por Gabriel Fernández *
El moyanismo necesita oponerse a la política económica macrista para sobrevivir; pero su furiosa animadversión por el kirchnerismo le impide delinear los aliados exactos para ese objetivo, y se debate en un angosto e incómodo camino.
Muy propio de la dualidad que caracteriza a su jefe máximo, Hugo Moyano. Talento sindical, estrechez política. En vez de aproximarse a las vertientes que comparten su diagnóstico sobre el gobierno nacional, sigue limitado por la influencia de personajes de escasa relevancia en el movimiento obrero, como Sergio Massa y Luis Barrionuevo.
Su hombre en el triunvirato de la CGT, Juan Carlos Schmidt, carece de libertad de movimientos para plantear con nitidez los pasos a seguir. Pese a ser carnadura de una movimiento muy superior al de sus socios en la cúspide gremial, termina maniatado, al punto de compartir los papelones derivados del bono de fin de año y el Mínimo no Imponible.
Comparten Moyano y Schmidt el descrédito debido a la impericia política en el liderazgo de su propio espacio. Ni siquiera han tomado en cuenta lo evidente: sus bases, que no dudan en verticalizarse y aún en amar al jefe camionero, desoyeron sus borrosos planteos políticos y votaron por la lista del Frente para la Victoria en noviembre del 2015.
La dimensión de la ira moyanista contra Cristina Fernández de Kirchner –con motivos, no con razón-, le impidió recordar que en política es preciso barrer tales emociones bajo la alfombra y abrir siempre vías de negociación. Los desajustes generados por aquella ruptura, en la cual la conducción del movimiento nacional posee gran responsabilidad, resultan extraordinarios.
Por caso, el moyanismo respaldó a las listas trotskistas en las pugnas sindicales bonaerenses, sólo para evitar la victoria de corrientes que estimaba demasiado cercanas al kirchnerismo. Este dislate derivó en derrotas del campo nacional popular en Suteba de La Plata y Lomas, así como en el respaldo bajo cuerda de espacios netamente antiperonistas en otros gremios.
Hace pocas semanas, un dirigente del interior del país sostuvo este diálogo con el presidente de Independiente: “-¿Cómo ves el panorama Hugo? -¿El gobierno decís? ¡Un desastre! Estos tipos nos llevan a la catástrofe, nos vamos a oponer todo lo que podamos… Eso sí, que te quede claro: no vamos a dar un solo paso que beneficie al kirchnerismo”.
La charla es genuina y fue narrada a este y a otro periodista directamente por el protagonista. Pues bien, el mundo es ancho pero no tanto: para aunar poderío contra el plan liberal sólo es probable acordar con aquellos… que se oponen al plan liberal. El andar sinuoso del moyanismo en compañía de Massa y Barrionuevo impide su despliegue y traba un accionar que podría estar asentado en lo más profundo del interés sindical específico.
Este 2017 será de protagonismo social en las calles. El movimiento obrero tendrá un rol muy importante para que el impacto de las movilizaciones resulte pleno. La agudización del ajuste anunciada por el nuevo jefe de la cartera económica sólo preludia una mayor colisión social. El camino para una propuesta masiva y equilibrada se observó en abril del año pasado frente al Monumento al Trabajo.
La falta de certeza en el manejo político del moyanismo –casi equivalente a la eficaz labor gremial en sus propios espacios- lo llevó a desarmar esa coalición imbatible y a impulsar una dirección cegetista sin gremios industriales y sin regionales, para no admitir influencia alguna de dirigentes sospechados de kirchnerismo.
Sin embargo, esos sectores no integrados a la conducción, los aliados naturales de quien anhela oponerse al gobierno antipopular, sólo evidencian lo razonable: reivindicar, más allá de los desacuerdos, una década de crecimiento económico con derechos sociales que les permitió crecer y afirmarse como poderes específicos en el seno del pueblo.
El desafío está abierto. Como señalamos en textos recientes, la unidad del peronismo y el kirchnerismo es clave para el futuro del movimiento nacional y del país todo. En ese sentido, el espacio político no podrá resistirse si se emiten gestos claros desde el movimiento obrero. Hasta ahora el poderío moyanista circula con freno de mano. Necesita dejar el lastre y salir a la ruta.
Eso es lo que haría un buen transportista.
*Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.