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Nietzsche contra Nietzsche

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Hoy en Patologías Culturales (FM La Tribu, 17:00 hs.) seguimos con el capítulo 4 de nuestra sagaNietzsche on the radio: clickeando acá pueden escuchar el capítulo anterior.

La cosa viene más o menos así:

La doctrina. La obra publicada durante la vida de Nietzsche es la punta de un iceberg, hay mucho debajo de ese iceberg y son los escritos póstumos. Uno tiene la versión editada y los borradores, los pensamientos que quedaron como bosquejos de una posible doctrina. Es interesante pensar esa relación, porque esa tensión que le habría impedido formular una doctrina redonda no es, desde mi punto de vista, un defecto sino una virtud. Es una inconclusión muy productiva y fértil para nosotros, porque si él piensa cuestiones que la época no resolvió y sigue sin resolver -cuestiones que tienen que ver con el poder de la técnica, la "verdad" de la ciencia y la voluntad de poder-, si eso no está resuelto en el mundo, está bien que no esté resuelto en la filosofía.

El nacimiento de la tragedia. Se supone que en ese libro Nietzsche establece una tesis sobre lo que es la tragedia griega. Presuntamente se trata de un libro filológico, es decir: científico, con todo el rigor que la academia alemana podría exigir en ese momento. Pero no, en el fondo es un libro filosófico. Entonces se producirá un gran malentendido, porque cuando él lo presenta es rechazado por la academia. Desde el punto de vista de la filología podríamos decir que es un mal libro, pero desde el punto de vista de la filosofía es un comienzo extraordinario. ¿Por qué? Porque plantea tesis que van a poner en cuestión el predominio de la racionalidad, la conciencia, la claridad y la distinción en la cultura occidental. Es decir: desborda completamente el marco de la presunta disciplina en la que se presentó. 

Cada cada obstáculo, cada contratiempo y cada fracaso con el que Nietzsche se topó en su vida lo transformó en un hallazgo genial. En El nacimiento de la tragedia propone la tesis de que la tragedia es un género regido por dos principios que representan a sendas divinidades griegas: Dionisos, el dios de la noche, la oscuridad, la borrachera, la disolución, el dios de lo inconsciente; y Apolo, al que Nietzsche le atribuye cualidades contrarias: la luz, la conciencia, la racionalidad. No importa si Nietzsche tiene fundamentos históricos para tratar a estos dioses como los trata; resulta más interesante lo que él construye a partir de su apropiación de esas figuras. Nietzsche dice que en la tragedia pugnan esos dos principios: lo dionisíaco, la música, que en la puesta en escena está representado por el coro; y el héroe apolíneo, el portador de la letra del drama, que se recorta como figura individual. Dionisos y Apolo, música y letra, coro y héroe.

Filosofía y doctrina. Hay un conflicto que atraviesa la historia de la filosofía acerca de si es preciso emitir una doctrina o si el pensamiento es otra cosa que puede soportar una tensión, un suspenso que no debe ser fijado en una doctrina. La línea dominante de la filosofía occidental apostó a la obligación de que la filosofía se realice como doctrina, es decir: como un conjunto de afirmaciones teóricas que dan cuenta de la realidad de una forma racional y consistente. Yo podría coincidir que así la filosofía se "realiza", es decir: se cosifica. Pero ¿qué pasa si una tensión no está históricamente resuelta. si no se deja apresar por un cuerpo doctrinario? De ser así, toda doctrina filosófica manifiesta un odio hacia la verdad, porque prefiere las teorías aplacadas antes que las tensiones reales. Nietzsche ha manifestado más de una vez con mucha claridad esa desconfianza hacia las doctrinas teóricas y supo detectar ese odio a la verdad que esconde la posición del teórico. Sin embargo, en otros momentos de su vida él mismo se dejó tentar por la posibilidad de formular su propia doctrina, sea la del Eterno Retorno o la de la Voluntad de Poder. De hecho, no pudo resolver cuál de esos dos conceptos se sobreponía al otro. Y, a pesar de que durante sus últimos meses de producción filosófica lo conquistó una ansiedad incontenible por plasmar una "Obra Capital", el colapso que sufrió en 1889 le impidió llegar a formularla. O quizás podríamos pensar al revés: que sufrió el colapso por estar sometido a esa tensión insoportable de formular una doctrina, una obligación que le era íntimamente ajena. 

Contra Nietzsche y a la vez nietzscheanamente podríamos arriesgar que en su pensamiento no podía ni debía haber una doctrina, a pesar de sus empeños finales.

De ese fracaso emerge un pensamiento grandioso y todavía no aplacado. Lamentablemente, creo que todas las lecturas de Nietzsche que se hicieron durante el siglo xx pretenden reducirlo a una doctrina, desde Jaspers hasta los nazis, desde los filósofos de la vida hasta Deleuze (que quiso usar a Nietzsche para impugnar la dialéctica). La doctrina de la superioridad racial es tan poco nietzscheana como la interpretación de un Nietzsche jovial que jugaba a crear conceptos. Nietzsche no jugaba: hacía la guerra. No era un niño que había dejado atrás a un camello y a un león. Era un niño, un león y un camello al mismo tiempo. Probablemente Nietzsche se jactaba de una jovialidad de la que nunca gozó. Un pensador tenso en un mundo bravo.

[continuará]

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