Primer balance postbaficiano
por Alejandro Ricagno
Fotografía: Willy Villalobos
por Alejandro Ricagno
con cariño a Elizabeth Perceval y Nicolas Klotz,
por aquel inolvidable Bafici del 2008 donde fuimos hermanos
Una de las últimas películas que entró en mi lista de los 34 films vistos en este Bafici fue Low Life, de Nicolas Klotz y Elizabeth Perceval. No voy a referirme a ella en esta primer posteo post-baficiano, (o en todo caso, lo haré tangencialmente) sino que recojo una frase del propio Klotz sobre su film, incluida en su pagina lowlifefilm.com, para hacer un analogía (les recomiendo ver en la misma pagina, el video Dialogues clandestines, donde me encontré con un sorpresa nacida en nuestro encuentro durante el Bafici del año 2008). Allí, en la presentación de su ultimo obra, dice Klotz :
“Low Life es un filme sobre el estado amoroso. El estado amoroso que rivaliza con el Estado Policial".
Y quiero detenerme en la palabra "policial". Y en la frase “estado amoroso”.
Un festival de cine debería ser más que una ventana de tendencias, un muestreo de lo salpicado de lo "viejo”, una acumulación de títulos importantes al lado de otros por descubrir. Debería ser más, mucho más que la mención cuantitativa de las entradas vendidas, signo mercantil, con que se ufanan todas las paginas del balance de la última edición del festival que pueblan los sitios oficiales de Cultura del Gobierno de la Ciudad.
Un festival de cine debería ser, parafraseando a Klotz, un encuentro amoroso entre las películas, el publico, la prensa, los cinéfilos, los no cinéfilos, los realizadores, los actores, los estudiantes, los hombres, las mujeres, los trans, cualesquiera. Un encuentro amoroso que, como todo encuentro, tenga sus éxtasis, sus tensiones, sus languideces, sus rispideces, su bella tontería, su latido, su renacer, cada vez. Pero, cada vez más, ya notablemente desde la anterior edición del festival, un fantasma policial rivaliza, obstaculiza, impide la posible armonía de ese encuentro.
Así como el estado francés de Sarkozy –tan admirado en su eficacia de “gestión” expulsora por los think tank de la administración Macri de la ciudad de Buenos Aires- se mete entre las sabanas de Carmen, la estudiante francesa, y Hassan, el afgano con carta de expulsión de la France controladora en Low Life, así análogamente, el miedo disfrazado de guardias de seguridad recorre ostensiblemente las salas del Hoyts, prepotea ante cualquier problema de horario, con cada vez menos tolerancia en las funciones de prensa.
Miedo es la palabra, el Bafici, su organización, pareciera, tiene miedo. ¿A qué?
Miedo de algo que salga de la norma establecida en su cadena de mandos.
Con los guardias que están ahí para intimidar desde su propio miedo.
Guardias en la sala de prensa. En las puertas de las fiestas –“si salís no volvés a entrar” fue la consiga de la fiesta de cierre cuando quise salir a comprar cigarrillos.
Para que nada inesperado suceda. Nada vivo. Ni siquiera el debate.
¿Desde cuando los empleados de seguridad dan vueltas en plena función ¡y dos veces! por lo menos, con mirada intimidante hacia los espectadores buscando ¿qué? Tal vez una subversiva botella de agua -¡horror!- no comprada a precio de shopping en las instalaciones, como le paso a al colega Cholakian en una de las funciones (ver sus jugosas Crónicas del fantasma en el sitio Fancinema.com.ar -sobre todo ésta que alude explícitamente a lo que a cabo de describir).
Vamos por partes. La salas Hoyts nunca han sido amigas del Bafici, más bien han solido tolerarlo en usufructo de las ganancias de 10 días de salas llenas, aunque con precios más baratos que los usuales en un shopping- y eso ya debe darles una patada en las bolas-, y con una programación que nunca, ni por putas, la misma cadena programaría en condiciones off festival.
Eso ya se sabe. Son las reglas del juego; más de Altnan que de Renoir.
