(Ssntiago Loza, 2014: se estrena hoy en Buenos Aires)
por Oscar Cuervo
A veces creo que dirigí películas como resultado de accidentes. Cuando hacerlas era inevitable. Sin esperar nada más que la sorpresa.
Cuando estábamos en Francia, dando un taller para un grupo de actores, en un idioma que no manejo. Junto a Eduardo Crespo que portaba una pequeña cámara. Nos dijimos: tienen unos rostros para ser filmados, estamos en una ciudad bella. ¿Cómo sería filmar una película solo con eso? En Europa, pero con las mismas condiciones precarias con las que hicimos otros rodajes. ¿Cómo sería hacer una película siendo extranjeros? ¿Cómo se hacer una película sobre un grupo de actores desconocidos? ¿Es posible filmar la amabilidad de los extraños?
No sabíamos si había una película posible, solo teníamos el deseo.
La película la encontró mucho después Lorena Moriconi, en la edición como ha sucedido antes.
Nosotros vivimos la experiencia con ellos, también la perdida, el deambular.
Nos extraviamos, pero como dice el título, no es grave; perderse, puede ser la condición necesaria para un encuentro.
SANTIAGO LOZA
por Oscar Cuervo
Un grupo de actores provenientes de distintos lugares y un equipo dedicado a la realización cinematográfica se juntan en una ciudad francesa para hacer un workshop (uno de esos dispositivos artísticos/ productivos/ financieros trasnacionales que caracterizan a esta época) y de ese encuentro saldrá una película de rumbo incierto. No una pelicula de cruces, sino de trayectos que ocasionalmente se encuentran y se separaran inevitablemente. La contingencia y fragilidad del vinculo, el lugar ajeno, la oportunidad de un contacto sin historia ni futuro, bañarán la estadia de una luz relajada, suave y melancolica.
La voz femenina que encarna la primera persona de Si je suis perdu, cést pas grave (Si estoy perdido, no es grave) declara en lengua francesa que se trata de una película europea. Pero la película no está hecha por europeos. Esa posición oblicua desde la cual habla augura una distancia: la argentinidad de la película está corrida un grado, oculta detrás de la admiración, las resonancias mitológicas (Gardel, Canaro, Cortázar, Saer, Copi..., que ni siquiera hace falta decir para que se nos aparezcan), el amor y el odio que los argentinos -y particularmente el cine argentino- sienten por Francia, por el cine francés, por Godard y Truffaut, que ni siquiera hace falta decir, por las ciudades francesas y los campos de Francia, por la luz incomparable de su cine (aquí genialmente capturada por el trabajo fotográfico de Eduardo Crespo). La argentinidad aparecerá en las voces que desde el off "leen" los gestos de los rostros de los actores/personajes, pero por sobre todo en la irrupción de una canción de Sandro, irrupción que es, mucho mas que la de una simple canción, parte de un inventario sentimental, colectivo y sudamericano, y más aún un modo de tratar los sentimientos en la obra de Loza. Irrumpe el canto popular argentino, su amado desborde, pero también una modalidad de lectura que hace de él el teatro porteño actual, de cual Loza es exponente principal.
Santiago Loza expande su poética sin descanso, no en un sentido evolucionista, sino por su producción tenaz y desatada, animándosele a la imperfección, a hacer "obras cascadas", como dijo una vez en La otra.-radio, sin la vanidad de lo perfecto, arrojándose al riesgo del rumbo incierto, a la tentativa que alberga la posibilidad del error pero asimismo el milagro. Por eso ganó en soltura y en placer en estos años, en ductilidad y coraje, en una especial destreza para tocar las cuerdas del sentimiento que es su marca de autor, desde Nada del amor me produce envidia hasta La paz o la serie televisiva Doce Casas. Pocos como él manejan las tramas delicadas del sentimiento, del dolor, el desgarro, la frialdad y la calidez, sin sonar paródico, cínico ni bobo.
Rosa Patria es una película de 2008 en la que Santiago ya declaraba su filiación perlongheriana, ni paródica ni cínica ni boba. En su momento, cuando recién asomaba a la producción cinematográfica y teatral, por sus vaivenes estilístcos inesperados, los críticos no terminaban de entender los movimientos de Loza. Ahora, pasadas unas cuantas películas (con Los labios, co-dirigida con Iván Fund como punto de inflexión para la carrera de ambos) y muchas más obras teatrales, Loza se hizo experto en poner en obra su (nuestra, argentina) propia melancolía, su fobia, su desesperación, su ternura, sus (argentinas) potencias y sus (nuestras) impotencias . Quizá por su cercanía con los actores de teatro, para los que escribe incansablememte, como si fueran violines, flautas, oboes, timbales, violas, cellos, contrabajos, es que se volvió un afinador de rostros. Si je suis perdu, cést pas grave es una película que juega a leer los rostros de sus actores/personajes, sus formas, sus secretos íntimos hechos gesto.
Loza llegó a ser un gran cineasta. La vibración que consigue extraer de esos rostros no está desligada de los otros elementos que su poética organiza: ante todo las palabras. Loza es un cineasta escritor y esta película tiene una respiración de poema más que de otra cosa, por eso no es justo tildarla como film-ensayo. Es lícito que en determinados momentos de los actores y actrices frente a cámara alguien encuentre resonancias del cine de Eduardo Coutinho (que ni siquiera sé si Santiago conoce), pero a Loza le interesa el registro de esos gestos en tanto le permitan poetizar, interactuar con las palabras, jugar con las formas.