A esta altura ya son muchos los que saben que hace no mucho tiempo y acá cerquita vivió un genio de la música popular del siglo XX llamado Eduardo Mateo. Pero seguro todavía hace falta que se enteren muchos más. Cuando digo "genio" pretendo no abusar de la carga de esta palabra, porque se la usa con cierto descuido. Mateo es un genio porque su obra artística desborda el horizonte de expectativas de su época, porque corre los límites de lo imaginable, porque toma del aire sonidos y silencios que están flotando para todos pero las devuelve transfiguradas como muy pocos podrían. En cualquier parte que hubiera nacido este talento improbable sus semejantes habrían tenido problemas para entenderlo rápidamente. La noción de belleza que él maneja en sus canciones no es alguna que le preexistiera. La belleza fue más grande y más extraña a partir de él.
Valga esto como invitación a descubrirlo para los que aún no lo hicieron: su música requiere una predisposición a aventurar la escucha y a descubrir qué cosas puede un oído. Los genios nos enseñan a percibir las cosas del mundo, nos educan la percepción, y es ahí donde se unen la belleza con la verdad.
No es mucho lo que Mateo grabó, pero si por algún lado hay que empezar, yo recomendaría Mateo solo bien se lame, su obra maestra, a la altura del Artaud de Spnetta, por decir algo. O el maravilloso disco a dúo con Fernando Cabrera, Mateo & Cabrera, milagroso encuentro irrepetible, grabado en vivo en 1987, cuando uno de los dos estaba empezando y el otro estaba por terminar.
Si traigo el tema es porque acaba de reeditarse un libro que sería el complemento indispensable para descubrir a Mateo, Razones Locas, una minuciosa y apasionante biografía escrita por el musicólogo y periodista brasileño Guilherme de Alencar Pinto, que sirve para reponer al genio en su dificultoso contexto, el Uruguay entre los años 60 y 1990. No es que Uruguay fuera especialmente difícil, es que la singularidad de Mateo se le haría difícil a cualquier contexto, porque las demandas de la coyunturas siempre son distractivas cuando aparece un gran artista. Y si el artista es tan irregular y desconcertante como Mateo lo era, tanto en su obra como en su travesía cotidiana, entonces él se vuelve un analizador, un sujeto capaz de medir involuntariamente las reacciones, la atención, el rechazo, la distracción, la generosidad y la pequeñez del tiempo que le tocó. El libro de Alencar Pinto tiene la virtud de documentar a Mateo en sus días y por eso mismo nos ayuda a comprender cómo reacciona el hombre común cuando se topa con un hombre singular. Por eso, por registrar con precisión las reacciones que Mateo despertaba a su paso, la irrupción de canciones que se volverían clásicos años después, el libro Razones Locas es un gran documento y a la vez una especie de novela apasionante.
Yo descubrí a Mateo cuando él ya había muerto, en los inicios del siglo XXI. Y el libro de Alencar Pinto me ayudó a moverme por ese planeta extraño. Leer Razones Locas y a la vez ir descubriendo sus discos es un programa siempre interesante.
Me valí mucho del libro de Alencar Pinto para escribir una extensa nota en el número 2 de revista La otra, allá por la primavera de 2003: "Eduardo Mateo: tejedor de canciones". Que luego reproduje en el blog Un Largo (acá). En una parte de la nota, pongo:
Eduardo Mateo era un tejedor de canciones:
“Un día Mateo pasó a visitarme, yo estaba durmiendo y me despertó. Se sentó ahí en la cama. El me estaba mirando, hasta que, bueno, cuando vi la presencia de él yo en seguida me desperté más rápido, abrí la ventana, «Hola, qué tal», -era como un privilegio, ¿no?-. Y bueno, así charlando, yo agarré la guitarra, empecé a cantar una melodía que tenía. Y él me dijo: «¿tenés un papel y un lápiz?». Le di un papel y un lápiz, y me dijo: «cantá la melodía». Me la hizo cantar varias veces. Y me hacía parar, y él escribía. Así sucesivamente, una hora, dos horas... Hasta que me dice: «dame la guitarra». Agarró la guitarra y empezó a ensayar el tema ya con esas palabras, haciendo una descripción sobre mí y sobre lo que había alrededor nuestro en ese momento. Porque habla de que no había reloj y es verdad, porque el reloj que había no andaba. Habla de un jarrón con rosas: es verdad. Habla de un pantalón que estaba ahí a los pies de la cama, con flores, y es verdad – porque en aquella época usábamos ese tipo de ropa-. Habla de una guitarra marrón: sí, es verdad. Habla de lo que yo digo «yo quiero fumar», con lo cual me refiero, me gustaría aclararlo ahora, al La Paz suave. (El que habla es Pippo Spera, amigo de Mateo y también músico, unos años menor que él. Se refiere a la co-autoría de la canción Pippo, alrededor de 1968.)
