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El bebé de Rosemary

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por José Miccio *

Hay embarazos difíciles en el cine pero pocos como el de Rosemary. Polanski cuenta esta, la historia de la posible mami del diablo, como podría haberlo hecho Henry James si hubiese llevado al cine sus ideas sobre la narración y el punto de vista. Mantener siempre el foco en un personaje es algo que Polanski hace a menudo, pero solo con esta película consiguió una aventura cognitiva tan reluciente y amena, tan maliciosa además. A diferencia de lo que ocurre con la heroína del clásico relato de James En la jaula, Rosemary no trabaja con signos leves (aunque insistentes) que la interpretación enriquece hasta la desmesura sino con signos pesados que parecen exigir una interpretación más contundente que la que está dispuesta a darles. Para que tan delicado asunto no desbarranque resulta necesario un soporte a prueba de todo, y una increíble Mia Farrow se carga la película sobre sus hombros finitos. Su Rosemary es psicológicamente débil pero narrativamente vigorosa. La clave de la historia es que colme el vaso de la inocencia hasta que el espectador se fatigue. Sus soleros, sus sábanas floreadas, sus pantuflas celestes y su cara de nena se unen a sus decisiones inexplicables. Rosemary cambia de pediatra porque sus vecinos lo sugieren, ingiere comidas y bebidas de sabor extraño, se pone un amuleto que hiede, acepta la violación de su marido sin escándalo, hace todo lo que los otros quieren que haga y nada de lo que el espectador haría en su lugar. Es frágil e insoportable. Necesita protección y gritos. Hay algo del goce propio del teatro de marionetas en el cine de terror, y cualquiera se habrá encontrado alguna vez dando avisos. ¡Cuidado, Rosemary! ¡No tomes eso, no! ¡Pedí una consulta con el doctor Hill! ¡No confíes en una vecina que se maquilla de esa manera! Pero como resulta que nadie sabe más de lo que Rosemary sabe, el espectador sí está en su lugar, obligatoriamente. Sigue, por eso, sus inferencias, aunque no necesariamente las comparta; aún más, el efecto de la historia depende de que dude de ellas pero no pueda rechazarlas. A fin de cuentas, el lobo nunca aparece detrás de Caperucita: crece lentamente en nuestro interior como consecuencia de la confirmación siempre demorada de lo que en verdad ocurre y del ahogo que provoca la misma Rosemary con su aquiescencia loca.

* Este es un fragmento del extenso texto "Madres de cine", publicado completo en el blog Un Largo (clickear acá).



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