Un liderazgo político implica una responsabilidad, un privilegio, una vocación y un deber. La política no es ética, pero su ejercicio tiene un componente ético. Nadie es líder por naturaleza sino por ejercicio. Y ese ejercicio se valida con los actos.
En este momento el gobierno macrista está llevando a cabo un drástico cambio de régimen económico social con la colaboración de gran parte de la coalición política y sindical que antes apoyó al gobierno kirchnerista. La cámara de senadores acaba de aprobar las designaciones de Rosenkrantz y Rosatti como miembros de la Corte Suprema. Muy probablemente en la noche de hoy la cámara de diputados apruebe el paquete del blanqueo que apunta a desfinanciar el sistema jubilatorio y preparar un escenario de retroceso gradual y sostenido del sistema previsional hacia un esquema neoliberal y un abandono del sistema de reparto. Nada de esto podría hacerse si parte de las bancadas que llegaron al Congreso con la boleta del FPV no colaboraran con el proyecto macrista. Esto sucede en el contexto de la llegada del segundo semestre y la evidencia de que el plan de ajuste ortodoxo que el macrismo ejecuta conduce a un grave deterioro de la situación de la clase trabajadora y de los desocupados y que con el correr de los meses esta situación se agravará.
En medio de este proceso de retroceso popular sucede el episodio José López, con características grotescas que contribuyen a darle más tiempo al macrismo para seguir destruyendo el tejido social y desviar la atención del debate político.
Es grave que un funcionario kirchnerista sea apresado con la evidencia de que dispone de millones de dólares producto de su enriquecimiento ilícito. Es igualmente grave que el plan de ajuste macrista siga avanzando con la anuencia de la mayoría de la clase dirigente política argentina: gobierno, gran parte de la supuesta oposición, burocracias sindicales, medios y poder judicial. La gravedad de uno de los hechos no compensa ni atenúa a la gravedad del otro. Por el contrario, ambas realidades van en un mismo sentido.
Cuánto bien le haría Cristina a toda la militancia y a los millones de personas que necesitan un liderazgo realmente opositor si dijera una palabra que revalide su condición de líder en este momento. Este es uno de esos momentos en los que el silencio es la peor opción.
Ojalá Cristina lo entienda así.