Fascímil de la página 2 del número 9 de revista La otra
La gira
por Sebastián Duarte
(Viene del post anterior) El jueves 30 de mayo de 2002, Ricky se levantó cerca del mediodía y partió para al estudio de grabación en el centro. Esa tarde grabaron las últimas voces del disco de Flema, que era lo único que faltaba. Apenas llegó, conversó con Luichi y luego fue a comprar una botellita de alcohol fino a una farmacia con cuatro pesos que tenía encima.
De nuevo en la sala, con Luichi prepararon su antiguo brebaje -mezclaron alcohol con Tang- para serenarse antes de registrar las voces. A su vez, unos músicos que también estaban dentro del lugar, antes de irse les regalaron una botella de vino tinto recién descorchada. Ellos dos, contentos de la vida. Enseguida que empezaron a mezclar las bebidas a Ricky le pegó fuerte. De todas maneras, concluyó profesionalmente con su parte del trabajo. Al estar todo listo, el vocalista partió con Luichi hacia Avellaneda. Durante el viaje, bebieron un poco de vino arriba del colectivo 24. Se bajaron a dos cuadras de la casa de Luichi con la intención de quedarse un rato allí, aprovechando que la madre del guitarrista estaba en Mar del Plata. Media cuadra antes de llegar a los monoblocks del Barrio Güemes, se encontraron con un grupo de pibes conocidos de Luichi y se quedaron charlando alrededor de media hora. Antes de partir, les dejaron la botella de vino semivacía y ellos le siguieron dando duro al alcohol fino. Sobre la marcha, cambiaron de planes y se dirigieron primero hasta la casa de Fernando, en Gerli, pero el bajista no estaba y los chicos debieron cambiar de rumbo. Por esas casualidades se encontraron en la calle con Hugo, un amigo del grupo. Con él se pusieron a tomar unas cervezas y se quedaron charlando un rato. Luego el chico se fue y a Ricky y a Luichi se les ocurrió ir a golpearle la puerta al puntero de la cuadra para que les habilitara merca, de esta manera pretendían rescatarse un poco de la borrachera. El puntero se negó porque los chicos no tenían dinero para pagarle. Prefirió decirles que no tenía nada para ofrecerles. Entonces no les quedó otra que retirarse de la zona y dejaron la botella de cerveza vacía en un canasto de basura. Inmediatamente partieron para la casa de Ricky, porque el músico quería levantar unos compactos de Kiss y además devolverle un pulóver a Luichi que le había prestado hacía unas semanas. Mientras iban caminando por las calles de Gerli, el líder de Flema gritaba insistentemente por el club de sus amores: “¡Dale Porve!, ¡dale Porve!”. Al llegar a su casa, Ricky se puso la remera del club de sus amores, como hacía siempre cuando estaba arruinado, luego hizo un llamado telefónico y minutos después partió con Luichi de nuevo a la calle a gritar por El Porvenir.
Eran las siete y media de la tarde. Sus amigos del barrio, que estaban tomando una cervezas en República del Líbano y De la Serna, cuando vieron que el cantante se acercaba fisurado, rajaron de la esquina al instante. En eso, Cacho, el remisero, pasó con su auto y Ricky lo vio. Le hizo señas para que se acercara y le suplicó que lo llevara junto a su amigo hasta los monoblocks. Cacho accedió, pero antes le hicieron dar un par de vueltas por los suburbios. El motivo consistía en conseguir algún kiosco que les fiara cervezas y así dejar de beber el alcohol fino. Incluso le pidieron prestado dinero al conductor, quien se negó diciéndoles que no tenía. “Está bien, no importa. Total, nos queda un poquito de alcohol fino en una botella, lo mezclamos y le damos a eso. Otra no nos queda”, se consoló el vocalista.
Luego de dar vueltas en vano, el remisero se cansó y les dijo a los músicos que tenía que continuar trabajando. Entonces Ricky le pidió que los dejara en la calle Güemes. Allí se bajaron y subieron al departamento de Luichi, situado en un quinto piso, en Amaro Giura 1379. Primero bebieron una sobra de ron que Luichi tenía en una cristalera y luego se bajaron lo poco que les quedaba del alcohol. Para conseguir mejor gusto, el violero cortó un limón, lo exprimió y lo mezcló. El sobre de Tang que sobraba lo tiró a la basura. Siguieron bebiendo algo más que encontraron por ahí y fueron hasta la habitación del guitarrista. Allí Luichi contaba con su entretenimiento de todos los días: el Playstation. Conectaron el aparato y se pusieron a jugar un rato. Luichi se sentó en una silla y Ricky se acomodó en otra, a su lado. El televisor estaba inclinado sobre una mesita que daba a la ventana. De repente, Ricky exclamó: “¡Me voy a tirar! ¡Me voy a tirar!”. Corrió el televisor y se lanzó por la ventana al vacío. (CAPITULO IX, fragmento, página 113 del libro Ricky de Flema. El último punk, Ediciones Baobab, 2005)
(Continuará)