por Oscar Cuervo
Luis Ortega va mejorando, lentamente.
Lulu, presentada ayer en el BAFICI, quizás sea su mejor película. Al menos entre las que yo vi.
Lo más interesante de Lulu quizás sea su tensión involuntaria entre la decisión de remarcar que "el mundo es feo", como Ortega le hace cantar a Nahuel Pérez Biscayart casi al final de la película, y la vitalidad que se cuela en cada plano de una ciudad de Buenos Aires que hoy Ortega filma con mejor pulso que Hugo Santiago enEl cielo del centauro.
Es el cine que prevalece, entre cierta obstinación feísta de Ortega, para que la ciudad deje huellas rudas y vitales en sus planos. El mérito de Ortega es que no tiene un programa estético político tan sofocante como el de El Pampero. Entonces, sea por decisión suya o por descuido, el registro directo de la ciudad palpitsnte desmiente la tesis del "mundo feo".
El otro gran pilar de Lulu es Nahuel Pérez Biscayart: un actor extraordinario que insufla libido en cada plano en que aparece. Su despliegue remite al Denis Lavant de Mala Sangre tanto como al Ninetto de Pasolini o al Lee Kang-sheng de Tsai. En todo caso, es Nahuel y listo.
No pasa lo mismo con el resto del terceto protagónico: Ailín Salas queda a merced de sus ojos hermosos pero sin acertar nunca la tonalidad. Melingo es una gran figura algo desaprovechada.
Como sea, Lulu se disfruta en muchos momentos en los que la sordidez no prevalece, y se resiente cuando se trata de enfatizar el Mal.
Es decir: podemos esperar buenas películas de Luis Ortega.