por Oscar Cuervo
El aparato comunicacional de la derecha -Majul, Fontevecchia, Lanata, Tenembaum, Leuco, Morales Solá, Sarlo, etc.- con su apéndice trosco-moyanista -Gabriel Levinas, Diego Rojas- estuvo en los últimos meses tratando de hacer pasar como un hecho empírico evidente que el malestar social está alcanzando niveles tan altos -la referencia previa es el lock out de 2008- que no encuentra cauces a través de una dirigencia opositora -a la que este aparato ningunea sin piedad-, pero que podría explotar en la calle de un momento a otro. Hace un mes se intentó fogonear la vuelta del cacerolazo combinada con paros agrocarcas a la vera de la ruta. Se hizo una cobertura desmesurada de hechos al borde de la inexistencia. Algunos centenares de nostálgicos de la dictadura, más diversos despistados, cacerolearon durante unas noches de Barrio Norte, con concurrencia menguante, hasta esfumarse; a pesar de su irrelevancia estos episodios menores alcanzaron las tapas de diarios y revistas, en un intento de estimular la profecía autocumplida de un estallido. Eran tan horribles los sectores que salieron, teflón en mano, que los mismos medios que los promovían tuvieron que ocultarlos, mientras los testimonios difundidos –por ejemplo acá- terminaron por desalentar a indecisos que en otras condiciones se habrían sumado a manifestar algún tipo de disconformidad con la situación, en sentido difuso. El paro chacarito a la vera de las rutas se suspendió por falta de público. El 2008 volvió al lugar de donde nunca había salido: la ilusión borrosa del golpe nonato.
Pero la derecha no abandonó su diagnóstico (mezcla de autosugestión y operación mediática) del malestar a punto del estallido social. Entonces empezó la fase de exploración de los conflictos al interior de la alianza gobernante. El asunto pasaba por acelerar los tiempos, inflar la figura de Scioli hasta el nivel de un exquisito tiempista (lugar que durante años ocupó el hoy retirado Lole Reutemann) y refritar uno de los mitos urbanos más establecidos: la temible capacidad de movilización del díscolo Hugo Moyano. Esta fase de la operación “pre-estallido” contó con la colaboración del propio Scioli, que con fotos y mohines ambiguos empieza a coquetear con la posibilidad de convertirse en el preferido de Clarín, y el despecho de Moyano, cuyo tiempo en la CGT está contado. La pregunta que todos nos hacemos –y suponemos que Scioli y Moyano se han hecho o se están haciendo- es si ellos quieren convertirse en los instrumentos con los que la derecha atente contra la experiencia kirchnerista, si Daniel y Hugo se animan a ocupar el lugar que en estos años fueron teniendo y perdiendo por ineficacia la Mesa de Enlace, Lilita Carrió, Eduardo Duhalde y Pino Solanas, con resultados letales para sus aspiraciones políticas. Tanto así que hoy puede reformularse el viejo slogan extorsivo: en lugar de “nadie resiste cuatro tapas de Clarín en contra”, ahora podría empezar a considerarse la variante “nadie resiste cuatro tapas de Clarín a favor”.
El "temible poder extorsivo" del iracundo Moyano pasó en las últimas dos semanas a ponerse en marcha. Se sabe: las relaciones entre Moyano y Cristina están rotas desde hace rato y no habrá manera de recomponerlas. Moyano supo armarse un frente interno complicadísimo, con una enorme mayoría de sindicalistas ortodoxos que apuestan a su caída; los intendentes del conurbano no lo pueden ver, porque estuvo todos estos años sometiéndolos a continuos aprietes con el tema de la recolección de la basura. Este repudio lo logró porque su pericia política terminó por ser nula. Sus propios aliados empezaron, en los últimos días, a cuestionar su empeño de sostenerse a toda costa, aún a costa de la unidad de la CGT. Estas complicaciones no impiden la insistencia, en el seno del peronismo más ortodoxo, del mito de la invencibilidad de Moyano, mezclado con la idea falsa de que romper con él equivale a romper con la CGT.
