión al proyecto de Cristina y, como conozco algunas de las opiniones del director, pensé que para él no había pasado nada entre esa época y la que estamos viviendo ahora. Digo que estaba equivocado, porque ahora pienso que uno puede hacer una película sobre la época que se le ocurra y lo que importa son las ideas que se ponen en juego. Porque una película es una mirada del mundo y hay ideas que no se pueden encasillar en un período histórico, aunque la época necesariamente influye en la mirada del director y de los espectadores.

Alguna de estas cosas que fui pensando las escribí en el muro de Facebook de la banda Ciruelo el día que ellos festejaban su nuevo disco y la nueva película de Roselli en un plano de igualdad que no comparto. Políticamente Ciruelo y Mauro van por caminos diferentes, aunque la voluntad de trabajo de sus creadores sea para destacar. De todas maneras, este no es el tema que me lleva a escribir estas líneas. Lo que me interesa es dar cuenta de un cambio de opinión sobre una película que primero me gustó y luego volviendo a pensarla me dí cuenta de que no compartía la mirada política del director.

Los personajes de Mauro están pensados para vivir un mundo falso con un grado de aceptación que sorprende. No digo que tengan que reflexionar sobre lo que les pasa, sobre la vida de mierda que llevan, sino que no manifiestan malestar alguno y eso me resulta sospechoso. Y no hablo del malestar que se expresa claramente, sino de aquel que aparece de la forma menos pensada.

Es probable que el muro de Ciruelo no fuera el mejor sitio para publicar mi opinión, quizás este blog fuera el mejor lugar, pero estaba caliente y no pude esperar. Creo que los 90 fueron la peor época que viví. Y también estoy convencido de que ese desastre donde se hizo carne el “sálvese quien pueda”, cuyas consecuencias todavía pesan hoy, no hubiera sido posible sin la matanza producida por la dictadura militar, que, con la cobertura de la iglesia, limpiaron a los luchadores populares para que los grandes empresarios de adentro y sus socios de afuera se robaran todo. Algo habrán hecho y sálvese quien pueda: de esta cultura sólo se salvaron aquellos que, a pesar del desconcierto, siguieron fieles a lo que creían que era lo mejor para todos, con las Madres y Abuelas a la cabeza. Confieso que yo también me perdí en los 90 y me convertí durante mucho tiempo en un zombie quejoso que no podía sostenerse a sí mismo. Porque la idea que dejó esa época es que todo está perdido y que cualquier bondi nos viene bien con tal de salvarnos del descenso social.

Mi director de cine preferido es Fassbinder. Ningún otro director mostró el malestar con el que nos tenemos que enfrentar diariamente, sea en la época que fuera. Fassbinder permite descubrir a través del malestar de sus personajes algo esencial que no es posible ver. Sus películas muestran la ausencia del amor y la mala onda que esto produce en la vida cotidiana. Y justamente eso, lo que está oculto pero se siente, es lo que no se manifiesta en Mauro.

Unos dias después viajo a Uruguay y al volver me entero de que en el blog (ver acá) se discute la película entre Oscar Cuervo y el director, y que de pronto aparece Pablo Ramos preguntándole a Oscar si yo había hablado con él, sugiriendo que mi charla con Oscar había logrado que cambiara mi opinión. Si bien no fue en esta ocasión, en otras oportunidades hablar y discutir con mis amigos, y con Oscar en particular, me han permitido entender cosas de las películas que yo no había tenido en cuenta. Y me enorgullezco de tener amigos inteligentes.

No es mi intención polemizar con Pablo sobre sus comentarios, porque no creo que ayuden, sino más bien convertirían la discusión en una de esas polémicas que aparecen todos los días por la tele. Lo que sí me interesa de Pablo Ramos es recordar a Gabriel, el personaje principal de la La Ley de la Ferocidad, una gran novela suya que sucede en los nefastos años 90. Gabriel es un tipo que se dio cuenta que para sobrevivir no debe escuchar a su corazón y esa certeza le provoca un malestar que se sufre en cada una de las historias que le toca vivir. Lo increíble de la literatura de Pablo es que, sin decirnos nada, logra que uno quiera y le tenga compasión a un hijo de puta que sabe hacerse odiar. Admiro a Ramos por su capacidad de mostrar ese malestar que todos tratamos de ocultar, pero que de todas maneras vuelve a manifestarse una y otra vez.

Alguna vez polemizamos con Pablo cuando Charly decidió volver a los escenarios, luego de una larga internación en varias clínicas, bajo la tutela de Palito Ortega, y no creo que valga la pena recordarles el motivo de esa discusión. Pero traigo el tema de García porque luego de unos meses de tocar declaró que ni la internación ni las pastillas le habían ayudado a entender lo que le pasaba, sino el amor de su amigo Palito y, fundamentalmente, haber podido recorrer su obra, volver a tocar sus temas. Esa fue su mejor medicina.

Y esta idea de recorrer la obra fue la que me llevó a Gabriel, el protagonista de La Ley de la Ferocidad, un tipo que conoce como nadie las reglas de juego del menemismo, pero no se resigna y, a pesar de parecer exitoso,  las sufre porque sabe que sólo generan tristeza. Gabriel, a pesar de su dureza, genera una insólita esperanza en el lector, que uno no sabe de donde carajo viene, pero está ahí. 

A mí, Gabriel me ayudó a entender por qué Mauro es un símbolo de la adaptación, un personaje que parece decir “es lo que hay”, resignadamente.

PD: Y quiero recordarle a Pablo -esto va a raíz de un comentario que el escritor dejó en este blog- que mi oficio, eso que hago para vivir, es ser panadero, aunque a veces me animo a amasar ideas con ingredientes que voy encontrando por ahí.

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