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El Clan (Arquímedes Argento, casado y con hijos)

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por Oscar Cuervo

Vamos a ahorrarnos tiempo y caracteres: El Clan, la nueva película de Pablo Trapero, es muy mala. 

Mala con ganas. Sorprende encontrar ahí la firma del autor de Mundo Grúa. A esta altura de su desarrollo como productor y cineasta, la ópera prima de Trapero queda infinitamente lejos. Ese vigor fundacional, esa frescura, parecen hoy un milagro insondable. Los pasos posteriores del director aseguraron que el retorno a ese prodigio inicial sea imposible. Por supuesto, a muy pocos puede importarles mi nostalgia por aquel comienzo, en la semana en que El Clan supera el récord de los primeros siete días de Relatos Salvajes y Metegol. Trapero y sus productores deben sentirse muy contentos. Pero el fiasco artístico de El Clan impresiona incuso si omitimos su gloriosa película inicial. Leonera, Carancho, Elefante Blanco son todas películas que oportunamente fueron objetadas en este blog; sin embargo, detrás de la creciente falsedad y vacuidad, había en todas ellas una cierta pericia en los detalles de terminación del producto. Algunas astucias de guión, una eficacia en el tono actoral y en el ritmo... algo. Elefante Blanco ya sufría de un grado de convencionalismo asfixiante, los hilos del marketing quedaban demasiado expuestos, pero aún así se sostenía como producto (y no digo una palabra de la política de estas películas, acepto el límite de considerarlas como vehículos de puro entretenimiento).

Lo de El Clan es mucho peor.

"Basada en hechos reales" dice el cartelito del comienzo, como advirtiéndonos que algo no va a andar. El video de Alfonsín recibiendo el informe de la CONADEP, el discurso de Galtieri, las indicaciones cronológicas "septiembre de 1984", "dos años antes", más que poner en marcha la máquina de narrar, funcionan como admoniciones de la desconfianza que el autor siente por su propio juego. Apela a procedimientos del que no quiere o no puede poner en escena un conflicto y necesita de alfileres de gancho grueso para que el bricolaje se sostenga.

Hay una cosa que me llama la atención: si me invitan a conocer la historia de una familia que durante varios años se dedica a secuestrar personas y alojarlas en su propia casa, si me dicen que mientras practica estos secuestros y asesinatos la familia mantiene la apariencia de normalidad, si me anticipan que el padre es un frío psicópata que obliga a sus hijos a participar en actos horrendos, yo puedo disponerme a descender a un infierno tenebroso pero encantador, lleno de emociones incorrectas. La canción "Encuentro con el diablo", que suena dos veces en la película, casi al principio y al final, delata cierta añoranza por lo demoníaco que la película defrauda. Guillermo Francella, encorsetado en un personaje plano y sin matices (algunos críticos imprecisos dicen que es un psicótico, pero quieren decir un psicópata) tiene que recitar parlamentos imposibles, escritos en un curioso español neutro que ya no esperaba encontrar en una película argentina. Lo que jamás logra es mostrar un destello de auténtica maldad. Es solo un Pepe Argento contenido, canoso, sin bigotes y haciendo cosas feas. Ninguna escena permite vislumbrar la anomalía del padre terrible que instala el horror en el seno amoroso de su intimidad. Sólo vemos a Francella haciendo fuerza por no desbordarse y a Trapero diciéndole desde atrás "actuá poco". Probablemente sea la peor actuación de su carrera, aunque el 90% de la crítica argentina diga lo contrario.

Otro mito que no resiste la visión de la película es la "actuación consagratoria" de Peter Lanzani. No puedo decir si está mejor o peor que en sus actuaciones anteriores, porque nunca antes lo vi. De lo que estoy seguro es que tiene una misión ingrata y destinada al fracaso. La concepción de su personaje le impide estar bien. La marcación para él es mostrarse agobiado, tenso y amedrentado por el despotismo paterno, desde la primera escena hasta el estallido del final. No hay transición, ni tampoco el espesor dramático que nos permita entender la dualidad de inocencia y abyección que el personaje debería sostener.

Y con esto me refiero a los dos únicos personajes que logran cierto desarrollo; ni hablemos del resto de la familia, ni la madre ni los hermanos ni la novia, mucho menos las víctimas secuestradas tienen el menor peso dramático. Sus roles son cubiertos con pereza resignada, desde la escritura del guión hasta el desempeño ante cámaras. Y lo digo así porque así se ve: un conjunto impreciso de actores recitando líneas escritas sin ganas. Es evidente que Trapero opta por filmar un vínculo paterno filial tortuoso y al resto de sus elementos los trata como decorado. Del uso "scorseseano" de las canciones no digo nada porque me deprimo.

Si el cine es el arte del punto de vista y ahí se juegan la política y la emoción de una película, justo ahí Trapero se muestra errático e impreciso. El Clan parece amarrarse al personaje de Alejandro, el hijo, pero sus motivos son difusos y su sometimiento inerte apenas despierta una débil curiosidad y ninguna pasión. Esa falta de eje se hace notar en la textura deshilachada de la exposición cronológica, con sus avances y retrocesos antojadizos, en la sucesión indiferente de secuestros y muertes, y en la confusión espacial y temporal de la escena clave del operativo policial. Sin punto de vista, el texto boya en la nada.

Quizás lo más interesante sea apuntar esto: la puesta en contexto histórico (fin de la dictadura, transición democrática, etc.) amaga con una politización que el desarrollo de la película desmiente: no se encuentra ahí a la sociedad argentina, ni a la dictadura ni a la democracia ni nada, solamente a un padre despótico y un hijo sumiso. El conflicto filial absorbe toda posibilidad de reconocer un drama histórico. Tragedia tampoco hay porque la unidimensionalidad de los personajes no la habilita. Es curioso: en esto El Clan coincide con el otro estreno nacional resonante de este año, La Patota. Películas que coquetean con la política pero al final la reducen a conflictos psicológicos entre padres e hijos. Más que la autoría de Mitre, Llinás o Trapero parece pesar Telefé.

Por último: algunas reseñas reconocen a regañadientes que al menos Trapero es más eficiente que aquellos productos de Aries de los años 80, tipo Pasajeros de una pesadilla, En retirada y otras así, que aprovechaban la truculencia de la sociedad post-dictatorial. Protesto: esos exponentes de exploitation eran más honestos en su oportunismo descarado, más divertidos y estaban más vivos. Rodolfo Ranni, Julio De Grazia y Ulises Dumont le ponían más garra y más talento a sus mamarrachos.

Ahora: no vamos a negar que Trapero y Telefé saben lo que hacen a la hora de vender entradas. Solo espero que la versión televisiva de Underground y Luis Ortega le devuelvan a esta historia el goce que se merece.

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