LA VIOLENCIA SILENTE DE LAS MENTIRAS INVERECUNDAS
por Jorge Dorio
Era previsible que el lanzamiento del plan de vivienda despertara la suspicacia y las críticas más disparatadas en los capataces del establishment, desde los nabonellis hasta los gargamelconianes. Pero resulta mucho más irritante la claque de muñequitos progres que repiten el libreto burdo de los citados miserables. Esta iniciativa del Ejecutivo no es solamente un paso más en el trabajoso camino de la reconstrucción. Con poco que se la observe podrá advertirse la densidad ideológica y la riqueza política que contiene, así de sencillita como se presenta.
El origen de la medida puede buscarse nada menos que en el irredento artículo 14 bis de nuestra deshilachada Carta Magna, aquel que postula la obligación de garantizar la seguridad social para todos los ciudadanos e incluye en este marco el derecho a una vivienda digna. Desde la década del 50, el artículo en cuestión se ha parecido más al penado 14, sometido al supino desprecio de sus postulados por la mayoría de las administraciones gubernamentales que desde entonces se sucedieron hasta la actual, con un escasísimo número de ínfimas excepciones.
Ese valor fundante se acrecienta en la expresión más clara de lo que el compañero Eric Calcagno llama democracia industrial: un Estado activo concentrado en la inclusión y que no tiene dudas respecto del verdadero núcleo de la prosperidad de una Nación; que es la capacidad de producir sin distraerse en especulaciones financieras o regodearse en la mole rígida de capital acumulado. Este Estado en movimiento es el que grafica la existencia de un proyecto sólido de Nación, un proyecto dinámico al que le toca atravesar el escarpado paisaje de otra crisis del centro. Y frente a eso vuelven a oirse los falsos argumentos que insisten en hablar de la plata de los jubilados, fantasía torpe difundida por los chacales que usufructuaron el dinero de las AFJP para beneficio propio y no soportan ahora que el manejo de esos fondos esté en manos del Estado, en nuestras manos. Convengamos que si a esa plata hay que buscarle un vientre, lo adecuado sería hablar de la plata de los trabajadores. Y sería más que saludable ver que la CGT se pronuncie favorablemente a ese uso virtuoso del dinero que generan los laburanmtes. Naturalmente el plan acaba de nacer. Y exige para su feliz concreción el apoyo y la solidaridad de todos los sectores que integramos una comunidad en vías de organización. Pero desde este mismo momento el campo central de confrontación es lo que venimos llamando la batalla cultural. Supongo que algo de este temprano exabrupto puede atribuírsele a mi lenta convalescencia que los editoriales de los ya medio(s) muertos dificultan un poco. Pero no viene mal tomarse estas discusiones como lo que realmente son: causas personales. A ver si de una vez por todas nos queda claro que si al proyecto de un futuro digno no le ponemos el hombro todos, las miserias del 2001 van a ser un picnic de la primavera.
El origen de la medida puede buscarse nada menos que en el irredento artículo 14 bis de nuestra deshilachada Carta Magna, aquel que postula la obligación de garantizar la seguridad social para todos los ciudadanos e incluye en este marco el derecho a una vivienda digna. Desde la década del 50, el artículo en cuestión se ha parecido más al penado 14, sometido al supino desprecio de sus postulados por la mayoría de las administraciones gubernamentales que desde entonces se sucedieron hasta la actual, con un escasísimo número de ínfimas excepciones.
Ese valor fundante se acrecienta en la expresión más clara de lo que el compañero Eric Calcagno llama democracia industrial: un Estado activo concentrado en la inclusión y que no tiene dudas respecto del verdadero núcleo de la prosperidad de una Nación; que es la capacidad de producir sin distraerse en especulaciones financieras o regodearse en la mole rígida de capital acumulado. Este Estado en movimiento es el que grafica la existencia de un proyecto sólido de Nación, un proyecto dinámico al que le toca atravesar el escarpado paisaje de otra crisis del centro. Y frente a eso vuelven a oirse los falsos argumentos que insisten en hablar de la plata de los jubilados, fantasía torpe difundida por los chacales que usufructuaron el dinero de las AFJP para beneficio propio y no soportan ahora que el manejo de esos fondos esté en manos del Estado, en nuestras manos. Convengamos que si a esa plata hay que buscarle un vientre, lo adecuado sería hablar de la plata de los trabajadores. Y sería más que saludable ver que la CGT se pronuncie favorablemente a ese uso virtuoso del dinero que generan los laburanmtes. Naturalmente el plan acaba de nacer. Y exige para su feliz concreción el apoyo y la solidaridad de todos los sectores que integramos una comunidad en vías de organización. Pero desde este mismo momento el campo central de confrontación es lo que venimos llamando la batalla cultural. Supongo que algo de este temprano exabrupto puede atribuírsele a mi lenta convalescencia que los editoriales de los ya medio(s) muertos dificultan un poco. Pero no viene mal tomarse estas discusiones como lo que realmente son: causas personales. A ver si de una vez por todas nos queda claro que si al proyecto de un futuro digno no le ponemos el hombro todos, las miserias del 2001 van a ser un picnic de la primavera.