Pippo, amigo que vistes color
con tu guitarra marrón
Siempre sonríes con una canción
no hay en tu casa reloj
Eres muy lento cuando sales de la cama, ah
mientras la luz se queda fría en la ventana, ah, ah...
Andan las flores por tu pantalón
dices del mundo dolor
Alguien entrando golpea el portón
rosas hay en tu jarrón
Eres muy lento cuando sales de la cama, ah
mientras la luz se queda fría en la ventana, ah, ah...
Pippo, amigo, yo sé que es verdad:
la lluvia te ha de mojar
Dices: no importa, yo quiero fumar
triste la tarde se va
Eres muy lento cuando sales de la cama, ah
mientras la luz se queda fría en la ventana, ah, ah...
- ¿Cómo te sentiste con respecto a que la letra de esta canción fuera dedicada a vos?- pregunta Guilherme de Alencar Pinto, autor de una excelente biografía de Mateo, Razones locas, editada en Buenos Aires el año pasado por Ediciones Zero.
Responde Pippo: “La primera reacción fue una decepción. Porque yo esperaba «una canción», que hablara no sé de qué, ¿viste?. Y como que de repente empieza a hablar de mí y ya se había terminado la posibilidad de que apareciera un mensaje... No sentí ni halago ni nada. Tenía un cierto no sé cómo llamarle, que se hablara de mí. Pero recuerdo que me pegó la canción en el Parque Hotel, cuando él la estrena con El Kinto, en un baile, ya con Urbano cantando. Entonces yo ayudaba mucho al Kinto. (El Kinto es la banda que Mateo tenía con Rubén Rada y Urbano Moraes, entre otros, creadores del candombe beat y adelantados, allá por 1967, del rock en castellano en el Río de la Plata). Me ocupaba un poco de la utilería -continúa Pippo-. Y me acuerdo que me llamó Mateo para que subiera al escenario, y yo dije: «algún cable, algún bafle, algo»... a ver qué era, ¿no?
Recuerda el propio Mateo: “Pippo estaba en el baile. Entonces lo hicimos subir, lo sentamos arriba de un bafle: tenés que verlo a Pippo: él siempre tenía camisas floreadas, botas de color... Pero el Pippo siempre se vistió bien, ¿no? Pantaloncito justo... «Sentate acá». Lo sentamos arriba de un bafle y le cantamos la canción. Fue el taponazo, el taponazo.”
Pippo: “Bueno, obviamente, me puse a llorar, ¿no? Una cosa que no esperaba que fuera eso, esa canción, ¿no? Ya un ente aparte de mí. Con el cuidado que la trató, con el arreglo, con la delicadeza... Algo increíble”.
Pippo, espectador privilegiado, co-autor y a la vez destinatario de la canción, testimonia acerca del “Método Mateo de defraudar/desbordar las espectativas”. Volvió a ocurrir decenas de veces: un oyente, muy bien predispuesto con el músico admirado, queda descolocado al oir la canción, le parece que algo no está bien o que es demasiado tosca o demasiado simple. Pero necesita volverla a escuchar: sólo después de varios intentos la canción empieza a abrirse para él, se da cuenta de que lo que percibió como anomalía en realidad es un viaje en otra dirección, en el que se descubren territorios desconocidos. ¿Cuántas veces la canción popular se permite este riesgo? No muchas, millones de canciones transitan por caminos ya conocidos, canciones que uno igual ama pero no producen esa inquietud.
La letra de Pippo es una descripción llana de una cosita de nada -Pippo despertándose- que puede confundirse con un costumbrismo que no supo elegir un tema más interesante. Las canciones suelen ser más dramáticas. Mateo, a lo largo de su obra posterior, volverá sobre este descentramiento: porque de lo que se trata es de echar una luz rara sobre lo que resulta familiar: entonces empieza a verse otra cosa.
(La nota completa, acá).
Regálense a sí mismos-si aún no los tienen- los discos de Eduardo Mateo y el libro Razones Locas.