por Luciano Deraco
Hay un tema que lejos de sorprendernos viene, sin embargo, haciendo semana tras semana, mes tras mes, año tras año, mella en la sociedad. Como un dedo en la llaga que goza sádicamente hundiéndose más y más.
La inseguridad se ha convertido en el manoseo preferido de los argentinos, siempre dispuestos a opinar gratuitamente de cualquier cosa como expertos en la materia.
Por cierto, que el desfile mediático de personajes bizarros, especialistas derechosos y gallinas desbocadas no hacen más que agregar un poco más de sal a las heridas de la ignorancia, la impotencia y la brutalidad.
Claro está, siempre se opta por lo mas fácil, rápido y menos trabajoso. En el abanico de soluciones groseras y sencillas y culpables dóciles encontramos sin embargo, una escala de colores escuetos y repetidos: criminalización de la pobreza, de ciertos extranjeros, urbanización de las villas, cámaras, rejas y mas policías.
No se trata ni se tratará jamás de medidas de fondo, sólo de parches con el claro propósito de satisfacer al menos en lo aparente, las demandas en muchos casos brutales y desbordadas de una buena fracción de la clase media que se siente amenazada y endeble víctima de su propia paranoia.
Cuando se plantean ciertas medidas esgrimidas como las “más efectivas” y se nombran casos paradigmáticos garantes a nivel nacional del “orden” y la “seguridad” (Tigre o San Isidro por citar sólo algunos), lo que se ignora peligrosamente es que la batería mediática toma una posición clara y nada azarosa. No se trata de “solidaridad”, mucho menos de “compasión” para con la mártir clase media, sino de plasmar, mediante el sofístico discurso de ciertos impresentables que gastan aire y luz de reflectores, aquello violento y poco discreto de la clase dominante.
A muchos funcionarios y a muchos otros con aspiraciones de serlo, no les importa resolver la cuestión de la inseguridad, lo único que se persigue mediante esas inagotables peroratas de estudio de televisión, es imponer un modelo político de exclusión y condena hacia el oprimido.
Buscar la raíz de los problemas entre los miserables es desviar el foco de atención y correr del centro a aquellos que enfundados en telas de seda y corbatas importadas deciden más de nuestras vidas incluso de lo que nos imaginamos.
Hay otro propósito un poco mas solapado pero no por eso menos perverso: la “inseguridad” es un negocio altamente rentable para la clase dirigente. Imaginemos simplemente que a un funcionario, por qué no, Jefe de Gobierno, “desviado de la senda del bien”, se le ocurre mandar a enrejar cuánta plaza existe en la ciudad y le encarga el trabajo a una empresa del rubro que en realidad le pertenece pero figura legalmente a nombre de un testaferro, socio o amigo... Por suerte, la tele no nos plantea ésta posibilidad, por lo tanto, debe de ser falsa...
Ahora bien, qué sucede si éste fenómeno se extiende y de las rejas, pasamos a las cámaras de vigilancia diseminadas por toda la ciudad y a un presupuesto progresivamente inflado destinado a las diversas fuerzas de seguridad. Insisto: cómo los medios no nos advierten de todo ésto, seguramente es producto de mi imaginación, ya que, no creo que a ningún dirigente se le ocurra usar el aparato del estado para hacer negocios privados...
Ni que hablar que mi cerebro ha elucubrado una locura si por asomo pienso que a alguien se le puede ocurrir tomar una cerveza sentado en el cordón de una plaza, cuando la misma ha sido cuasi concesionada a los bares aledaños transformándose automáticamente en una suerte de “subversivo" aquel que osa ingerirla. Claro, se tratará de un cliente si lo hace en la mesa pertinente, aquella correspondiente a alguno de los bares que dispone de un buen radio del espacio público. Debo estar delirando si supongo semejante cosa.
El sofismo no es un invento argentino ni mucho menos, pero es claro que una buena parte de nuestra sociedad, la cual somatiza el miedo y la desesperanza entre gritos militares, condenas clasistas y linchamientos prefiere aún dejarse seducir por un discurso que la contenga, a salir de la oscura caverna del sillón hundido y la tele a todo volumen.