Los días que pasamos mostraron que la degradación social en la que nos movemos parece no tocar fondo: un pibe linchado por robar un celular, un nene de 11 años al que una bala policial le atraviesa el cráneo, otro más agoniza porque compró un perfume y la cana sospechó que lo había robado. La gente sigue su trayecto habitual se acostumbra a lo ofensivo. El horror es esta estolidez que deja que el mundo no se detenga. Vidas tronchadas que se apilan hasta hacernos perder la cuenta. No hay mediación posible: para los pibes asesinados se borronea todo horizonte. ¿Ya no nos duelen tanto como los primeros? ¿Estamos siendo sometidos a un experimento de zombificación colectiva? La maldita máquina de matar sigue adelante esta semana y la otra. Con cada vida perdida la historia entera se hunde en el abismo.
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