por Daniel Freidemberg
"¿Es posible que solamente a mí me haya pasado lo que me pasó con esta película?" "¿Tan prejuicioso soy, tan limitado, tan obtuso?"
Los interrogantes que me vienen rondando desde que vi Jauja y desde que leí, antes y después de verla, mucho de lo que se escribió sobre la última de Lisandro Alonso, aflojaron bastante al encontrarme con este texto de Nicolás Prividera (de quien admiro sin vueltas su Tierra de padres). Es como en "El traje del emperador", de Andersen: tenía que salir alguien a decir que es preferible mirar lo que uno tiene ante los ojos, no lo que se supone que tiene que ver para quedar bien o para cumplir con alguna regla. No es que esté de acuerdo en todo -hay varios criterios en los que Prividera se sostiene que no comparto o comparto muy relativamente-, pero, como él, creo que Jauja "es el reino del adjetivo y la declamación", que hay (no sólo en el final, como él dice) "planificada trascendencia", que la mudez -que tan bien trabajaba Alonso en sus películas anteriores- ahora "es reemplazada por una palabra y composición teatrales, que avientan su carga de sentidos con un gesto que reivindica su gratuidad, su dandismo plebeyo" (y acá a "teatralidad" la entiendo lisa y llanamente como sobreactuación o mala actuación, y a "gratuidad" no como asunción lúcida y/o irónica de la gratuidad sino como pura fachada, revoque, que pretende imponerse por su sola presencia prestigiosa o su abolengo cultural, como las etiquetas de marcas famosas que se ponen a las prendas de confección trucha), que los escritos críticos que suscitó son ejemplos de una crítica que "ha decidido creer en todo" (siempre que se lo presenten con el respaldo necesario y los guiños adecuados) y que en Jauja "las tradiciones, como la Historia misma, solo quedan en pie como ruinas de un teatro metafísico (malo como teatro y conservadora su metafísica)". Que no queden en pie las tradiciones y la Historia no veo que sea a priori algo malo, pero sí que eso suceda porque alguien (Alonso) las usa como coartadas para avalar la nada y disfrazarla, como sellito para atrapar incautos o simular vínculos con un patrimonio cultural, y en cuanto a esa frase, "ruinas de un teatro metafísico", qué gran película, que película extraordinaria, se podría hacer a partir de ese principio, pero es que, como dice Privitera, como teatro es malo, y su metafísica es conservadora. O, más que conservadora, yo diría berreta, impostada, grandilocuente, cholula.
¿Y en cuanto a la poderosa poesía visual que un comentarista le reprocha a Prividera no haber mencionado? No sé Prividera, pero yo sí la percibí, y me impresionó mucho, y la disfruté, y la ya famosa escena del perro esperando en primer plano al protagonista que se acerca también a mí me estremeció, y la del tipo acostado ante el cielo estrellado. Admiro mucho a quienes, como Alonso, pueden hacer eso cuando hacen cine, y, si fuera eso lo único que hubiera en la película, no habría salido de la sala con la sensación de que quisieron venderme el obelisco. El problema es todo lo demás.