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La larga noche de Francisco Sanctis

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por Oscar Cuervo

Dos directores muy jóvenes, debutantes en el largo de ficción (Francisco Márquez y Andrea Testa, egresados del ENERC, cada uno de ellos con un antecedente en el cine documental), podrían jactarse de varias proezas, si no fuera que son cultores de un perfil bajo y para nada jactancioso. Acaba de estrenarse en los cines argentinos su ópera prima, La larga noche de Francisco Sanctis, que antes había pasado por -y ganado- la competencia internacional del último BAFICI y por la sección Un certain regard del Cannes. Es decir: alcanzaron espacios que otorgan máxima visibilidad a los que muchos cineastas aspiran sin lograrlo. Pero la mayor proeza de Márquez y Testa es que hicieron una película de un rigor estético y político difícil de encontrar en cineastas tan jóvenes, incluso de cualquier edad. Y para hacerse visibles en ese espacio codiciado no cedieron a ninguna de las concesiones que se supone que facilitan una buena repercusión en circuitos festivaleros. Ahora se verá hasta qué punto la cartelera comercial puede no ser hostil a un cine de honroso riesgo.

Aunque en sus lacónicos 76 minutos nunca se dice explícitamente, el relato de La larga noche... transcurre durante la dictadura militar del 76. Su fuente narrativa se halla en una poco conocida novela de Humberto Constantini y es sorprendente que en su textura cinematográfica sea imposible detectar rastros de su origen literario. Sorprende también que 40 años después del golpe militar, con el antecedente de tantas películas que mostraron ese período, Márquez y Testa consigan una tonalidad nueva para hacernos atravesar la experiencia del terrorismo de estado. Lo hacen desde una perspectiva existencial, la del devenir héroe de Francisco Sanctis, lo que, en lugar de aplastar su asunto contra un fondo de referencias icónicas sobredeterminadas, nos lanza hacia un territorio cinematográfico poco explorado. 

Más que "una película sobre la dictadura", La larga noche... es una película de horror: una experiencia que no se activa recurriendo a la retórica del género terror, sino al desencadenar el horror que subyace en la propia estructura del dispositivo del cine: el fuera de campo, el desenfoque, lo apenas entrevisto, el espacio off que el sonido genera en la imaginación del espectador, la dinámica de una tensión irresuelta: lo que se vuelve más amenazante cuanto menos se muestra. Por eso, la historicidad que sutilmente refiere el argumento de la película no remite a un pasado ya concluso. La experiencia del terror de estado se vive en tiempo presente, sin que ese estado mismo aparezca más que en siluetas borrosas y fugaces. Los cineastas que confían en la elocuencia del fuera de campo honran a la vez al cine y a la sensibilidad de sus espectadores. 


La política decisiva no radica en los hechos narrados sino en el pacto que se propone al espectador. Esto puede detectarse en decenas de detalles sutiles: una requisa policial es mostrada desde un punto de vista elusivo, a través de la ventana de un colectivo y fuera de foco, con un protagonista que se empeña en mirar para otro lado, mientras el vehículo retrocede primero y luego avanza; en esa vacilación, la persona sometida a la requisa se vislumbra en el primer movimiento y desaparece literalmente en el segundo. La implacable precisión en la que los cineastas se afirman se muestra al demarcar la condición de aislamiento de los sujetos bajo el régimen terrorista. No hace falta que una radio nos ponga en la época de Videla ni que un cartel o un diálogo explicativo lo enuncie. La dificultad del protagonista para ligarse a un otro, a cualquier otro, es el obstáculo invisible que rige la dramaturgia de La larga noche... Habrá más delante otra escena en el interior de un colectivo, ya en la noche, en la que la mirada de Francisco Sanctis se posa sobre las caras de otros pasajeros, agobiados por un peso sin nombre, empezando a abrir los ojos a lo que lo rodea. 

Entre varias secuencias en las que la deriva por la ciudad sombría se percibe asediada por los espantos, hay una que resulta imborrable por su intensidad cinética. El encuentro furtivo de Francisco en una sala de cine con el hijo de un amigo con el que él infructuosamente intenta establecer algún tipo de alianza. Mientras que en la sala la platea ríe con una película con Alberto Olmedo, Francisco y el muchacho viven un momento de hondo desasosiego, que culmina en un extraordinario primer plano en el que por la cara del muchacho, iluminada por destellos de la película que se está proyectando, cae una lágrima que condensa todo su miedo y su deseo sofocado de ser libre.

La película que muestra la opresión dictatorial es, sin embargo, un relato de tránsito hacia la libertad. Inesperadamente, la vida opaca de Sanctis, un hombre aplastado por la rutina laboral y familiar, tentado a "salvarse" por su propia irrelevancia, encontrará un punto de fuga y una oportunidad de salir de sí hacia el mundo y hacia los otros. El lento fundido a negro final con el que la pantalla lo deja seguir solo nos dice que el paso decisivo hacia su libertad ya ha sido dado.

En un año de muy buenas películas argentinas (La noche, La luz incidente, CUMP4RSIT4, Gilda, Una novia de ShangaiLa larga noche de Francisco Sanctis podría marcar la llegada de una nueva camada de autores con una conciencia política necesaria para el tiempo oscuro que se está instalando en el país.

Hoy a la medianoche en Radio Gráfica vamos a conversar con Francisco Márquez y Andrea Testa, directores de La larga noche de Francisco Sanctis. También van a estar en el programa el dibujante Gustavo Sala y el productor musical Félix Contartese.


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