por Julieta Eme
La noche soy y hemos perdido.
(Alejandra Pizarnik)
- Todavía no entiendo por qué no querés que te convierta en vampiro. Esta casa es perfecta para que un vampiro viva en ella.
- ¿Perfecta?
- Sí, es muy vieja.
- Eso es verdad.
- ¿Cuántas generaciones vivieron acá?
- Cuatro. Después de que murieron mis viejos, mi hermana se fue con su familia a Europa.
- ¿Nunca conviviste con nadie?
- Una vez, con una chica, hace muchos años. Fueron unos meses nada más. No funcionó.
- ¿Y nunca quisiste tener hijos?
- Nunca fue mi objetivo en la vida. De todos modos, no tengo nada en contra de tener hijos. No se dio…
- La casa, además de vieja, parece tener mucha historia. Eso me gusta. Siempre me gustó, desde que venía cuando era chica. Está llena de cuadros, retratos, adornos…
- Está tal cual como la dejaron mis viejos. Como casi siempre estoy en el taller pintando o dibujando, nunca me ocupé de remodelarla.
- Ni de limpiarla mucho tampoco…
- Es verdad… Lo malo de los adornos es que juntan tierra…
- Podría venir a vivir acá.
- ¿Acá?
- A veces pienso que me gustaría encontrar un lugar al que pudiera llamar hogar o alguien a quien pudiera considerar familia…
- Nosotros somos familia.
- Sí…
- Entonces, ¿ya no querés besarme?
- No…
- Estás rara…
- Puede ser… Desde hace algunas semanas ya que vengo rara… Tal vez esté cambiando o mutando o algo así…
- No te digo que te mudes acá porque la verdad es que ya estoy muy acostumbrado a vivir solo, pero podés venir cuando quieras. Incluso podés quedarte a dormir alguna vez, si lo necesitás.
- Gracias. No te preocupes.
- ¿Estás alimentándote?
- Sí… más o menos…
- ¿Puedo ayudarte?
- Podrías dejarme tomar un poco de tu sangre…
- ¿Puedo dejarte hacer eso sin convertirme?
- Para convertirte tendrías que tomar vos mi sangre. Si sólo tomo yo un poco de la tuya, no pasa nada.
- ¿Eso te haría sentir mejor?
- Físicamente, tal vez sí. Anímicamente, no lo creo.
- ¿Qué te pasa?
- No lo sé…
- Me gusta la idea de probar ser tu víctima.
- No quiero que seas mi víctima. Sólo quiero un lugar… Me acuerdo de un texto de Alejandra Pizarnik donde la protagonista, que se llama Sombra, busca un jardín para llorar…
- Vení cuando quieras. En serio.
- Gracias.
- De nada.
- Es muy linda la terraza. Y se ve que la limpiás más seguido que los adornos de la casa…
- Me gusta subir y ver el cielo. Tengo un telescopio que me compré hace un tiempo. Puedo traerlo si querés. El cielo está despejado. Podríamos ver la luna.
- Otro día… Creo que voy a irme ya…
- Es tarde. ¿No querés quedarte a dormir?
- No… Quiero caminar un rato…
- Está bien. Ya sos grande y sos una vampira. No te voy a decir que tengas cuidado.
Julián comenzó a caminar hacia la puerta de la terraza y yo lo seguí. Atravesamos el pasillo, a cuyos lados estaban dispuestas las cuatro habitaciones de la planta alta, y bajamos por la escalera de madera, que crujía como si hubiera sido construida en el siglo XV. La escalera terminaba a un costado del living, justo al lado de la puerta de la cocina. Julián me dijo que iba un segundo a su taller a chequear algo y que luego me acompañaba unas cuadras. Me pidió que lo esperara.
Me puse a mirar la biblioteca. En un estante, encontré el libro donde estaba el texto que acababa de citarle a Julián. No sé si los vampiros tenemos alma, pero mi alma, en ese momento, era toda un hueco. Me sentí completamente sola, abandonada… alejada del alcance de cualquier ser humano.
Julián volvió. Empezó a hablarme sobre un libro pero enseguida se dio cuenta de que estaba llorando. Me sacó la mochila. Me agarró de los brazos y me sentó en el sillón. Él se sentó al lado mío.
Me saqué las botas y me acosté, con la cabeza apoyada en su pierna derecha, que me hacía de almohada. Sus manos empezaron a acariciarme la cabeza. Sus dedos iban desde las raíces hasta las puntas, rozándome el cuello y terminando en mi espalda.
Me desperté cuando estaba amaneciendo. Me incorporé en seguida. Julián estaba dormido con la cabeza hacia atrás, apoyada en la parte más alta del respaldo del sillón. Sus brazos estaban relajados al costado de su cuerpo. Con dos dedos apenas, le acaricié tímidamente la frente y un poco el cuello. Era un lindo tipo. No había dudas sobre eso.
Antes de irme, le dejé sobre la mesa del comedor el libro de Borges que me había prestado. En su lugar, me llevé el de Pizarnik. Más adelante, se lo devolvería.
Ilustración: Sin título, 2015, José Víctor Montesinos Verdú.