(Correspondencia de Andrés Calamaro con Enrique Symns) *
15 de junio, Mar del Plata
Amigo Andrés:
El hospital es el aeropuerto de la vida y de la muerte, ya que la gran mayoría nacemos en hospitales y partimos hacia la nada desde ellos, lo de tu padre es fantástico pero yo he vivido una existencia demoledora. Supe escribir que "la sangre es la única poesía que fluye como un río y por donde alguna vez nos escaparemos de noche, navegando alborozados, hasta perdernos para siempre". Pero ahora todo cambió. Como ya he dicho más de una vez, mi vida cumple con la consigna de un bolero que alguna vez compuse y que se llama Rumbo, piérdeme el rumbo. Estoy solo, sin pareja, nómade por destino y no decisión. En los últimos años me mudé veintitrés veces. En cada mudanza pierdo todo, pero sobre todo el rumbo. Como ya imaginaba, bajo cobardemente hacia la muerte por la ladera de la existencia.
Te quiere, Enrique.
27 de junio, Madrid
Querido Enrique, entiendo la debacle de los bienes materiales en la mudanza, por poco que tengas no hay cosas que resistan mudarse, abandonarlas... viajar lejos. La soledad nos interviene, nos ocupa y nos habita, creo que estamos solos aunque encontremos a la Venus de las pieles. Especialmente,¡Caray! Para mí fue un caos. Las paredes se venían encima, celebraba alucinaciones, perdí todo en mis transiciones también. Quizás tengo una camiseta con agujeros o una de aquellas camperas de cuero... como últimos bienes materiales, sobreviviendo. Sigo transitando mi mes tranquilo. Madrid está cálida, el barrio sereno con sus adoquinados y su silencio muy de apreciar en una ciudad ruidosa. Fuimos a ver a los Rolling Stones, a encontrarme con estos hermanos mayores. Asistí a una espléndida demostración de rock y de vida, sin artificios en plan Disney, sin grabaciones ni artefactos escenográficos. Se mostraron tocando juntos en un escenario normal, y habitado por los amplificadores y la batería. También vimos a la leyenda de la tauromaquia, José Tomás. Por poco se deja la vida en la Plaza de Toros de Granada. Le dio la espalda al toro, quizá porque fue a buscar el estoque para matar; el toro no dudó un segundo en atropellar al torero, que cayó redondo, inmóvil, desvanecido y con los ojos entreabiertos. Lo llevaron con pavura a la enfermería y otro torero se dispuso -no sin complicaciones- en matar al toro. Mientras lo intentaba, José salió de la enfermería, pálido: tocado pero no hundido; para matar. Merecía salir en hombros pero declinó el honor para ir a la enfermería y de ahí al hospital, sin heridas en la carne, con una costilla fisurando. Dos días después volvió a torear dos morlacos en León, dos de tres únicas faenas en todo el año. En Alicante fue Morante el artista, el más puro y flamenco de los toreros. Es mi amigo, me aconsejó leer la Conferencia del duende que dio Federico García Lorca. Realmente tiene conceptos, sonríe en la arena y sabe tomarse con filosofía una tarde gris. Te gustaría conocer a José Antonio, el arte es él. Recibe mi fraternal abrazo.
28 de junio, Mar del Plata
Andrés, en tus relatos siento que viajo contigo, aunque no salga de mi cuarto oscuro. Qué hermosos eventos a los que asististe, pero sobre todo te envidio Madrid, aunque quizá sea el de mi memoria, ya que viví cuatro años allí pero hace cuatro décadas. Los hombres que se juegan la vida por deporte nunca me atrajeron como me atraen los pistoleros. Estoy escribiendo muy lentamente, demasiado lento. Y no veo casi a nadie, no tengo amigos. Vivo en una ciudad trágica, Mar del Plata, que durante el día saca lustre a una decencia sospechosa y que por las noches se esconde de sus propios horrores.
Un abrazo
Enrique
* Entre los varios libros que me regalaron o me regalé en mi reciente cumpleaños, está el de Andrés Calamaro, Paracaídas & vueltas. Diarios íntimos, uno muy bueno que confirma lo que sabía de otro modo, que Andrés, además del cantante popular, es también uno de los grandes escritores argentinos contemporáneos. Sabrán disculparme que hable así, ya que no soy crítico literario para establecer semejantes jerarquías y no leo tantos libros de literatura actual ni anterior. Pero ya el contacto con las canciones de Calamaro me decía que es muy potente y agraciado el trabajo que él hace con el significante, su modo de decir. En el libro habla de sus giras, de toros, de sus amigos, de Charly, del Indio, de Moris, de Hugo Fattoruso y Fernando Cabrera, de Spinetta, de Pappo, de Dylan, obviamente, de insomnios y tóxicos, de redes sociales y ciudades. Y todo lo toca con un tacto delicado, medio irónico, cariñoso, desgarrado y discreto. Uno de los mejores capítulos aparece casi al final, y es esta correspondencia que él mantiene con el gran Enrique Symns, de la que reproduzco solo un fragmento. Gran libro que voy leyendo de a poco junto con los otros que me regalaron o me regalé. Y que iré comentando.