Editorial del número 13 de la revista de cine Kilómetro 111. Hoy viene a La otra.-radio su director, Emilio Bernini. Medianoche, FM La Tribu, 88,7, online HD o SD
Por otro lado, la modalidad de la ficción, que representa el acontecimiento político en sus manifestaciones en el plano de la vida cotidiana, banal. En su tetralogía, Alexander Sokurov narra una jornada en la cotidianidad de aquellos que fueron responsables en la orientación y el destino del acontecimiento (Hitler, Lenin, Hirohito). Esta configuración se da en la forma paradójica de un materialismo –corporal, obsceno–, pero en el interior de una representación no histórica sino legendaria o mítica, desde el modelo fáustico del poder (“A la búsqueda de un ethos antiguo. Nostalgia y ritos militares en Sokurov”). La revolución rumana y sus efectos parecen revelar otra articulación entre el acontecimiento y la vida cotidiana. En este caso, no para los responsables del acontecimiento, sino para aquellos que viven entre la frustración de las expectativas de un futuro democrático que nunca llega y la persistencia de un pasado totalitario y burocrático que no termina de alejarse. El acontecimiento político revolucionario deriva así en el aplastamiento de la vida (“Entre los tiempos. Apuntes parciales sobre el tiempo, el cuerpo, el lenguaje y la política en el nuevo cine rumano”).
El acontecimiento político no tiene, por sí mismo, imagen propia, como no tiene tampoco discurso verbal; por el contrario, se constituye en ellos, con ellos. Alain Badiou ha enseñado que un evento emancipatorio no adquiere ese carácter sino de modo retroactivo, por medio de las acciones que llevan a cabo aquellos que son fieles a él, otorgándole en efecto entidad con esa lealtad amorosa. Entre esas acciones es necesario contar el trabajo del cine: porque el cine es un sujeto de configuración, y porque el acontecimiento requiere, para su propio ser, visibilidad. Esa imagen (del) acontecimiento cinematográfica no deja de entrar en conflicto con las imágenes masivas de los medios como la televisión e internet, que operan ya por medio del directo, en el primer caso (supeditado al control de las corporaciones mediáticas); ya por medio del desconocimiento o la sustracción de la mirada, del punto de vista, en el segundo. El cine es, por el contrario, constitución de una mirada, pero siempre tardía, demorada, indirecta.
En esa configuración cinematográfica de la imagen (del) acontecimiento pueden señalarse, en nuestro corpus al menos, dos modalidades: por un lado, la necesaria relación entre el registro del acontecimiento, que lo contiene en su potencia, en su virtualidad de sentidos, y el ingreso de ese registro en un orden audiovisual. En el cine contemporáneo esos órdenes pueden ser observacionales, formalistas, pospolíticos y micropolíticos (“La revuelta. Registros contemporáneos del acontecimiento político”). En la misma modalidad, resulta paradigmático Memory of the camps (el film de Sidney Berstein filmado en abril de 1945, el mismo día de la liberación del campo de Bergen Belsen, cuya versión completa pudo verse recién el año pasado), por la compleja exigencia que planteó la edición de esos registros del horror del genocidio. El film parecería demostrar que ya no es posible el documental después de Auschwitz: no tanto por su inefabilidad, sino más bien porque resultaba crucial inventar un lenguaje, un modo inédito de ver (de ver lo inédito) que le diera forma y sentido a lo inimaginable (“Desmontar los campos, montar las imágenes”).
Por otro lado, la modalidad de la ficción, que representa el acontecimiento político en sus manifestaciones en el plano de la vida cotidiana, banal. En su tetralogía, Alexander Sokurov narra una jornada en la cotidianidad de aquellos que fueron responsables en la orientación y el destino del acontecimiento (Hitler, Lenin, Hirohito). Esta configuración se da en la forma paradójica de un materialismo –corporal, obsceno–, pero en el interior de una representación no histórica sino legendaria o mítica, desde el modelo fáustico del poder (“A la búsqueda de un ethos antiguo. Nostalgia y ritos militares en Sokurov”). La revolución rumana y sus efectos parecen revelar otra articulación entre el acontecimiento y la vida cotidiana. En este caso, no para los responsables del acontecimiento, sino para aquellos que viven entre la frustración de las expectativas de un futuro democrático que nunca llega y la persistencia de un pasado totalitario y burocrático que no termina de alejarse. El acontecimiento político revolucionario deriva así en el aplastamiento de la vida (“Entre los tiempos. Apuntes parciales sobre el tiempo, el cuerpo, el lenguaje y la política en el nuevo cine rumano”).
Finalmente, en la misma línea de lo que habría que llamar una cotidianidad larga del acontecimiento político, el modo en que Malvinas sigue siendo un proyecto (de representación) inacabado, por el delicado entramado imaginario, político, estético, literario y cinematográfico que la sigue configurando, que no deja de volver a hacerlo y aun así (no) parece dar (nunca) con su “forma exacta” (“Malvinas. Una representación inconclusa. En torno a La forma exacta de las islas”).
Nota del Editor de La otra: este número de Kilómetro 111 también incluye una entrevista que le hicimos Bernini y yo a Raúl Perrone y un texto mío sobre Ragazzi, la película de Perrone que se proyecta por última vez el viernes próximo en el MALBA (Ver acá).
Nota del Editor de La otra: este número de Kilómetro 111 también incluye una entrevista que le hicimos Bernini y yo a Raúl Perrone y un texto mío sobre Ragazzi, la película de Perrone que se proyecta por última vez el viernes próximo en el MALBA (Ver acá).