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El Rey se está muriendo

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Cine Extremo IV: La muerte de Luis XiV (Albert Serra, 2016). Sábado 19:30 (PUNTUAL) en Red Colegiales  - Alvarez Thomas 1093



Este hombre es el Rey Sol y se extingue como se apaga una estrella vieja. Así lo filma Albert Serra. Centro solar alrededor del cual gira un sistema de personajes que pasan sus días cumpliendo su voluntad oscura, entrenados para una solemnidad un poco descolocada ante la mera muerte. Ellos tienen que hacer lo que el soberano diga, cualquier cosa menos morirse por él, es algo que tiene que hacer solo, como un hombre insignificante. "La próxima vez lo haremos mejor" comentan discretamente los médicos cuando ya todo se consumó. La ciencia aprende de sus fracasos.

"L'État, c'est moi" había dicho ese hombre cuando era casi un niño, algo que la película no muestra pero cuyo sentido la supone.  Porque un hombre muere pero el Estado sigue. El Estado se despoja de su carne y sus huesos, los deja pudrirse y caer con toda su pompa, más vana que nunca. En tránsito, Serra lo filma en la suave confusión y en la dura noche de dolor que nada puede aliviar.

En su ocaso, Luis XIV es requerido todavía como soberano, toma las últimas decisiones mundanas, cumple sin ganas con el protocolo indispensable, le habla a la nada con semipalabras, confiesa pecados indescifrables. Su cara se enciende solamente cuando juega con sus perros, los únicos a los que no les importa que sea el Estado, porque conocen su olor y su hilo de voz.


El Rey Sol se muere como cualquiera. Puede que todo el calvario sea más agobiante para los miembros de su corte, por la atención continua que el Soberano demanda, hasta que estén totalmente seguros de que él ha expirado.

La máscara impresionante de Jean-Pierre Léaud, sometida a la ley natural, a la corrosión, trae consigo la historia del cine moderno. Él mismo es una gran estrella que se apaga. Serra lo elije astutamente: este rostro macilento supone la risa fresca de Antoine Doinel en Los 400 golpes: "Le cinema c'est moi" podría decir.

Serra, junto a su iluminador Jonathan Ricquebourg, logra el prodigio de que la luz se filtre con timidez por entre la oscuridad de la cámara real y vibre ligeramente con cada temblor de la piel moribunda de Léaud. Con el tiempo preciso de cada plano, con los pequeños detalles banales que acompañan el avance imparable de la gangrena, la película recorre un arco dramático elegante, apenas desviado por el toque de humor macabro que la muerte siempre trae.

La muerte de Luis XIV muestra a un cineasta que apela a los rasgos de estilo ya conocidos de su filmografía previa, sino que piensa formas nuevas de narrar un acontecimiento harto sabido, recorriendo los bordes mismos de la muerte de un cine. Hacia un extremo. Inesperadamente, dialoga con los mejores momentos de la tetralogía del poder de Sokurov.

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