Capítulo V. Nietzsche contra la verdad: clickear acá
En los capítulos anteriores de nuestra saga nietzscheana en Patologías Culturales estuvimos hablando de un texto que escribió en 1873 y se público póstumamente, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. En él aparecen prefigurados todos los problemas de su filosofía.
Un texto sobre la verdad emparejada, atención, no con el error o la falsedad, sino con ... ¡la mentira! La pregunta por lo que es la verdad atraviesa todas las épocas de la filosofía y atraviesa también la civilización occidental. Nietzsche, que desarrollará un agudo sentido de la historia de la civilización occidental y, finalmente, de su propio lugar en esa historia *, no podrá resistirse a la insistencia de la verdad y adoptará frente a esa insistencia un temperamento bélico. Ese temperamento quizás diga más de su posición de pensamiento que cualquier fragmento extraído del flujo de sus textos.
En la modernidad filosófica, la verdad es tratada como un atributo de la subjetividad (es decir: el entendimiento, la conciencia, la (a)percepción, la razón, el yo, el cogito, según los matices que la subjetividad adopte en los diversos pensadores modernos). Desde Descartes hasta Hegel, pasando por Hume y Kant, la verdad acontece en el ámbito de la subjetividad humana. El sujeto es sustantivo y lo verdadero es adjetivo. La filosofía moderna toma a la subjetividad como un campo de exploración infinita. Cuando coinciden (concuerdan, se sintetizan o se concilian en una unidad superior) el pensamiento subjetivo y la realidad objetiva en el propio elemento del pensamiento, se produce la verdad. Nietzsche, conciente de este eje de la filosofía moderna, se decide a impugnarlo y afirma que la verdad no existe sino como una operación linguística.
Nietzsche pertenece a un momento de la historia de la filosofía en que el interés de la exploración se desplaza desde la subjetividad hacia el lenguaje. El fundamento del saber, la posibilidad de llegar a un conocimiento verdadero, no habría que buscarlos en las facultades del sujeto, porque el sujeto es un producto del lenguaje. Este tránsito de la modernidad hacia una filosofía contemporánea conocerá diversas modulaciones, desde Kierkegaard hasta Wittgenstein, pero no deja de ser notorio cómo el lenguaje va a desplazar al sujeto de su anterior centralidad. Que el yo sea el resultado de una trama urdida en el habla parece ir contra el sentido común, aunque ya para nosotros, en el siglo xxi, tantos años de análisis del lenguaje nos han ido haciendo tolerable esta idea, sin que todavía haya perdido totalmente su extrañeza.
El sentido común prefiere todavía que la verdad primero ocurra en el pensamiento y después se transmita a través del lenguaje. El lenguaje en la modernidad sería solo el vehículo. Pero a partir del giro lingüístico aparecen una serie de pensadores que invierten esa ecuación y dicen: 'lo que nosotros pensamos está condicionado por la gramática de nuestro lenguaje'. En esa aurora se ubica Nietzsche. Para él, nuestra gramática nos condiciona para encajar las cosas del mundo en la cuadrícula de las palabras de las que disponemos. Eso está planteado como tesis en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y ya nunca abandonará esa posición. La modulará, tratará de acomodarla de mejores maneras pero no podrá salir de ella. Tal como aparece en este texto germinal, la tesis no está exenta de cierta circularidad, porque el lenguaje mismo es producto de una invención, lo cual supone un inventor: la palabra es la fijación de una excitación nerviosa singular y fugaz. Múltiples y siempre diversas excitaciones son encajadas en una misma palabra: no hay dos hojas iguales en todo el universo, pero tenemos una sola palabra para capturar esa pluralidad indeterminada, forzando las similitudes y aborreciendo de las diferencias. Por eso, para Nietzsche el conocimiento es odio a la verdad. En esta recusación del conocimiento Nietzsche parece hablar en nombre de una noción más genuina de la verdad, la que le permite aludir a ese flujo de sensaciones que se resisten a encajar en el cepo del lenguaje. Pero eso ¿de dónde se sabe? Con esto no pretendo sentar una objeción a la filosofía nietzscheana, sino indicar el punto de tensión desde el cual Nietzsche piensa.
(Este capítulo lo pueden escuchar clickeando acá)
* Solo desde esa aguda -y dolorosa- percepción de su lugar en la historia de la civilización, desde la conciencia de su perspectiva histórica como una perspectiva histórica es que puede ironizar el comienzo de Sobre verdad y mentira en sentido extramoral la voz de un narrador que ha observado nacer y extinguirse el conocimiento humano (demasiado humano) y la humanidad misma como el momento más orgulloso y mentiroso de la historia universal:
El que narra semejante relato solo puede ser un muerto... o un Superhombre...