Pero un festival debería imponerse contra el mero mercantilismo burocrático de una cadena de salas. No estoy proponiendo el fin del capitalismo. Estoy diciendo que la organización del festival debería atenuar la impronta policial que de por si tiene este tipo de cadenas, para el cual uno es siempre consumidor antes que espectador, y mucho menos desea que uno sea participe activo de un evento que es para ellos como "algo a tolerar”. Pero en lugar de atenuar la interferencia vigilante sobre el encuentro amoroso, pasional, entre el cine, los ecos del mundo y el público, los ha intensificado.
No quiero circunscribir esto solamente a los Hoyts, donde fue ostensible la multiplicación de personal de (in)seguridad que hasta impedía el libre encuentro entre colegas en la sala de prensa, con la excusa de que solo podías ingresar cuando las máquinas estaban desocupadas, como le ocurrió al colega Jorge García. O que ante cualquier dificultad, como el casi siempre defectuoso funcionamiento de los scanners, un sistema nuevo y perfectible que acreditaba que uno había sacado la entrada online, los guardias estaban dispuestos a despejar la entrada a la sala, para reenviarte dos pisos mas abajo, siempre de mala manera, antes que solucionarte el problema.
Podría dar más ejemplos. Pero para que no crean que este es un post destituyente de un eterno disconforme intolerante y quilombero voy a permitirme compartir unos párrafos extraídos del blog Josefina Sartora, distinguidísima crítica miembro de Fipresci Argentina, que jamás podría ser tildada de quilombera. Allí dice:
“Terminado el Bafici, siendo su fan desde la primera hora, mi sensación es que ha sido el menos estimulante que he visto. Y los he visto todos. No ha sido malo, por cierto, y valoro su existencia como uno de los bastiones donde se refugia el cine imposible de ver en las salas comerciales, y lo más nuevo del cine independiente. Pero entre 449 títulos es imposible mantener un nivel de calidad aceptable. No termino de acordar con que sea necesaria semejante cantidad de títulos. El Bafici podría ser más selectivo, mostrar 200, 250 títulos, como hacen tantos festivales independientes -que muestran aun menos-, y filtrar con un criterio más selectivo. Lo sé, se me dirá que soy restrictiva, y sí, lo soy: siempre creo que menos es más.
"También se me podrá decir que si no vimos películas excelentes la culpa no es del Bafici sino del estado del cine actual, y sobre todo del estado del cine argentino hoy, y eso también es cierto. Los programadores del Bafici eligen entre lo que hay, no son ellos productores de cine, pero sus criterios de elección determinan estéticas, incluso ideologías. (…)
"Dejo para el final un tema desagradable: el trato inquisitorio que sufrimos los acreditados por parte de los vigilantes del sector y de algunos controles de entrada, sobre todo cuando –como en mi caso- algunos tuvimos durante los cinco primeros días problemas para que “El Sistema” nos aceptara. Algo similar se sentía el año pasado, y este año el maltrato se intensificó. Sobre todo con los colegas varones, como tuve ocasiones de comprobar. Contrastaban esos modales tan poco amables con la cordialidad de programadores y redactores, y sobre todo, con la buena voluntad de los encargados de la videoteca, siempre dispuestos a facilitarnos el trabajo. Evidentemente, las consignas no eran las mismas para unos que para otros.
Por todo, y a pesar de todo, repito la consigna de Sergio Wolf: ¡Larga vida al Bafici!"
Me permito agregar que yo tanbien le deseo larga vida al Bafici.
Porque el Bafici en estos 14 años ha sido parte de la mía.
Y quiero que lo siga siendo.
Y del mismo modo deseo seguir siendo parte activa del mismo.
Pero sin miradas de control por sobre mi hombro, en el libre ejercicio del amor.
Y ahí la policía no tiene nada que hacer, como dirían los protagonistas de Low Life.
(Volveremos sobre el tema. Pero ahora le toca al turno a las películas, a su recuerdo residual, la mejor forma de saber si han dejado en uno la impronta del amor.
O su contrario)