Dos miradas sobre la película de Hernán Belón
1
por Martha Silva
El matrimonio joven llega de noche al campo. Localidad de Mercedes, en un Peugeot.
La caso amueblada que han comprado sin verla es más vieja y más fría de lo que esperaban. Al entrar -sin luz- a ella la recibe un pájaro que aletea violentamente sobre su cabeza, al mejor estilo de Hitchcock en Los pájaros.
Pero el terror vendrá por otro lado, más cotidiano.
Esa noche la pareja tiene relaciones sexuales, con la nena de un año y medio durmiendo en la misma cama. Luego él intenta prender fuego mientras ella vigila ansiosamente la respiración de la nena. No está cómoda con su condición de madre primeriza.
Lo mismo le pasa con cada cosa de la casona.
En cambio, él se ocupa con entusiasmo de las reparaciones elementales.
Al día siguiente conocen a los vecinos -un matrimonio maduro.
Él sale a cazar con el hombre, mientras en ella nace un rechazo rotundo. Hacia todo lo que ve y oye. Los cerdos enormes, el frío y la humedad de la casona, la aterran.
“No es nada, es el campo” -dice la campesina con sencillez.
Es un mundo reducido, simple, quizás más primitivo- dice él- y sigue tratando de hacer más habitable la casa, con la mejor disposición.
La vecina es atenta, trae comidas que ella recibe de mal modo y toma por intromisiones. La solicitud, el comedimiento natural de la gente de campo, le resultan invasivos.
Van al pueblo, a una especie de feria, ella bebe demasiado y está a punto de accidentarse. Estos hechos son supuestamente amenazantes para ella. De vuelta, hay reproches.
Él se va y se propone averiguar si la operación inmobiliaria puede quedar sin efecto.
En su ausencia, ella acude a hablar con la vecina, depone su soberbia y llora: "no entiendo cómo es”. A lo que la mujer contesta con sencillez: “hay que vivir, nada más que eso”. Se acepta la vida y también la muerte -que acaecen con la mayor naturalidad.
Chau cielo, chau campo y él solloza.
Sbaraglia consigue una labor encomiable en este film. Dolores Fonzi tiene un rol duro y oposicionista.
El campo es el primer largometraje ficcional, muy digno, de Hernán Belón. Hasta ahora había estrenado varios documentales, entre ellos El tango de mi vida y Tierra de Refugio, historias del exilio. Este film se presento en un Festival de la Habana. Dirigió además el famoso corto Aluap, sobre el cumpleaños de una niña en el momento de emprender el exilio.
2
por Salvador Savarese
Elisa y Santiago son dos jóvenes profesionales de clase media que viven en Buenos Aires. Se quieren, pero están en crisis. Su estadía junto a su pequeña hija en una vieja y aislada casa de campo trae a la luz sus conflictos y dudas sobre el futuro de la pareja y de sí mismos.
Si uno tuviera que dar una prueba de la calidad de la película, la más contundente podría ser que la sinopsis arriba detallada está solo muy levemente enunciada en la misma. Vemos que son una pareja en crisis y vemos que están en una casa de campo, pero nunca se especifica el porqué de sus actitudes. No se ve por qué a Santiago le gusta tanto esa casa y ese ambiente, y por qué Elisa se siente tan fuera de lugar, tan irritada. Pero se presienten las causas.
A partir de su llegada a la casa de campo, se asiste a un recorrido sinuoso de la pareja que se separa, se vuelve a unir y se vuelve a separar. Todo es inestable y -en ultima instancia- ilusorio en esa relación. Solo hay dos puntos fijos de referencia: La casa de campo y la hija. Es entre estos dos polos que Santiago y Elisa pivotean: peleándose, reconciliándose, huyendo, retornando.
Todo puede desembocar en el desastre, la separación: un leve golpe en la cabeza de la hija, la ida a una fiesta campestre, una borrachera de Elisa, la relación con unos lugareños, aceptada por Santiago pero rechazada con cada vez mayor furia por su mujer…
Y como moneda de cambio, la hija. A pesar de que la niña comienza a caminar, pocas veces se la ve hacerlo. Siempre es llevada en brazos o en su cochecito por los padres. Los vecinos del lugar le dicen que la dejen caminar, pero ellos se resisten. A veces la lleva él y a veces ella. No son muchos los momentos en que caminan los tres juntos. En uno de esos pocos instantes, después de cierta reconciliación (¿con la vida? ¿con ella misma?) de Elisa, tres generaciones de mujeres podrán finalmente caminar por un bosque que momentos antes era sinónimo de peligro.
Finalmente llega el momento del retorno y una tranquera cerrada, con las diferentes texturas de las maderas, podrá metaforizar la relación de los protagonistas. En el viaje se verá uno de los pocos primeros planos de la hija, y Elisa y Santiago se confundirán en un abrazo, conmocionados. Su estadía en el campo habrá sido una experiencia fructífera o desastrosa, la pareja se habrá consolidado o la disolución ya no tiene retorno, vivirán una mejor vida o no…
El campo es abierta pero no vaga. La ambigüedad esencial que imprime en cada escena no surge, como en muchas películas, de su falta de compromiso con los personajes, sino al revés, por el respeto de sus particularidades: en el fondo esa ambigüedad puede ser resuelta, pero solamente en la cabeza de cada uno de los espectadores, después de encendidas las luces de la sala.