(Este post se lo dedico al lector Walter Moore, que me dejó escrito ayer este mensaje:
"Oscar Cuervo: como y por qué la otra se transformó en un medio de apoyo al oficialismo no lo se,
pero es una verdadera lástima..."). -sic-
Ya está, nuestra interna FPV está ordenada, tenemos dos precandidatos competitivos: Scioli y Randazzo. El panorama interno se despejó de manera limpia y ordenada. Cristina hace una semana les pidió a los precandidatos del FPV que se dieran un baño de humildad y decidieran con responsabilidad si creían que debían sostener sus precandidaturas o si podrían aportar más al proyecto bajándose y trabajando desde otro lugar. El primer paso importante lo dio el Pato Uribarri, declinó su candidatura hace un par de días y provocó un efecto cascada en el resto de los precandidatos: se bajaron Rossi y Taiana; en la provincia de Buenos Aires se bajaron varios de los precandidatos y en pocos días más el panorama puede estar despejado ahí también. Los diarios derechistas alentaron durante unos días la expectativa de que los precandidatos ignoraban el pedido de Cristina, pero una vez más Cristina prevaleció.
Scioli y Randazo son ambos competitivos y expresan matices diferentes en el FPV, por lo que una elección interna entre ellos va a ser muy interesante y, si se hace bien -si todos lo hacen bien-, fortalecedora para las aspiraciones del FPV de ganar en octubre. Un nuevo triunfo es posible y eso pone muy mal al Círculo Rojo (que en estos días está dando señales estruendosas de su presión disciplinaria).
Por lo pronto, Cristina lo hizo muy bien. Apeló a la racionalidad política de los compañeros con el peso que su autoridad le confiere a sus palabras. Y la autoridad de Cristina es el principal capital político que tenemos: no hay otro dirigente en la Argentina actual que tenga atributos ni aproximadamente similares. Es también el gran déficit de la derecha: no tienen una figura que, como Cristina, pueda unificar el liderazgo, la dirección estratégica, la palabra pública y la inteligencia táctica. De aquel lado, Macri y Massa son dos mandaderos erráticos y pusilánimes, cuyos atributos no logran sumarse, cuya decisión está subordinada a la dirección política de otros que no pueden hablar en público ni declarar qué quieren, porque serían repudiados si se sinceraran. El Círculo Rojo, el estrecho y poderoso grupo de jefes corporativos que dirigió la lucha contra el kirchnerismo y contra la democracia durante estos 12 años, no tiene triunfos para exhibir. Lo estuvieron haciendo mal, hcieron mucho ruido y pocas nueces.
Néstor y Cristina sentaron el precedente de que un gobierno democrático puede revalidar periódicamente su autoridad con el apoyo de la base social que lo sustenta, conservando márgenes de autonomía inéditos en la historia del país, sin haber apelado a la represión del conflicto, sin renunciar al programa de gobierno con que asumieron el mandato, sin defraudar a sus votantes, sin someterse a los aprietes de las clases dominantes aliadas al poder trasnacional y esquivando todas las trampas que les fueron tendiendo en estos años, sobreponiéndose incluso a sus propios errores, que no fueron ni pocos ni chicos. Si los Kirchner pudieron durante 12 años y Cristina se encamina, a pesar de los numerosos intentos golpistas de estos años, hacia un final de mandato con alta imagen positiva, con las variables económicas estables, y con una autoridad política que el resto de los dirigentes de este espacio político no puede sino reconocer, entonces ejercer una autoridad democrática es aún posible. Si los próximos presidentes no ejercen ese poder que les otorga el mandato popular, es porque no se animan o porque no son capaces de hacerlo. Se pueden aguantar miles de tapas de Clarín en contra y ganar elecciones.
La gran victoria del kirchnerismo es que hoy puede empezar a vislumbrarse que el "fin de ciclo" es el mito que la derecha estuvo intentando instalar infructuosamente. Un ciclo político no se termina por una imposición ni por el mero transcurso del tiempo. El ciclo kirchnerista tiene en Cristina un liderazgo aún vigente y el gran fracaso de la derecha es que no logró liquidar ese liderazgo.
