Llega fin de año y uno repasa los discos del período que termina, para volver a la rutina de las listas por las que el año será recordado. Nosotros estamos en eso, como casi todos. En el programa de radio y en el blog anotamos y pasamos los discos y las canciones que más nos gustaron de 2016.
Personalmente, a mí me queda la belleza de punta a punta de Parte, el disco de difícil acceso (hay que buscarlo mucho) y escucha agradecida que grabaron Florencia Ruiz y Mono Fontana; eso por el lado local. En cuanto a los lanzamientos internacionales, elijo la majestuosa despedida de Bowie, Blackstar, y la ratificación de dos talentos de la música negra contemporánea: Frank Ocean (Blonde) y Kanye West (Life of Pablo). Y varias cosas más, que ya mencionamos en programas y posteos (ver acá, acá y acá; y habrá más).
Pero algo en mi gestalt me hizo pasar por alto hasta último momento un nuevo disco de estudio de... ¡los Rolling Stones! Descreía que eso fuera a suceder, porque hace pila de años que ellos no sacan discos que no sean remasterizaciones, compilados o registros en vivo. Y las últimas veces que lo hicieron, más vale olvidarlas. Hay una idea, no del todo injusta, de que los últimos realmente buenos que sacaron fueron Some girls (1978), Emotional rescue (1880) y Tattoo you (1981). Me parece que a partir de ahí los Stones dejaron de existir como banda y empezaron a ser una marca que se reactivaba cada tantos años para cumplir con el rito burocrático de juntarse a grabar algo como pretexto para emprender giras cada vez más rentables. Es difícil rescatar alguna canción memorable de ellos después de esa época.
Por eso, cuando mi mirada recorrió la vidriera de una disquería y vi la tapa de Blue and lonesome, con su diseño intemporal, pensé que se trataba de algún rescate de lados b o rarezas, pero no se me pasó por la cabeza que fuera lo que se dice un nuevo disco. Grave error y sorpresa grata. Es el vigésimo tercer disco en estudios de la banda, con algunas características especiales: ellos se juntaron en un suburbio londinense durante apenas tres días, hace exactamente un año. A contramano de los proyectos sobre-producidos de las bandas de escala global, los viejos se tomaron solamente tres jornadas para grabar todos juntos, al viejo estilo. Y no para hacer temas propios: eligieron un puñado de viejos blues de Chicago, de músicos como Howlin Wolf, Little Walter, Willie Dixon, Magic Sam, Jimmy Red y otros así. En los estudios se cruzaron casualmente con Eric Clapton, que estaba grabando su propio disco, y Richards lo invitó a tocar en un par de temas. Estas circunstancias deben haberles ayudado a recuperar el viejo espíritu de banda que parecía perdido en su larguísima historia. Sin necesidad de hacer hits, sin tener que aggiornar el sonido para sonar actuales, sin guerra de egos, simplemente se juntaron a tocar la música que siempre les gustó, el motivo por el cual hace más de medio siglo aquellos pibes se echaron a rodar. Y en esa alteración del esquema encontraron la frescura, la potencia, el sentimiento y la diversión que parecían haber perdido.
Blue and lonesome es entonces el mejor disco que los Stones hayan sacado en décadas, aunque no hayan compuesto una sola canción nueva. Además es uno de los grandes discos del año, que tendré que agregar a mi lista. Por esa combinación de singularidades es que tardé en percibir de qué se trataba.