Ultimamente Hugo se engolosinó con la idea de transformarse en el referente del “malestar social a punto de estallar”. De pronto, quienes lo satanizaron durante las últimas dos décadas empezaron a encontrar en él cualidades republicanas. Y aún los periodistas que trabajan para un público que no compra la imagen de un Moyano republicano adoptaron sin crítica el mito de su implacable manejo de la calle. Entre el bloqueo desabastecedor que los Moyano ensayaron el 20 de junio y el paro convocado repentinamente el mismo 20 desde los estudios de TN (paro general de la CGT, que después se devaluó en paro de camioneros con movilización general a Plaza de Mayo), la derecha activó la operación “Cristina pierde el manejo de la calle y Moyano la jaquea”, preámbulo inevitable -suponían- de un estallido masivo. La ilusión fue desflecándose con el correr de los días. Primero parecía que iban a confluir la CTA SocialConservadora de Micheli, más miles de cacerolas, más intendentes díscolos del conurbano, más el lumpentrosquismo, más la alianza sindical que sostuvo a Moyano durante esta década en la CGT, más algunos desprendimientos de los gremios antimoyanistas que desbordarían a los dirigentes (Michael Moyano, el hijo atildado, estuvo repitiendo que los gremios apoyarían a Papá "con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes"). Es un frente antiK que la derecha no renuncia a articular desde 2008, haciendo retoques en el reparto. Julio Piumato, convertido en un pastiche de Lilita Carrió, Alberto Samid y Alberto Fernández (lo peor de esos inframundos) no dejó programa bizarro de cable sin visitar, gritando con la furia de un converso, después de tantos años kirchneristas, indistinguible ahora de los cacerolitos sacados. Todo parecía conducir hacia una poderosa movilización que haría temblar los cimientos de un temblequeante esquema cristinista. Ahora sí, con el arma letal de la Movilización Camionera, el mal humor estallaría.
El miércoles fue el día de la verdad. Moyano ponía toda la carne en el asador. Perfil anunció el domingo el comienzo del post kirchnerismo, vaticinó que se movilizarían 150.000 personas que iban a eclipsar el acto cristinista de Velez en abril (100.000 personas). Y que esto sería el comienzo del fin. Ayer era enternecedor ver en twitter cómo Tenembaum, Levinas, Quintín y otros despechados alucinaban la llegada de las masas del subsuelo sublevado que reventarían la Plaza. Tenembaum en las primeras horas tuiteaba que ya había mucha, mucha gente, todos pobres, todos peronistas, “y la cosa recién empieza”. Levinas soñó que la Plaza estaba hasta las tetas. Diego Rojas tuiteaba alborozado por la imponente presencia del clasismo, con la ilusión que hizo decir al pobre Altamira que ellos no eran funcionales a Moyano, sino que Moyano era funcional a ellos. Lo que al final resultó es que naufragaron juntos. De Gelblung a Moyano, el lumpentrosquismo está liquidando su capital político de supuesta pureza ideológica y se va peronizando.
Sin embargo, semejante expectativa sirvió, más que nada, para contarle las costillas al propio Moyano. Si antes de las elecciones había llevado, a favor de Cristina, a más de 100.000 personas a la 9 de julio, ayer, con toda la manija de los medios de derecha, más los aportes estratégicos de la Uatre, el trosquismo, el maoísmo y otros residuos, arañó las 30.000 personas, contra Cristina. Dato para los augures del clima social: ponerse contra Cristina le restó mucho más que lo que le sumó. Ningún sindicato grande de la CGT lo acompañó, incluso algunos de sus más fieles aliados empezaron a distanciarse: se dice que Schmidt está dudando cada vez más en seguir en el moyanismo; Héctor Recalde, el legendario apoderado legal de la CGT ya se apartó de Hugo y se mostró cerca de Cristina un día antes de la movilización.
Varios mitos se acaban de caer: el poder movilizador de Moyano no es imbatible; el de ayer es su primer fracaso estridente en el manejo de la calle. La Plaza le quedó grande. Sus rivales en la CGT ya encontraron en la escasez de ayer el signo del ocaso de Moyano: ya no puede aspirar a conducir al conjunto del sindicalismo ni por milagro. Sus gestos de sobreactuación traidora, convocando al paro desde TN y ofendiendo la memoria de Néstor, al cual hasta hace pocos días llamaba "el más grande líder peronista después de Perón y Evita", su desarticulado discurso, su incapacidad para tejer alianzas, su falta de picardía lo ponen más cerca del arpa que de la guitarra. La suma Clarín + Moyano no da 0, pero da 0,3. Ya no parece poder sostenerse el mito de que ningún gobierno soporta la ira de un Moyano.
Cristina lo hizo. Se mantuvo ante las cuatro (y las cuatro mil) tapas en contra de Clarín, los cacerolazos, las operaciones duhaldistas, los intentos de corrida, la voltereta en el aire de Cobos... Y demostró esta semana que el apriete moyanista no es invencible. Un gran servicio para futuros presidentes. Quienes aspiren a sucederla deberían agradecérselo: si es que en serio quieren gobernar la Argentina.