El diablo, probablemente
Estoy algo impresionado por el despliegue histriónico de Bergoglio en su tour por Norteamérica y por el fervor con que esa sociedad frívola y violenta ha adoptado al viejo obispo que viaja en Fiat 500 como un fetiche pop. La sociedad norteamericana, tan iconófaga, está tragando ostias a lo bestia, en un rescate vintage de cierta excentricidad sesentista. Hasta los senadores republicanos que mandan a arrasar poblaciones enteras se ponen a lagrimear como cocodrilos.
El cura de Flores parece haberse preparado toda su vida para esta performance teatral, pero además de sus dotes personales, Bergoglio lleva en sus sistema nervisoso la astucia jesuítica y la capacidad aparentemente inagotable de la iglesia romana para regenerar su poder a través de las épocas. Cuenta con la mala fe de un auditorio propenso al sentimentalismo barato de la ceremonia hollywoodense. Nuestro lindo papa peronista no los va a poner en evidencia, sólo pretende enternecerlos por un rato.
Cuando habla ante auditorios del poder concentrado, como el Capitolio o la Asamblea General de la ONU, Francisco (que es Bergoglio) empieza mascullando en un tono muy quedo, exagerando cómicamente la lentitud y la fragilidad del anciano circunspecto. Su voz cansina y su tonalidad apagada parecen encarnar la sapiencia curtida de una tradición arcaica y descarnada. A su vez, el repertorio de cuestiones que atraviesa lo muestra como un intérprete agudo del signo de los tiempos, un político avezado en un mundo de dirigentes mediocres: el deterioro ambiental es criticado desde una ontología densa, la cual le recuerda a la humanidad su ligazón con la naturaleza y se le advierte al despliegue usurario de la provocación tecnocientífica el riesgo de erigirse como instancia última, en una dirección que evoca la crítica heideggeriana a la voluntad de poder:
"La crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre: “El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza” (Benedicto XVI, Discurso al Parlamento Federal de Alemania, 22 septiembre 2011; citado en Laudato si’, 6). La creación se ve perjudicada “donde nosotros mismos somos las últimas instancias [...] El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos” (Id., Discurso al Clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto 2008; citado ibíd.). Por eso, la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer (cf. Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones (cf. ibíd., 123; 136).
"Sin el reconocimiento de unos límites éticos naturales insalvables y sin la actuación inmediata de aquellos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de “salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra” (Carta de las Naciones Unidas, Preámbulo) y de “promover el progreso social y un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad” (ibíd.) corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables.
"La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los pueblos.
"Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental. La experiencia de los 70 años de existencia de las Naciones Unidas, en general, y en particular la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio, muestran tanto la eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales como la ineficacia de su incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz. Cuando, en cambio, se confunde la norma con un simple instrumento, para utilizar cuando resulta favorable y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones inermes, el ambiente cultural e incluso el ambiente biológico".
El respeto a las diversidades, a la biodiversidad y a la diversidades nacionales, parece toparse con un límite infranqueable ante la noción medieval de una "ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer". Ahí parece que no hay diversidad que valga, sino la naturalización autoritaria de un modelo patriarcal impermeable a las mutaciones epocales. En nombre de la defensa acendrada de la familia, Bergoglio excluye de su comunidad organizada a millones de nuevas familias que en las últimas décadas han ido integrando diversidades de vínculos que el sexismo segregaba. En la utopía cariñosa que el Papa propone a las naciones, las nuevas formas vinculares que la sociedad produjo son reprobadas como una "una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables". Lo extraño es que un discurso tan impregnado de respeto a las criaturas condene sordamente a las diversidades como anomalías producidas por una colonización ideológica. Si la iglesia ha sido precisamente el más mortífero dispositivo de colonización ideológica, que logró imponer su modelo de familia patriarcal a costa del exterminio de etnias enteras y de la segregación velada de sus propias "ovejas descarriadas", si el Papa eleva el dedito índice en nombre de los excluidos, si se dirige a la Unidad Total de las Naciones, ¿de dónde provendría esa amenaza externa contra la que nos convoca a ponernos en guardia? ¿Seráin fuerzas alienígenas las que amenazan a la Sagrada Familia? ¿O algo aún peor?
En un contexto diferente, en una escuela católica de Harlem, Bergoglio vuelve a sorprendernos con su histrionismo. Ya no es aquel anciano cansino y circunspecto, sino el abuelito perverso que con un goce imprevisto asusta a los niños hispanos con la figura... ¡del Diablo! (Ver a los 8 minutos de este video):
A los chicos hispanos de Harlem Bergoglio les habla como ¡hace apenas cinco años! les habló a las monjas carmelitas, cuando demonizó al matrimonio igualitario, no como habla a los dueños del mundo en las Naciones Unidas. Los trata como monjitas bobas, con su lenguaje de abuelito sádico:
"Recuerdo una frase de Santa Teresita cuando habla de su enfermedad de infancia. Dice que la envidia del Demonio quiso cobrarse en su familia la entrada al Carmelo de su hermana mayor. Aquí también está la envidia del Demonio, por la que entró el pecado en el mundo, que arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y dominar la tierra.
"No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política, es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ´´movida´´ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios. Jesús nos dice que, para defendernos de este acusador mentiroso, nos enviará el Espíritu de Verdad".
Sorprende otra vez: el que ahora se llena la boca hablando de derechos ambientales hace 5 años les decía a la carmelitas que el mandato de Dios al hombre y la mujer era dominar la tierra, un antropocentrismo que fundamenta cualquier tropelía ambiental. ¿De qué querrá liberarlos hablándoles de esta manera? Del diablo, probablemente. ¿O será al revés?