Fin de la Copa América. Otra final perdida, pero con sensaciones diferentes. La distancia que existe entre el mundial y este torneo es abismal. Lo bueno que hizo Argentina entonces no fue ratificado en Chile. Los altibajos que demostró le costaron muy caro. A pesar de no haber perdido en los noventa minutos nunca, no supo hacerse cargo de la potencialidad de los jugadores que tiene ni de la actitud que hay que sacar en esta clase de partidos. Eso es lo que duele: no mostrar el pecho y hacerse cargo de lo que se tiene.
La final fue mediocre, intensa, pero irremediablemente nerviosa, imprecisa, mal jugada. Los dos equipos mejoraron en parte lo peor que tenían (la defensa) y empeoraron lo mejor que sabían hacer (atacar). Los primeros minutos mostraron una idea táctica distinta en Argentina. Martino no utilizó la presión asfixiante de otros encuentros y decidió esperar, con un medio campo más alejado de Agüero, aguardando por una contra veloz. No es algo ilógico pero tampoco hubo un plan b (como nunca lo hubo en la Copa) por si la estrategia no funcionaba. De hecho, si se apuesta al contragolpe, pero quienes deben hacerlo efectivo fallan o no están finos, hay que cambiar. Chile no proponía demasiado en esos minutos, apenas pelotazos profundos a la espalda de Rojo, pero sin llegadas claras. En las pocas réplicas argentinas, Di María estuvo pasado de rosca y probablemente su lesión se relacione con el exceso de velocidad que le imprimió innecesariamente a las jugadas en las que intervino. Lo anterior quedó al desnudo en una jugada en la que Messi le da un pase extraordinario y el fideo queda en off side a causa del derroche de energía. Una nueva lesión en instancias definitivas lo dejó afuera. Amerita, por lo menos, un análisis a futuro.
Entra Lavezzi. ¿Entra Lavezzi? Sí, no se puede entender muy bien la razón. Es un jugador con actitud pero irrelevante. ¿Tevez? Ni ahí. Martino parece hacer caso omiso a los argumentos mediáticos que laceran el fútbol. Lo convoca pero no le da oportunidad y lo pone por detrás de Lavezzi e Higuaín. Esta es la mejor versión del apache, sin duda. Cuando se lo proclamaba como el jugador del pueblo, se exageraba. Racionalmente se sabía que sus aportes en la selección no habían sido brillantes; sin embargo, este año su desempeño en la Juventus, en una función más retrasada, fue superlativo. Pero Martino se equivocó. Confió en Lavezzi para ese rol y lo único que aportó es más barullo en el ataque. Luego, apostó por Higuaín, jugador cuya convocatoria habría que replantearse si se considera lo pobre que fue su eficacia en la final del mundial y la opaca intervención en la Copa América, con penal a la tribuna incluido. Si se sigue la carrera del delantero, se comprobará que no está nunca afilado para los partidos decisivos.
Lo que se vio en el resto del primer tiempo es que Argentina cedió rápidamente la pelota, que Chile no supo aprovecharla y entonces el desarrollo derivó inevitablemente en la desprolijidad. Argentina parece no encontrar el rumbo y los de arriba no se encienden. Pastore comenzó desde temprano su crónica habitual de una muerte anunciada: perdió la pelota con mucha facilidad, sin embargo, el técnico resuelve mantenerlo en cancha hasta el minuto 79. El árbitro, mediocre como el partido. Cobró erráticamente pequeñas faltas y resintió la dinámica del juego. Los dos mejores jugadores de Argentina y Chile, estuvieron bien marcados y no gravitaron.
En el segundo tiempo todo empeoró. Argentina mantuvo la actitud ceñuda, no sacó pecho y ni por asomo se propuso jugar con protagonismo. El equipo se vuelve Messi dependiente en la peor versión. A esta altura uno piensa en voz alta: si tenés jugadores de elite y no pasa nada, lo que queda es el temperamento. Y ahí se destaca Mascherano, inmenso como siempre. Pese a los esfuerzos, la selección quiso que el rival se agrande. Le cedió el protagonismo, se apagó. Hay momentos decisivos en un partido que ponen a prueba a un técnico. Chile tiene a sus tres defensores amonestados y Martino determina seguir con Agüero solo, en vez de acompañarlo para buscar alterar a la última línea. No solo no lo hizo, sino que sostuvo hasta muy tarde a Pastore. Luego, habrá una chance para cada uno. Chile la tuvo en los pies de Alexis Sánchez (de flojísimo torneo) y Argentina fue por el milagro de Messi: tremenda corrida para que Lavezzi e Higuaín desperdicien una vez más las escasas oportunidades de gol. El alargue es un injerto de un partido flojo, y los penales una consecuencia lógica. Para Argentina, vuelven a ser un precio muy caro. Contra Colombia se le dio; hoy no.
Ahora, vendrán seguramente los discutidores seriales a defenestrar a Messi con sus comentarios mesiánicos. Cuando juega un partido regular parece que el mundo se derrumba. La marca de Chile fue sorprendentemente eficiente, pero las únicas opciones de gol pasaron por él. A los hechos me remito: en el minuto cinco, hizo una jugada de arrastre por derecha y Agüero no llegó; a los diecinueve, pateó un tiro libre con ángulo cerrado, cabeceó Agüero y atajó el arquero; en la última jugada de los noventa, trazó un recorrido extraordinario pero sus compañeros frustraron la posibilidad. Parece poco, pero en un partido mediocre, todo se empareja hacia abajo.
¿Quiénes nos creemos que somos? es el título de un disco de Deep Purple de 1973. Terminó el partido, revisé las crónicas que escribí sobre esta Copa América y me surgió la pregunta. Es una linda oportunidad de cara a lo que viene para pensar en lo que pasó y para qué estamos. Yo me animo a la respuesta: tenemos jugadores para estar entre las cuatro o cinco mejores selecciones del mundo, pero mientras no asumamos eso desde la dirección técnica y desde los proyectos futbolísticos que se llevan a cabo, que se eligen, que se interrumpen o se les da continuidad, con las selecciones juveniles incluidas, a lo mejor que podremos aspirar es a los subcampeonatos. No está mal, pero queda el sinsabor de que pudo haber sido distinto, sobre todo esta tarde que ya se extingue inexorablemente.