Pero el ciclo kirchnerista se articula con otro ciclo, más largo y más complejo: el ciclo peronista. Ni la dictadura, ni el posterior intento alfonsinista de domar los conflictos sociales mediante una pátina socialdemócrata pseudo-modernizante, ni la infame década neoliberal pudieron terminar con el largo ciclo peronista, que aún hoy sigue siendo la clave de la singularidad política argentina. El kirchnerismo no hubiera sido posible sin el peronismo. Scioli tiene en el peronismo su plataforma y su principio rector: si gana, tiene que mantener en el ejercicio esa base que lo haría ganar. Puede perderla si se vuelve dócil a la derecha. Sin el peronismo, a Macri y a sus sponsors las cosas se le harían hoy mucho más fáciles. La derecha probó tratando de liquidar o de torcer al peronismo, pero al día de hoy, mayo de 2015, no lo están consiguiendo.
Cristina parece haber comprendido que su destino histórico no se separa del peronismo y por eso está conduciendo esta transición con una astucia inédita. Contra las expectativas de la derecha, incluso a pesar del temor de algunos dirigentes del propio movimiento de que la presidenta iba apostar a perder estas elecciones para posicionarse en la vereda de enfrente al nuevo gobierno, Cristina en estos días esta dando fuertes señales de que quiere llevar al FPV a un nuevo triunfo, aunque no será ella la que ocupe el sillón presidencial en el próximo período. Desde el respaldo que le dio a Capitanich la semana pasada en Resistencia, hasta el espaldarazo de ayer a Pichetto, pasando por la reunión con los gobernadores de hace pocos días, la presidenta no para de decirles: "vamos a ganar, cuenten conmigo para eso". Y lo puede decir porque cuenta con un apoyo popular que suma votos para los candidatos. Si se tratara de un pato rengo, no podría decir "cuenten conmigo", sino "ey, sosténganme".
La clave de estos años de kirchnerismo y el desafío para los años que vienen es el tema de la autoridad democrática: eso es lo que la derecha no soporta, porque no reconocen una autoridad que emane del voto y la movilización popular y sólo conciben la imposición que nace de su poderío económico y el acrecentamiento de sus privilegios tradicionales.
El peronismo es el partido del poder; pero, atención: del poder popular. El ciclo kirchnerista no termina si Cristina mantiene su liderazgo enmarcada en el más amplio y antiguo ciclo peronista. Algunos compañeros tenían hace poco el mal sueño de que es preferible "perder con lo nuestro", apartándose del problema que significa encabalgarse en el peronismo, resginándose con fundar un espacio testimonial de "progresismo digno". Una estupidez. Cristina, ordenando la interna como demostró que puede hacerlo, conteniendo todas las tensiones internas que el movimiento aloja, sin caer en la tentación de replegarse en una pureza identitaria que excluyera la problemática combinación de fuerzas y realidades regionales y sectoriales que el peronismo sintetiza, está conduciendo la diversidad en este tramo difícil con una pericia inesperada. La derecha se creyó sus propios cuentos de la Yegua Bipolar que prefería chocar el barco y hundirse antes que entregar el mando. El primer desafío es conducir esta interna, que se desarrolle de manera transparente y que gane el que tenga más votos. Si esto sale bien, el segundo desafío será mantener el liderazgo político aún fuera de la Casa Rosada. Sería algo inédito, pero el kirchnerismo ya hizo varias cosas inéditas.
Ayer había alegría en las filas del sciolismo, porque Cristina mostró voluntad política y eficacia en la conducción de una interna que puede llevar al gobernador de Buenos Aires hasta la presidencia. A esta altura, después de haber decidido mantener los pies adentro del proyecto, pese a las mil tentaciones que desde afuera recibió para que saltara el cerco, Scioli no tiene margen para ganar sino es con el poderoso respaldo del Frente para la Victoria.
Cristina y Scioli se necesitan, dije yo hace poco. Pero esta necesidad no es simétrica: Cristina está cumpliendo un largo ciclo en el gobierno y se va como no se fue ningún gobierno anterior: con potencia política futura. Estas elecciones no las tiene que ganar ella, aunque puede ayudar a ganarlas. Scioli en cambio tiene ahora su oportunidad histórica. Tiene, por lo tanto, mucho que ganar o perder. Hoy en día parece que él necesita el respaldo de un FPV ordenado y robusto; y Cristina tiene la llave para mantenerlo en estas condiciones. No se puede negar que Scioli lo viene haciendo razonablemente bien: se mantuvo todo el tiempo adentro, aún en los momentos de mayor tensión, pero sin dejar de ser él mismo. El atributo de Scioli es que logró ser distinto y mantenerse igual en un espacio donde predomina un liderazgo rutilante. Si llega al gobierno, va a tener que demostrar todavía mucho más que esto.
