Yo sé que pasan cosas más graves, pero a mí me sirve de parámetro sobre como anda el fachistómetro de la sociedad. El jueves a la noche hacía mi trayecto habitual desde Morón a San Telmo, en este caso en colectivo 136. Se me había hecho bastante tarde, cerca de las 12.
Voy a tratar de hacerla corta, no estoy para mucha literatura hoy.
Chofer de unos 30 años charlando todo el viaje con un amigo.
Colectivo no repleto, pero con abundantes pasajeros parados.
Sube un señor más bien cincuentón, muy alegre, ya que en el colectivo se encontraba una amiga o conocida, a la que saludaba con cariño y tuvo que pedirle que le saque el boleto con su tarjeta SUBE.
Exactamente no sé cómo ocurrió el entredicho, porque yo estaba en el fondo, pero en un momento el colectivero se empeñaba en no continuar la marcha hasta que el señor se bajara del colectivo, arguyendo que "la tarjeta SUBE es personal".
El colectivo parado, la discusión seguía, nos empezamos a impacientar, el primero de los pasajeros del fondo que rompió el silencio fui yo: "la tarjeta SUBE no es personal, ¡que se deje de joder con eso!".
Esa sola frase mía empezó a activar quejas de los demás, que lo que querían eran llegar pronto a sus casas o al trabajo nocturno, en algunos casos. Y empezaron a gritarle al chofer que arranque, que querían llegar, etc. Cabe destacar que no eran insultos, sinó argumentaciones y sarcasmos de laburantes que, con justa razón, evidenciaban la actitud absurda del chofer que les demoraba el viaje. Había unas chicas que trabajaban en guardia de hospital, por ejemplo.
Finalmente, no sé cómo pero, ante la presión de la gente que se venía más fulera, arrancó. Igual, la discusión y la polémica siguieron esporádicamente durante el trayecto. Hasta que el chofer se ofendió por algo que dijeron de él dos pibes con gorrita, que el tomó como amenaza de presuntos pibes chorros. Otra vez, los quería hacer bajar del colectivo. La presión fue mayor que antes y arrancó de nuevo.
Al cruzar la General Paz en Liniers, tal fué mi sorpresa, cuando el colectivero se detiene en la garita policial bajo el puente y baja a hablar con los policías. Acto seguido, los policías subiendo al colectivo, investigando a todo el pasaje y haciendo bajar a los pibes de gorrita y a ese señor al que una amiga le había sacado el boleto.
Bueh. Qué hace uno. Bueh. Tolera, hasta dónde tolera.
Sigue mi sorpresa cuando veo que los pibes y el señor ya están con las manos contra la pared, las piernas abiertas y los policías revisándolos e interrogándolos cual delincuentes. ¡Ah, no! No me esperaba tanto.
Entonces el sector de los muchachos laburantes empezó a gritar de nuevo al chofer que arranque, argumentando su trabajo o su familia o su cansancio, según el caso.
A mí lo que me inquietaba era la escena en la vereda y, cuando uno le gritaba al chofer "¡dale, ya los bajaste, ahora arrancá, no perdamos más tiempo!", entonces fue mi turno catártico y organizativo a la vez.
Y sepan que soy tranquilito, pero cuando me saco, me saco.
En un solo impulso los hice callar a los muchachos del fondo, mientras avanzaba arengando a viva voz hacia la parte delantera:
"No, no, disculpame. ¡arrancar no! Abajo hay tres personas que estaban viajando con nosotros, que pagaron boleto y ahora mirá los que les están haciendo, como si fueran delincuentes. ¡Esto no lo podemos permitir de ninguna manera! Ahora somos nosotros los que no permitimos arrancar sin subirlos a ellos".
Uff, mi discursiva notoriamente produjo un cambio en el ambiente, hubo un silencio. Las quejas individualistas o motivadas en un perjuicio personal (yo, yo, yo, yo) son validadas instantáneamente, pero lo que yo dije era distinto. Obviamente, nadie se atrevió a contradecirme.
Ya en la parte de adelante, mis discusiones a los gritos con chofer y allegados finalmente se fueron diluyendo en torno al funcionamiento de la tarjeta SUBE, sin entrar en terrenos sobre la gravedad de lo que pasaba. Lo cierto es que algo debe haber influido mi actitud, porque mientras tanto los policías aflojaron, dejaron subir a los pibes y al señor y continuamos el viaje.
Después supe que el absurdo conflicto se basa en cuestiones referentes a la tarifa social. Yo sé que ésto es una pavada y que pasan cosas mucho peores. Pero es una postal de los tiempos, en la que, aclaro, tampoco es cuestión de demonizar al policía, que a veces sólo trata de resolver las cosas dentro del contexto del absurdo denunciante.
Me indigna mucho más la actitud del colectivero, escudado en un reglamentarismo absurdo, parte de esa sociedad que se presume honesta, pulcra y en regla, que es la que va a contribuír al avance y naturalización de la cultura represiva, abusiva y violenta.