–¿No nos espera un futuro mejor?
–Y… La andadura del mundo actual está marcada por un sesgo ultraconservador. La idea de parecer y no ser ha ganado el lugar de la imagen real. La pinta, la imagen, la cirugía y el botox, todo aquello que tiene que ver con entregar tu personalidad, es lo que predomina.
(...)
–¿Le generó una depresión el corralito?
–Sí, y bronca e impotencia. Cuando sucedió, yo estaba en Uruguay filmando. Apareció la noticia del criminal de Cavallo y lo primero que pensé es que había oído mal. No lo podía creer. Uno va al hospital para que lo curen y no imagina que lo esperan con una sierra para cortarle el brazo. Yo no esperaba que un banco me robe. Cuando era chiquito, los chacareros dejaban su plata en el Banco Provincia, que se las cuidaba para toda la vida. Yo pensaba eso de un banco, que era un resguardo para toda la vida. Y me encontré todas las mañanas, haciendo cola en un banco, bien temprano, para que me dieran por semana 100 dólares de mi propio dinero.
–¿Qué sintió?
–Fue una caída del catre de un hombre grande. No me había pasado nada tan terrible antes. Y en un segundo, la perversión de cuatro o cinco sinvergüenzas, miserables, ladrones, roban un país y no les pasa nada. Centenares de miles de personas perdieron la vida, jubilados que se suicidaron. Es una perversión que supera cualquier tipo de crimen social, porque está basado en lo que llamaríamos romper los contratos de buena fe. Una estafa legal, armada en función de la timba de las corporaciones. Ellos hicieron la timba, perdieron y juntaron la cabeza de todos los argentinos para pagar. Lo viví mal. Físicamente mal. Me acuerdo que me salió un sarpullido fuerte en la espalda y me dije "me voy a España porque acá en Argentina o mato alguno o me voy a enfermar".
–¿Fue un ingenuo?
–Fui un adulto iluso. Fue un golpe irracional, dirigido al corazón del sentido común y me di cuenta que la razonabilidad había dejado de ser una categoría a utilizar. Me colocaron en el mundo del pavote. Yo puedo desear que cuelguen a Cavallo, pero es el deseo del derrotado. Yo asumí la condición del derrotado, en un mundo donde supuestamente yo era famoso, popular y célebre. Pero me sentía un derrotado. Y fue un tirón fuerte.