Randazzo también tiene motivos para sentirse muy contento por la manera como se viene resolviendo la interna. Cristina con su apelación al baño de humildad le despejó el camino. Randazzo es el beneficiario inmediato de este ordenamiento interno. Si los otros precandidatos se mantenían, le quitaban más votos a él que a Scioli. Ahora el ministro puede aspirar a convencer al núcleo duro del kirchnersimo de que él es quien mejor puede continuar con el proyecto. Pero tiene que advertir algunas cosas: en primer lugar, solo con el núcleo duro K no se gana: hace falta perforar un techo, hace falta conquistar a otros sectores que no lo votarán porque sea más K que Scioli, sino que solo lo harán si confían en que él puede gobernar.
En segundo lugar, es la oportunidad para que Randazzo supere un déficit que el kirchnerismo tuvo estos años en cada examen electoral: el gobierno no supo proponer nuevas metas para convocar al futuro, sino más bien se limitó a enumerar los logros alcanzados y a advertir que esos logros se pueden perder si viene otro gobierno. Ahora, si Randazzo tuviera la inteligencia de incorporar una impronta propia, tendría que proponerle a la sociedad no solo mantener lo que se hizo, sino enunciar nuevas metas deseables. Hay que tomar algo de lo que decía Taiana acerca del "segundo tomo" del modelo. Taiana podía decirlo pero no hacerlo, porque carecía del atractivo electoral que hace falta. Randazzo podría retomar la idea y expresarla en un lenguaje claro y directo: ¿qué se propone hacer en los primeros años de su posible gobierno? No solo pedir confianza, sino comprometerse. Incluso si no gana, ese compromiso puede quedar instalado hacia el futuro.
Me voy a volver por un rato un consejero. Consejo a los randazzistas: no hagan una campaña antisciolista, porque así podnrían a Scioli en el centro y renunciarían a una identidad propositiva. Hagan campaña mostrando lo bueno de Randazzo, para que gane el randazzismo y no el antisciolismo. Que el mensaje no sea "vótenme a mí para que no gane Scioli", porque eso sería rebajar su propia estatura política.
Un consejo ahora para todos los kirchneristas: no hagan campaña diciendo que el voto K es de Randazzo y que el voto a Scioli es voto opositor, o de la derecha, o de Clarín. Porque cuando se conozcan los resultados de las PASO le van a dar un argumento a la derecha, que va a tratar de contabilizar solo a los votantes de Randazzo como kirchneristas. Ojo, porque muchos kirchneristas van a votar a Scioli: no nos compremos una derrota al pedo. Si Randazzo hace unas muy buenas PASO y saca, pongamoslé, un 25%, no le demos argumentos a Clarin para que el lunes siguiente titule "Apenas el 25% es kirchnerista". Lo más inteligente que los kirchneristas podemos hacer es asumir que todos los votos del Frente para la Victoria son nuestros votos.
Un error que ya vi que Randazzo está cometiendo: criticar a Scioli por ir al programa de Tinelli. Está bien si el ministro no quiere ir, es una decisión política muy respetable. Pero Scioli va ahí a conectarse no con Magnetto, ni con Tinelli, sino con los millones que miran ese programa, un sector muy amplio, muy popular, donde hay muchos votos disponibles que aún no decidieron a qué candidato van a apoyar. Como dice Abel Fernández, los kirchneristas ultrapolitizados no solo no ven a Tinelli (o dicen que no lo ven) sino que reprueban todo lo que el programa simboliza culturalmente. Pero resulta que hay una enrome porción del pueblo que no ve 678 y sí ve a Tinelli, y es ese sector social el que hay que conquistar. No es despreciando a ese público como se va a ganar. Randazzo tiene el desafío de conectarse con esas audiencias aún cuando, respetablemente, decida no ir a ese programa.
Yo, como kirchnerista y peronista, no decidí a cuál de los dos voy a votar en las PASO y voy a esperar hasta agosto para ver quién está en condiciones de garantizar nuestra victoria. Voy a festejar si nuestros candidatos suman más que los del Círculo Rojo; y más todavía voy a festejar si uno de los dos candidatos nuestros queda primero en las PASO.
Ultima idea: no se gasten toda la pólvora en las PASO, porque hay que guardar la mejor parte para enfrentar en octubre a Macri y/o Massa.
(En otro post hablo de la derecha; de las complicaciones que atraviesa, de la debacle de Massa y del intento de bajar a Massa y/o armar una PASO antiK unificada, con Macri, De Narváez, Massa y los que hagan falta).