La noticia tiene varios días y se pierde un poco en el fárrago de las cotidianas ofensas clasistas que la pandilla gobernante dirige contra el pueblo: el ministro de cultura porteño Enrique Avogadro participó en una repulsiva performance en la Feria del Arte Contemporáneo (FACA) titulada Jesúscake, donde un grupo de burgueses caníbales se comieron una torta con la imagen de Jesús muerto después de la crucifixión. Noten el detalle de la herida en el costado derecho de Jesús. Asqueroso el gesto de estos gourmets de la libertad artística. Es lo más parecido que haya visto a los groseros fascistas de Saló o los 120 días de Sodoma que imaginó Pasolini en su pesadilla terminal.
No es una ofensa a los católicos: es una ofensa a los oprimidos a quienes estos cretinos se comen literalmente todos los días. Se trata del típico sarcasmo ceofascista, en el que se celebra la inmolación de los pobres. No les basta con hacerlo materialmente: lo deben repetir simbólicamente. Avogadro salió a "disculparse", como si no se hubiera dado cuenta del significado de su gesto mientras lo estaba haciendo.
Los "autores" de este engendro se hacen llamar Pol y Marianela y aclararon que la "obra" responde al concepto Kidstianismo, "un mundo paralelo donde se ve la religión desde la mirada de los millennials". El ministro de cultura (en esta nota dan ganas de ponerle comillas a todo) salió diciendo "lamento sinceramente si alguien se vio ofendido", la manera usual de prolongar la ofensa bajo la simulación de un pedido de disculpas. Alegó que el motivo de su participación es que "el lugar del arte es muchas veces precisamente el de incomodarnos y sacudirnos". Incómodo no se lo ve.
En cuanto a la sacudida que le adjudica a la función artística, remite a una tradición iconoclasta, resignificada ahora por la nueva generación ceofascista, que se regocija al ultrajar de todas las formas posibles la condición humana. Hedonismo liberal libertario.
Avogadro pertenece al mismo régimen que arroja a las familias pobres a dormir en la calle. En la ciudad de Buenos Aires, las fuerzas de seguridad salen a la mañana a incautar los colchones de los indigentes que viven a la intemperie. Este es el contexto en el que se puede ponderar el significado de la perfomance posverídica. Es peor que un error tomar estos actos de propaganda oficial como si se trataran de gestos de irreverencia artística hacia una religión instituida. En el relato evocado y burlado, las heridas de Jesús fueron producidas por fuerzas de ocupación imperial y la cruz en la que murió era el dispositivo de tortura seguida de muerte con que el poder de su época asesinaba a los pobres cristos. Eso es lo que Avogadro celebró. No se trata de una transgresión jocunda y ligera, sino de la humorada de la Voluntad de Poder en pleno genocidio.
Esta mierda de la "cultura porteña" (tengo que volver a usar comillas) me remite a una celebración de la autonomía del goce artístico que hace poco leí en dos infaustos textos en el blog Calanda. Como Avogadro, Miccio y Vieytes sostienen que "el lugar del arte es muchas veces precisamente el de incomodarnos y sacudirnos".