Julián Domínguez la está randazzeando.
O quizás algo peor.
Quizás la única o la última interna relevante que queda en pie a esta altura del año electoral sea la que va a dirimir quién será el candidato a gobernador de la Provincia de Buenos Aires por el Frente para la Victoria. Y quien lo sea tiene serias chances de convertirse en el gobernador. Pero si la interna alcanza un alto nivel de agresividad, puede también malograr las chances de victoria.
No imaginaba que la interna se iba a plantear en estos términos: después del abrupto (y catastrófico, para las aspiraciones de Randazzo) final de la precandidatura a presidente del Ministro del Interior y Transporte, pensé que de ese desenlace todos los miembros del Frente para la Victoria iban a sacar alguna enseñanza. Por ejemplo, que no se debe usar la misma tonalidad para encarar una interna en la que uno se enfrenta tácticamente a aliados con los que comparte un proyecto estratégico; que al encarar una competencia interna hay que poner por encima de la aspiración legítima de ganar la unidad de la fuerza política que se integra, que el día después de la interna ganadores y perdedores tienen que llegar con el suficiente resto para hacer el tramo más importante de la campaña (el que los enfrenta a los adversarios políticos) juntos. Que primero la Patria, luego el Movimiento y después los hombres. Si es que de verdad les interesa la continuidad de este proyecto.
Cuando vi el paupérrimo desempeño de Randazzo en las semanas que se le asignó para demostrar que tenía con qué aspirar a la Presidencia de la Nación, esperé que al final pudiera regirse por una racionalidad que fuera más allá de la calentura de no haberse salido con la suya. Mientras la ilusión Randazzo duró, muchos compañeros postulaban que era el candidato de Cristina y que su manera destructiva de llamar la atención practicando un tosco antisciolismo respondía a indicaciones de la Presidenta. Cuando Cristina y Scioli llegaron al acuerdo político que ordenó el panorama interno del FPV y el panorama más general de la política argentina, quedó claro que Randazzo se había ido de mambo solo, que no había una inteligencia táctica que orientara su campaña, que se demostró incapaz de pensar y por ende no pudo esgrimir, después de caída su precandidatura, ningún discurso. Se había gastado toda la pólvora discursiva en demostrar que Scioli no era su adversario interno sino su enemigo; cuando Scioli quedó como el candidato del FPV, Randazzo se quedó sin discurso. Y si en política no tenés discurso, fuiste.
La dificultad a la que se enfrentó Randazzo fue la de hacerse visible ante un rival instaladísimo. Esa disparidad de fuerzas solo la pudo traducir como rencor: como Scioli estaba muy lejos suyo, como él no lograba mostrarse capaz de vencerlo y después de eso vencer también al candidato de la oposición en las generales, la política de Randazzo fue ganada por la envidia. Tanto primó esta emoción reactiva que el ministro no fue capaz de prever un Plan B, y terminó de la peor manera, malquistado con aquella de la que se jactaba de ser su mejor soldado. Paradójicamente, lo mejor que logró Randazzo es que frente a él Scioli pareciera un político inteligente y aplomado; lo peor que logró Randazzo es que Cristina le retiró la confianza. Se tapió todas las salidas y quedó solo en medio de su casa incendiada. Su táctica desbolada también logró calentar algunas cabezas que no comprendieron que el ciclo kirchnerista se inscribe en el más largo y complejo ciclo peronista y que quien mejor sabe esto es la propia Cristina.
Hay cosas que van a cambiar en diciembre, definitivamente. Los doce años K han sido, para mí, sensacionales. La democracia argentina parece empezar a salir de la postdictadura y todo está por hacerse: eso es un logro definitivo de los Kirchner. Para colmo Cristina termina su mandato con un potencial político formidable, como ningún otro presidente hasta ahora. En pocos meses ella ya no estará en el vértice del Estado pero seguirá gravitando en la política argentina de una forma que saca de quicio a sus enemigos. Cristina ya no investida con el cargo de Presidenta y, según ella misma ha decidido, con ningún otro cargo por ahora, seguirá siendo la líder de la primera minoría política del país, la más articulada, un reaseguro para defender los logros del proyecto incluso desde el llano. Todo está tan bien que solo nosotros podemos arruinarlo.
Eso si mirás las cosas con una mirada ancha. En cambio, si pensás que tenés que ganarte lugar a los codazos en pocas semanas, podés mancarte como Randazzo.
