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Peter Gabriel & the New Blood Orchestra en Buenos Aires

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Otra vez Peter Gabriel en Argentina,  ya es su cuarta visita. Yo lo había visto en aquel Amnesty de los 80 y fue una experiencia inolvidable, hasta ese entonces nunca había visto a un músico de rock con semejante despliegue escénico. Y no hablo de tecnología, sino al concepto con el que Gabriel ponía en escena su música, lo cual incluía también a la tecnología. El estaba aquella vez (¿año 88?) en el pináculo de su creatividad, se había desmarcado de la carga que implicaba haber sido el frontman de una de las más grandes bandas de rock sinfónico, Genesis, y se había re-inventado como solista, con una música más básica y primal, contundente y bailable, sin perder sofisticación. También por aquellos años innovaba en el terreno del videoclip; de hecho, creo que hasta hoy algunos de sus videos de los 80 siguen estando entre los mejores jamás realizados.

Con aquella experiencia en mi memoria, no sé bien por qué se me escaparon las siguientes visitas de Gabriel a Buenos Aires. Pero esta semana me enteré de que volvía y, como yo tenía la noche de ayer libre, me dije: "es ahora". Y así fue. Se presentó en el club Geba, acompañado por la New Blood Orchestra, un ensamble orquestal de más de 50 músicos, la mitad proveniente de Londres y la otra mitad músicos locales (esa misma mixtura hace Gabriel en cada ciudad que va). Y tengo que decir que mi reencuentro con su música fue fascinante. Gabriel retoma sus viejos temas de diversas épocas, pero sobre todo de los años 80, a los que le agrega un par de versiones de temas ajenos (ayer hizo Heroes de Bowie y Apres Moi de Regina Spektor), y los recrea con un tratamiento orquestal excepcional. No hay en el escenario instrumentos de rock, de hecho creo que todo lo que allí suena es analógico, pero cada uno de los 50 miembros de la orquesta le aporta un color a las canciones, creando tramas sonoras arrebatadoras, a veces oscuras, a veces brillantes. Por momentos suenan sinfónicos, con ritmos irregulares y melodías de intervalos inusuales, pero en otros logran una potencia rockera impresionante. Verdaderamente las canciones parecen estar provistas de una nueva sangre y, en una época donde el sonido digital domina sin excepciones, escuchar la pureza tímbrica de las cuerdas, los timbales, los vientos y el piano de cola sonando a todo vapor resulta muy emocionante. La voz de Gabriel está perfecta, con esa mezcla de expresividad y potencia que ya le conocemos. No se mueve tanto arriba del escenario como en los 80, pero despliega algunas coreografías discretas y sugestivas. Hay concepto también: un dispositivo de pantallas bastante sobrio pero usado con un criterio cinematográfico le agrega emoción a cada tema. Los arreglos orquestales, de hecho, tienen un aire cinematográfico. Gabriel reconoce haberse inspirado, para remozar algunas viejas canciones, en las bandas de sonido de Alfred Hitchcock y Bernard Herrmann.

Creo que este es mi recital del año.

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