por Oscar Cuervo
Uno se pregunta acerca de la necesidad o incluso de la conveniencia de seguir comentando películas como esta. En mi caso, no estoy atado a ningún vínculo laboral que me obligue a ver o a reseñar estrenos. Veo exclusivamente las películas que tengo ganas, a mi sola cuenta y riesgo. Puedo incluso verlas y no escribir nada. No estoy en contacto con el grueso de la producción mainstream por una razón simple: me falta el interés. Supongo que películas como Avatar, La chica del dragón tatuado o Prometeo superan cómodamente la calidad media de la masa de estrenos a que está expuesto un crítico remunerado. Voy a ver cine mainstream si hay alguna razón adicional: por ejemplo, sigo la filmografía de Spielberg, a pesar del poco aprecio que me despierta, porque lo considero uno de los artífices del paradigma hegemónico. Una curiosidad morbosa me lleva a buscar en su cine ciertos síntomas del estado (degradado) de la cultura contemporánea. A la vez, estoy seguro de que Spielberg es más competente que la mayor parte de sus colegas de la industria. Por eso, supongo, ver sus películas me dispensa de un exceso de disgusto. Al percibir la indigencia de uno de los mejores en lo suyo puedo ahorrarme todo lo que está debajo.
En el caso de Prometeo, mi motivo personal es más fácil de explicar (y más compartido): guardo un recuerdo inolvidable de Alien. No se trata solamente de que son obras del mismo director; resulta que, además, cuando se empezó a hablar de Prometeo, se dijo que era la vuelta de Ridley Scott al universo de su segunda, extraordinaria película. Más precisamente se la publicitó como la precuela de Alien. Una vez que esta idea estuvo bien instalada, cuando unos cuantos empezamos a conectarnos con aquel momento de Hollywood en que películas como Alien eran posibles y además eran populares, cuando empezamos a considerar la posibilidad de que Ridley Scott volviera a retomar el pulso cinematográfico de sus tres primeros largos (Los duelistas y Blade Runner son los otros dos), cuando la asociación Alien (1979) - Prometeo (2012) ya se había afirmado, solo entonces, Scott y otros involucrados en el proyecto salieron a "aclarar" que no se trata de una secuela. Toda la maniobra revela una enorme mala fe, lindante con la estafa. Pero este truco de marketing es la manifestación más superficial de otra mala conciencia, menos visible pero más estructural. Hollywood tiene hoy vedado hacer películas como Alien, de la cual Prometeo es una horrible mutación, porque trabaja por diseñar una especie de espectador más estúpido y más dócil, más manipulable y rendidor en términos mercantiles. Un espectador medio que estuviera a la altura de Alien sería un mal negocio. Entonces el recurso a la memoria de aquella película de hace 33 años funciona como un facilitador en cierto segmento etario para lanzar esta nueva franquicia. Pero hay que abarcar, para que el negocio sea más rentable, a una generación de espectadores post-spielberguianos, es decir: más estúpidos.
Ridley Scott no en vano vino degradándose por décadas: Simplemente parece no poder conectarse con la atmósfera que hizo posible aquel extraordinario film de horror protagonizado por camioneros del espacio, una obra cuyos méritos ya no sabríamos si atribuírselos a él, a su productor Walter Hill, a su guionista Dan O'Bannon (cineastas destacados por aquellos años) o a la reunión azaroza de los tres en condiciones hoy irrepetibles. No hay rastros de la inteligencia de concepción de Alien en Prometeo, que parece estar hecha por un fan torpe de la primera a la que se le encarga una misión para la que está incapacitado. El Scott de Prometeo parece un discípulo torpe del Scott de Alien, alguien que admira la película precendente por los motivos equivocados.
Quizá sea interesante considerar a Prometeo como evidencia de la pérdida de la fe en el cine (y por consiguiente en la sensibilidad del espectador), del cine no como espectáculo audiovisual sino como arte de lo invisible, como dispositivo capaz de producir un fuera de campo que se puebla con nuestros fantasmas más íntimos. En Prometeo se asegura liquidar todo fuera de campo con un bombardeo sensorial que anula la fantasía del espectador, efecto potenciado por el embotamiento perceptivo que facilita el 3D. (Habrá que esperar a Godard para ver si puede justificar la existencia de esta técnica).
Uno comprende un poco tarde que discutir si Prometeo es o no una precuela de Alien es una pérdida de tiempo o, peor todavía, un servicio gratuito que le brindamos a la operación de marketing. Ni aunque se lo propusiera Scott sería capaz de volver a hacer, no digo ya una buena película, sino apenas una película. El aire en el que un ejemplar de su especie sobrevive está tan viciado que de bichos así solo caben esperarse efectos dañinos.