por Oscar Cuervo
Conzoco poco de la filmografía de Raúl Perrone, a pesar de que estuve al tanto, por comentarios de terceros, de su fidelidad a unas premisas artísticas y productivas que terminaron por convertirlo en modelo de independencia. Siempre se mantuvo al margen de las relaciones públicas que suelen favorecer el acceso de las camarillas a los festivales. Siempre filmó en un esquema de bajo presupuesto que le permitió hacer el cine que se le cantaba, por pura necesidad expresiva. Siempre filma en (y a penas sale de) un espacio geográfico y humano: Ituzaingo, en el oeste del conurbano. Las pibas es su primera película en años que puedo ver en una sala de cine bien equipada.
Perrone reduce el número de eventos narrables al mínimo posible. También las locaciones y las posiciones de cámara. Dos chicas en el tránsito de definir si siguen juntas, si se separan, si deben cortar todo vínculo o mantener una pareja que hasta ahora no logran encaminar. Están separadas o separándose o volviendo a empezar. El tiempo que se toman en esta dilación no es el que se tarda en informar de la situación a un espectador, sino el tiempo que se tarda en vacilar. La cámara de Perrone está ahí absorta, no tanto en la resolución de la intriga amorosa sino en la rústica textura del espacio que habitan. Habitaciones de paredes descascaradas, marcadas, manchadas de humedad, oscuras, colores saturados. La cámara de baja definición aporta su propia textura y el resultado es extraño, hipnótico. Creo que Perrone nunca dejó de ser el artista plástico que era antes de ser cineasta. La belleza de sus imágenes no parece ser el resultado de un cálculo, sino del encuentro íntimo entre la fragilidad del mundo y los personajes retratados y la fragilidad del dispositivo de registro. Hay algo así como una posición ética en su búsqueda: la belleza del mundo no puede resultar de operaciones técnicas ajenas al mundo retratado. Una imagen de alta definición tendría algo de obsceno en este caso. Esto solo alcanza para reconocer en unos segundos el cine de Perrone en el marco de todo lo visto en el festival. Este encuentro de forma y contenido para dar un resultado original creo que distingue a la posición del artista de la del impostor.
En la función de estreno en el Bafici alguien le preguntó cómo es que había llegado a tocar un tema "difícil" como el lesbianismo en esta película. Perro respondió que no sabía, que se enamoró de un espejo roto en una habitación oscura y que quiso filmar algo ahí, y la historia de amor entre las dos chicas simplemente llegó a poblar ese espacio.
El plus, lo que hace a Las pibas una experiencia perdurable, es el pudor con el que el amor ente ellas es filmado, la distancia que guarda, la discreción con que se retira cuando hace falta dejarlas solas.