No fue descubierto ni por Sofovich ni por Romay ni por Quintín: lo descubrió Diego Trerotola
Era fan del Miguel Angel Porro actor, la prueba está en que lo nombro por un cameo en esta nota de Página/12 de mayo. http://t.co/fS4m601Shc
— Diego Trerotola (@diegot_rror) diciembre 3, 2014
Les digo más, a Porro me lo he choluleado en Av. de Mayo y Libertad circa 2007. Tal vez fue la primera vez que lo reconocían en la calle.
— Diego Trerotola (@diegot_rror) diciembre 3, 2014
Miguel Angel Porro era un Rodolfo Ranni clase B.
— Diego Trerotola (@diegot_rror) diciembre 3, 2014
En mayo escribía Diego Trerotola en el Suplemento Soy de Página 12:“Silencio, maricones”, dice el policía de bigote cepillo, interpretado por Miguel Angel Porro, en la razzia a la fiesta gay de La búsqueda (1985), dirigida por Juan Carlos Desanzo. En plena Primavera Democrática, aquella película ponía en escena una fiesta de casamiento gay interrumpida por una violencia policial que tenía como rutina insultar, humillar y encerrar a maricas y otras deliciosas criaturas que yiraban la noche. En otra escena, Sandra Mihanovich canta “Soy lo que soy” y Luisina Brando le grita “Por lo menos sabés lo que sos”. ¿Pero sabemos qué es La búsqueda? ¿Un policial homofóbico de la posdictadura o una película que se atreve a varias escenificaciones de los márgenes de su época? O simplemente es otra película mala, de esas en las que nos gusta reír mientras miramos al sesgo para encontrar sentidos casi ocultos en tanta obviedad: la frialdad y los espasmos de Andrea Tenuta, la risa oligofrénica de Emilio Disi y las puteadas de Rodolfo Ranni, quien interpreta al jefe de una banda criminal con un bigote cepillo más o menos igual al del policía Porro. Y el único sentido secreto que se perpetúa en cada mirada fetichista a esa película (o a cualquier otra obra trash que elijamos para hacer nuestro culto personal) es una sensibilidad camp que nos recorre como una corriente eléctrica, que provoca esa risa ritual que enciende los ojos como leds, como enrojecidos por un flash. Ojos de conejo por el vicio de su zanahoria. Reírse más, reírse mal: el camp, recordemos, es la alegría desubicada, es la carcajada cuando el drama fracasa, cuando la seriedad muestra sus defectos. La risa a contrapelo es la celebración de una lectura desobediente, una contracara burlona que traiciona el espíritu original para mostrar el revés de la trama. La mirada camp convierte a un incendio en fuegos artificiales. (Leer completo acá)