Entonces, lo que queda ahora es determinar quién va a ser el candidato a gobernador de la Provincia de Buenos Aires, un territorio clave, el 40% del país, el campo de disputa que puede desbalancear para un lado u otro la elección nacional. Con una buena campaña en la provincia, probablemente el FPV gane en primera vuelta.
Las fórmulas en competencia: Aníbal Fernández / Martín Sabbatella vs. Julián Domínguez / Fernando Espinosa. La competencia no es exactamente equivalente a la de Randazzo y Scioli. Pero hay algo en lo que se parecen. Aníbal es un tipo conocido, muy. A su notable capacidad de gestión le suma un alto grado de conocimiento, destreza comunicacional, familiaridad y, sí, también, un sector del electorado en contra. Es por ahora el candidato con mayor intención de voto, aunque algunos sondeos le asignan también una alta imagen adversa. Julián mostró capacidad de gestión cuando hubo que destrabar el conflicto con las patronales rurales después de la 125. El interior chacarero de la provincia es su territorio. Pero es un tipo que hasta ahora, más allá de su gestión específica, no parece formado en la dimensión más clásica de la política, que es la de concitar miles o millones de voluntades: ser reconocido y tener votos propios. Se tiene que hacer conocer. Esa carencia la compensa con dos apoyos fuertes: es el preferido del Papa, uno; ha hecho alianza con un importante sector de los intendentes del conurbano cuya cabeza visible es su vice, Espinosa, dos.
Aníbal le gana en las encuestas. Es más: en cualquiera de ellas, oficialistas, opositoras, profesionales o chantas, siempre Julián está apareciendo cuarto, después de Vidal (PRO) y Solá (FR). Su apremio es hacerse conocer en pocas semanas. Eso resulta difícil, porque no se sabe bien qué valor político, ideológico o cultural encarna su candidatura -más allá de los barones y del Papa-, mientras está más claro qué valores encarnan Aníbal, Vidal o Solá, Julián está urgido por mostrar algún atributo. Su situación se parece un poco a la de Randazzo. La desventaja: Randazzo tenía los trenes. Domínguez no tiene nada similar. La ventaja: a Domínguez lo bancan el Papa y los intendentes de los distritos más poderosos. Ergo: Domínguez tiene aparato, tiene fiscales en todo el territorio para controlar la interna. Aníbal tiene los votos.
Y Aníbal tiene un vice: Sabbatella, que encarna ventajas y desventajas muy distintas a la de ser el favorito del Papa o del aparato bonaerense. Aníbal + Sabbatella dan kirchnerismo, en proporciones que conjugan el peronismo todo terreno de uno con la proveniencia PC y FREPASO del otro. Nuevo Encuentro representa en esa fórmula a sectores medios no peronistas, lo que no quiere decir antiperonistas, que se acercaron al movimiento respondiendo a la llamada de los Kirchner. Es decir: Sabbatella pesa, en la fórmula, más que él mismo y su partido, ya definitivamente integrado al FPV. Porque además logró construir en la provincia una fuerza propia en tensión con el aparato del PJ. Muchos intendentes lo odian porque ha venido sumando masa crítica a expensas de ellos. Cometió la osadía de construir un partido vecinal que venció al PJ en su propio terreno. Y en los años kirchneristas, con la anuencia de Néstor y Cristina, Sabbatella mantuvo esa tensión con el aparato, una manera de agregarle un valor diferente al movimiento, una auténtica transversalidad. El viejo espíritu frentista del peronismo clásico. La mayoría se construye sumando lo heterogéneo. El peronismo nunca fue el purismo.
Ahora, muerto Néstor, con Cristina en el llano, los intendentes tienen ganas de cobrársela a Sabbatella.
Es raro que incluso algunos militantes y simpatizantes peronistas le busquen pulgas a Sabatella y no digan nada de Otacehé o Granados... ¿Será que están más cómodos con estos? O no es raro. El peronismo/kirchnerismo está hecho así.
Entonces, parece que Julián vio una oportunidad de crecer en la consideración del electorado atacando al vice de Aníbal. ¿Qué puede decir Domíngez de Sabbatella? Que no es peronista. Ay. Que no tiene historia peronista. Uf. Cosas que uno podría escuchar en boca de Julio Bárbaro o del Momo Venegas cuando hablan de Kicilloff. O de Cristina incluso, lo cual es más complicado de demostrar. Es decir: es el argumento hermiñista de los 80, el argumento vandorista de los 70: "la Patria Peronista". Esa hoja seca que se cayó con Alfonsín. ¿Se puede aspirar a ganar la provincia de Buenos Aires, bien entrado el siglo xxi, diciendo que el vice de tu rival en la interna no tiene historia peronista?
