FKA twigs es una chica pop, la chica del video, que se metió en la industria de la música como bailarina de videoclips y de eso habla su canción "Video Girl", una autorreferencia incluida en su disco debut, LP1, que viene después de los Eps llamados, apropiadamente, EP1 y EP2. Hay algo en esa manía por las siglas más fáciles de escribir que de pronunciar. FKA twigs en realidad quiere decir "antes conocida como twigs"... ¿La llamamos twigs y listo? El asunto es que más allá de la nomencaltura, twigs, inglesa de padres jamaiquinos, no es la típica cantante pop: su música, de un pulso super-contemporáneo, no suena a producto dócil a los escuchas haraganes. Es más bien un territorio escarpado, lleno de silencios inciertos que remiten a James Blunt, tanto como de resonancias enrarecidas entre el trip hop de Portishead y el soul de Prince, con mucho de la actitud desafiante de Kanye West y un diseño sonoro que tiene algo de post-humano. Igual, la suma de referencias solo sirven para encuadrarla en alguna parte, pero lo cierto es que lo que ella hace con diversas tradiciones pop es una apropiación misteriosamente deforme y tan lograda como para aspirar a considerarse el sonido del presente. Más allá de todo encuadre, logra algunas de las más extrañas y hermosas canciones del año.
Otra manera de ser contemporáneo en la música popular de hoy es volverse llano hasta la aspereza: a eso le ponen la etiqueta "slacker rock", quizás porque Mac Demarco desdeña toda investidura que pudiera lograrse con una astuta post-producción. Un rock de guitarras, bajo, baterías y voz. Con una ligera disonancia que lo aleja de los lugares más comunes del neoclasicismo, del garage, de la restauración o de la apuesta cómoda al nicho indie. Hay cierto humor sarcástico que linda con el punk sin sus énfasis. Demarco puede ser un gran artista si es capaz de sostener en lo que venga su ascetismo sónico y su desentendimiento de los códigos entradores de la era. No es futurista ni clásico; es solamente presente. Quizás pueda demostrar que además es un autor que no necesita de productores estrellas ni diseñadores de imagen y sigar confiando en sus impulsos anarcos. Puede evaporarse en la intrascendencia o ahondar en su refinamiento elegantemente descuidado. Por ahora hay que prestarle atención.
En el otro extremo de estas dos apuestas por lo difícil, sentimos que el nuevo disco de Vicentico, Ultimo acto, es un run for cover, es decir: un refugio en la fórmula probadamente exitosa y desembozadamente conservadora. Grabado en Nashville, con todos los clishés que puede aportar Cachorro López a este tipo de proyectos, lo que hizo Vicentico es reversionar sus hits más recientes con una producción más cara y más convencional, con invitados internacionales como Willie Nelson y grandes músicos de sesión que hacen las partes consabidas. ¿Hacía falta? Quizás le hace falta a él para abrirse mercados en Hispanoamérica e incluso Norteamérica. Su busca de la popularidad genuina nos parece muy respetable: él tiene un gusto popular que también corre riesgos cuando uno ha salido del rock: esa zona de reputación dudosa que a él le sale tan bien y tan sincera es difícil y en seguida puede ser desdeñada como cursi o grasa. Nunca lo es porque, como decimos, su conexión con lo popular no es impostada. Está muy bien que venda millones de discos. Pero sería bueno, cuando se ha logrado ingresar en el mainstream que asegura una atención masiva, poner una pizca de riesgo, innovar en algo, exigirse un poco más en algún aspecto que una superproducción no pueda comprar. Más allá del rezongo por la pereza de este proyecto, hay canciones tan buenas como esta versión de "Solo un momento", con la compañía de Willie Nelson, cuya gracia es irresistible. No esperamos un súbito gesto rupturista de un músico francamente popular: solo aspiramos a nuevas canciones tan buenas como esta.
De los caminos de la música popular actual hablamos en La otra.-radio de anoche, que puede escucharse acá.
Pero la pregunta "¿Cuál es aquel camino que tengo que tomar?" puede aplicarse a los debates que están dándose en el interior del kirchnerismo ante el desafío de una etapa irreversiblemente nueva que hay que emprender. Hay kirchneristas que ante el peligro de equivocarse apuestan al run for cover de repetir conservadoramente el clishé de la "profundización del modelo", cuando de lo que se trata ahora es de demostrar la capacidad de mutar en otra cosa, si es posible en dirección de lo popular y no del ensismamiento de la pureza "K". Porque el kirchnerismo fue efectivo tiene que cambiar. Porque tiene que cambiar es necesario que asuma su procedencia peronista y kirchnerista y no se vuelva complaciente con su imagen más consolidada. Para perdurar bien el kirchnerismo tiene que poponerse ser otra cosa y no más de sí mismo. No está claro que todos los kirchneristas deseen esto.
Pero la pregunta "¿Cuál es aquel camino que tengo que tomar?" puede aplicarse a los debates que están dándose en el interior del kirchnerismo ante el desafío de una etapa irreversiblemente nueva que hay que emprender. Hay kirchneristas que ante el peligro de equivocarse apuestan al run for cover de repetir conservadoramente el clishé de la "profundización del modelo", cuando de lo que se trata ahora es de demostrar la capacidad de mutar en otra cosa, si es posible en dirección de lo popular y no del ensismamiento de la pureza "K". Porque el kirchnerismo fue efectivo tiene que cambiar. Porque tiene que cambiar es necesario que asuma su procedencia peronista y kirchnerista y no se vuelva complaciente con su imagen más consolidada. Para perdurar bien el kirchnerismo tiene que poponerse ser otra cosa y no más de sí mismo. No está claro que todos los kirchneristas deseen esto.
Es un tema que también tratamos en este programa (Escucharlo todo acá).
En el que también estuvimos leyendo dos artículos de valor periodístico muy dispar: un muy interesante editorial de la revista Kilómetro 111 (la mejor revista argentina de cine, sin duda alguna); y una apolillada columna de Pablo Sirvén sobre Lucas Carrasco, que podría haber sido escrita hace un año y medio y parecería actual. Ahora quedó viejísima.