Pepe Eliaschev se ensañó hace pocos días con la enfermedad de Cristina: "Se ha vuelto a verificar. Somos vulnerables y nada tenemos de invencibles. Ahí lo está demostrando la Presidenta, una vez más internada y fuera de circulación. ¿Enferma el poder? Tal vez, pero no a todos los que lo acumulan. En ella parece evidente que tanta masa de atribuciones la desgasta y devalúa. Paradoja de la suma de las herramientas en apenas dos manos: el material se fatiga y la rutina presidencial deviene frecuente protocolos". Fue su última columna en Perfil.
Qué ganas de haberle dicho: "No, Pepe, no manosees la enfermedad de nadie con una finalidad mezquina. Mirá que somos vulnerables y nada tenemos de invencibles. Criticala a la presidenta por sus políticas, pero no pongas en el medio su vulnerabilidad física",
No llegué a decírselo.
Y en esto tenemos que ser cuidadosos precisamente los que estamos en la vereda de enfrente de Pepe. No cometamos la bajeza que el cometió en su último texto.
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La muerte es en el fondo un episodio banal, responde a disfunciones orgánicas. No hay nada espiritual en eso. Algún órgano empieza a funcionar mal y chau. No hay en ese episodio ni justicia ni injusticia. Todo lo que podemos decir de alguien que ha muerto es lo mismo que dijimos cuando estaba vivo. Después está la tristeza de los que lo quieren. Y vendriá bien la compasión del resto.
Y nada más.