¿Julián Domínguez va a hacer campaña macarteando a Sabbatella? "No es peronista" es una macarteada. No está dirigido a un electorado de pibes que vivieron la mayor parte de su vida bajo gobiernos kirchneristas. Randazzo decía que Scioli no era kirchnerista, una frase que tenía cierta sustentabilidad en el contexto actual. Domínguez dice que Sabbatella no es peronista, una frase de hace 30 o 40 años. Se parecen en algo. Quieren crecer señalando la falta del otro, no la propia virtud. En algo difieren: Julián tiene que atacar no a Aníbal sino a... ¡su vice!, lo que revela cierta indigencia del preferido del Papa. Una debilidad ostensible. Uno sabe que cuando Randazzo atacaba de ese modo a Scioli había cientos de miles de kirchneristas que podían hacer verosímil esa acusación. Cuando Domínguez ataca así a Sabbatella parece que solo quiere conquistar el favor de los intendentes, no el de sus votantes. O azuzar viejos fantasmas macartos que él supondrá que todavía pueden surtir efecto en la política argentina. "El infiltrado". Ojo, puede ser que no sea una apelación pragmática sino ideológica y Domínguez piense realmente que no ser peronista es un disvalor para formar parte del Frente para la Victoria. Néstor, que era mucho más peronista que Domínguez y Espinosa juntos se reiría si escuchara eso. Porque cuando el peronismo tiene que replegarse en una esencia fijada, huele a derrota. La victoria es frentista.
La función de verdad en política no se resuelve en una correspondencia con los hechos objetivos, sino en los efectos del discurso. Lo peligroso de la macarteada de Domínguez es que logre abrir una caja de Pandora. Que inflame de macartismo a un sector de la militancia para quienes el Enemigo Interno sea el Progre de Nuevo Encuentro. Que es la transposición defectuosa, algo farsesca, de lo que significaba el Zurdo para Rucci o para Herminio. El hecho de ser el preferido del Papa y de contar con el favor del aparato no ayuda a disipar este tipo de prevenciones que el desempeño de Julián nos está despertando. Al contrario.
¿Será acaso Domínguez un facho al que hay que darle tiempo para que se manifieste? ¿Será el tipo destinado a arruinar el ordenamiento interno logrado por el acuerdo entre Cristina y Scioli? Con una campaña anti-Aníbal o anti-Sabatella, o más llanamente, macartista, ¿podrá Domínguez lograr la hazaña triste de dividir al peronismo/kirchnerismo bonaerense en vísperas del triunfo? ¿Logrará el milagro de desgastar en una refriega interna a un Frente que tiene todas las de ganar? Hay que pensar que, a diferencia de Randazzo, Domínguez no está solo. Que lo bancan ya sabemos quiénes. Pero ¿se gana así una elección? Y de ganarla, ¿se puede gobernar con este programa político (por decirlo de alguna manera) a una provincia que es casi un país?
Domínguez dice que Sabatella no tiene historia peronista...
Julián Domínguez es un dirigente del peronismo bonaerense con vasta trayectoria en los gobiernos nacionales de Carlos Menem y Eduardo Duhalde y en la gobernación bonaerense de Carlos Ruckauf. Durante la gestión de Menem cumplió funciones en los ministerios de Salud, Interior y en la Jefatura de Gabinete. En 1999 asumió como ministro de Obras Públicas bonaerense, de la mano de Ruckauf. En 2002, con la asunción de Duhalde como presidente, fue vicejefe de Gabinete, detrás de Alfredo Atanasof.
Ciertamente se podría construir un párrafo similar con la trayectoria de Aníbal o del mismo Scioli. La diferencia es que el Jefe de Gabinete puede asumir ese pasado, e incluso lo hace con cierta gracia ("soy Duhaldista portador sano") y es consciente de la necesidad de proyectarse hacia espacios más amplios y generosos. Scioli puede manifestar su afecto por Menem públicamente y eso le permite recomponer su biografíaa política sin desmentir su permanencia en el kirchnerismo. Mientras que Domínguez parece proponer un repliegue hacia su opaca historia de peronista y tensar la cuerda de la discordia. Y nada más.