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Capítulo VI. Nietzsche iluminista: escuchar clickeando acá
Hablamos de un momento clave en su desarrollo como pensador: la ruptura con Wagner.
El acercamiento de Nietzsche a Wagner se dio cuando aún era un joven filólogo. Wagner, uno de los más grandes artistas de su tiempo, ya era una celebridad cuando el joven Nietzsche lo conoce. Además de ser un genio musical era una personalidad, ambicioso, bastante megalómano, y alrededor suyo giraba un circo de banalidad alejada del gusto nietzscheano. Aun así, durante algunos años Nietzsche, encandilado por la música de Wagner, intentó aportar el discurso filosófico que expresara en conceptos lo que esa música era. Wagner buscaba lograr a través de la ópera la obra de arte total y en El nacimiento de la tragedia Nietzsche sugiere que en el arte wagneriano se recupera la potencia dionisíaca que la tragedia antigua alguna vez tuvo y perdió.
Pero la vocación flosófica de Nietzsche no podría permanecer por siempre bajo la órbita del sistema wagneriano. El vínculo siempre fue tenso y se mantuvo mientras Nietzsche silenció sus diferencias, algo que Wagner y su mujer Cósima advertían bajo la forma del carácter excesivamente reservado del joven filósofo. El distanciamiento primero no fue explícito, pero a la larga se le hizo inevitable. Le llevó al menos tres años, desde 1873 hasta 1876. Nietzsche se fue apartando del círculo wagneriano y en un momento la ruptura fue irreversible. De hecho, nunca en vida de Wagner Nietzsche se atrevió a publicar una página explícita contra el músico (solo después de su muerte Nietzsche publicaría su furia antiwagneriana). Pero su necesidad de diferenciarse lo llevó a reinventarse como autor, hasta adoptar una tonalidad totalmente opuesta a la que tuvo en su período wagneriano.
Entonces comienza una nueva etapa en su obra: la llamó "la filosofía de la mañana", que abarca una trilogía de libros que algunos catalogan como el "período iluminista" de Nietzsche: Humano, demasiado humano, Aurora y La Gaya Ciencia. Ya desde los títulos se imposta una nueva tonalidad: luz y jovialidad, el temperamento frío del científico para poner bajo sospecha la narcosis del arte. Pretendió ser una ruptura con lo que tenía de oscura, de narcótica y de metafísica la música de Wagner y que Nietzsche consideraba que había impregnado su escritura hasta sofocarla. A partir de entonces adopta una retórica cientificista. Empieza a hablar en términos de la fisiología de los pensamientos y la química de los sentimientos. Es un momento del siglo xix en el que que se respira en el ambiente cultural un aroma positivista que a Nietzsche le provee un ropaje pseudocientífico, porque de hecho Nietzsche nunca hace nada parecido a la ciencia. Sin embargo, trata de pensar los productos de la humanidad como provenientes de la propia fisiología. Niega un origen alto de los grandes ideales y valores de la civilización, el nacimiento siempre es bajo. Las grandes ideas brotan desde el subsuelo la vida, pero ahora en la vida no resuena la potencia de Dionisos, sino la biología de su siglo.
Son los primeros libros en que Nietzsche empieza a escribir bajo la forma de los aforismos. Sus libros anteriores tenían la forma del ensayo (nunca, ni antes ni después, Nietzsche escribió tratados). El aforismo le permite ir adoptando perspectivas fragmentarias y ensayar variaciones. Por momentos dan la impresión de ser bocetos de un desarrollo por venir (incluso hasta el final no renunciará a la posibilidad de escribir una "Obra Capital"), pero en otros van a conquistar la precisión de un estilo inevitable para el carácter de su pensamiento. Nietzsche, primero sin saberlo, inaugura la fragmentariedad como uno de los rasgos propios de la filosofía contemporánea.
Pero esta trilogía debe pensarse también como un tránsito. De hecho, cada libro tiene lo suyo y la distancia entre Humano, demasiado humano y La Gaya Ciencia es ostensible. Esa ciencia gaya tiene el germen de la conmoción que se desatará posteriormente: Incipit tragoedia.
De La Gaya Ciencia y de la que se viene vamos a tratar en el capítulo de hoy, el séptimo de nuestra saga nietzscheana. A las 17:00 en FM La Tribu, 88,7.