por Esther Díaz *
…furtivamente roba
fuego de las palabras y palabras de fuego
para sí, para todos, para el amor que no conocerá algún día…
Juan Gelman, “El ladrón”
Este libro ha nacido de mi persistencia en robar ideas. Hace aproximadamente veinticinco años publiqué un libro titulado Ideas robadas, título que me había surgido a partir de que un colega me acusó de robarle ideas. La acusación no por maliciosa dejaba de ser certera. Pasado el estupor, me serené y medité sobre la cuestión: resulta que tenía razón. Pero no solo él -que a la vez le roba prolijamente a otros y con el tiempo me devolvió favores robándome también a mí- ha sido mi víctima: le robé asimismo a casi todos los autores que leí, que estudié, que escuché, también a mis profesores, a mis amigos, a mis alumnos y hasta a mis enemigos. Y así entre pillajes, arrebatos, robos a mano armada y algo de mi cosecha fui produciendo libro tras libro, artículo tras artículo, charla tras charla.
Ahora se trata de otro libro. A pesar de ello reitero el título porque éste se construyó robándome a mí misma. Gran parte de los escritos aquí reunidos han sido publicados en periódicos, revistas, libros colectivos; algunos son producto de reportajes, conferencias o ponencias y otros fueron elaborados para la ocasión. Pero como seguí el mandato de que el robo de ideas está permitido siempre y cuando venga acompañado del asesinato de quien las inventó, intervine los textos con cierta criminalidad. Cambié títulos, borré parrafadas teóricas, hice desaparecer las bibliografías y -habiendo pertenecido cuarenta años a la academia y festejando mi alejamiento de ella- cometí la peor fechoría: no cito. Dejé de citar. He citado durante larguísimos años. Es aburridísimo. Lo único divertido de aprender a citar es olvidarse de hacerlo.
Ni fuentes, ni fecha, ni lugar. A veces solo el autor y en el colmo de la “honestidad intelectual”, el texto de origen pero así no más, a secas. Nada de ciudad, editorial, fecha, nombre del traductor, primera edición, segunda edición. Menos aún números de páginas. La intención es agilizar la lectura y, tratando de no descuidar el rigor conceptual, procurar un texto lo más amable posible.
De las primeras Ideas robadas no quedó nada aunque de algún modo está todo. El agregado al atardecer alude a mi edad. Si hubiera tardado un poco más en publicarlo le habría tenido que poner “Ideas robadas, se me vino la noche”.
Este libro no tiene principio ni fin, si bien formalmente los presenta. Se puede acceder por cualquier sendero sin que afecte a la comprensión. No hay correlatividades. Los diferentes escritos están agrupados por ciertas afinidades y forman cinco capítulos: "Irreverencias", "Subjetividad", "Epistemológicas", "Epocales", "Sexualidad".
En “Irreverencias” desfilan narcóticos y delirios; la belleza y sus empresas canallas; un llamado de atención en contra del humanismo; un masoquismo religioso inquietante e ignoradas culpas que exigen sacrificios y una propuesta de pensar las transgresiones más allá de los límites de la moral.
En “Subjetividad” se discurre sobre apocalipsis y renacimientos; machismo y femicidio: la seducción de la venganza y la insipidez de la justicia; el caballo sobre el que Nietzsche lloró y subjetividades atravesadas por la animalidad; la necesidad existencial de desprendernos de nuestros maestros; y una crítica al monoteísmo que rescata la alegría de los filósofos llamados perros.
“Epistemológicas” es un paseo por filosofías de la ciencia del cambio y el movimiento; un curioso maridaje entre Alan Chalmers y Fiodor Dostoievski; una apasionada relación entre romanticismo, ciencia, revolución industrial, poder y muerte; una confrontación entre el psicoanálisis y las tres epistemologías en pugna: anglosajona, alemana y francesa; los emprendimientos interdisciplinarios y sus intrincadas relaciones con el poder; la particular epistemología foucaulteana en su variante estética y la exhumación del método cartesiano articulado con el pluralismo y la libertad metodológica. He realizado estos desarrollos desde el marco teórico de una epistemología alegre, tal como la bautizó Ricardo Maliandi, durante un homenaje que le ofrecimos sus amigos, colegas y discípulos, un par de meses antes de su muerte.
En “Épocas” tematizo el capitalismo virtual relacionado con el imaginario de la empresa y su compulsión a la educación permanente, acusaciones de pedofilia y devenires animales, la unidireccionalidad para procurar seguridad ciudadana, los prejuicios heredados como introyección panóptica; el sacrificado narcisismo nuestro de cada día y el hiato entre la burbujeante posmodernidad y lo que cayó junto con las Torres.
En la última parte, “Sexualidad”, deambulo por exigencias de gozo que terminan aniquilando el deseo, marcha de prostitutas, médicos, proxenetas y madamas; apelmazamientos futboleros de hombres heterosexuales intercambiando erotismo; histeria contemporánea y hegemonía del sexo virtual y finalmente me deslizo por la pornografía para aterrizar lisa y llanamente en territorios pospornográficos.
Como cierre de esta presentación, dirijo la palabra a los ojos que me leen. Sumida en este mundo del que escribe y el que lee -reciprocidad privada y perversa-, me esfumo del espacio y del tiempo. Mejor dicho, transito por otros espacios y por otros tiempos. Mi alejamiento de la realidad se encuentra en relación inversamente proporcional con mi acercamiento conceptual a las problemáticas de la realidad. Fuerzas munidas de la misma intensidad y dirección, pero impulsadas en sentidos contrarios. La realidad espanta y seduce. ¿Quién no estuvo nunca con angustia sentado ante lo inefable de sus encrucijadas y -a pesar de todo- se río de ellas?, es decir tomó distancia, resignificó, pensó.
Pensar no siempre cambia la realidad pero puede cambiar la forma de interpretarla. He aquí la aspiración de estas páginas: incentivar el deseo para que el pensamiento no sea solo estación, sino lugar, residencia, campamento, suelo, morada.