Hoy 17:00 hs. Patologías Culturales FM 88,7
El canto popular suele ofrendar una vez cada tanto un personaje destinado a infundir una potencia sobrehumana a su paso entre los simples mortales y todos bebemos del cáliz de la eternidad cuando recibimos al menos un toque de esta grandeza.
La oración anterior puede parecer un tanto cursi, pero no importa, estoy hablando de Chavela Vargas.
Chavela, la película que hicieron las cineastas Catherine Gund y Daresha Kyi, maneja recursos convencionales en el plano formal: una entrevista que Gund le hizo a Chavela Vargas a comienzos de los años 90, sin saber demasiado quién era (Gund es australiana, activista del las causas LGTB, además de cineasta, mientras Chavela estaba volviendo de un ostracismo más existencial que artístico) ; reportajes a personas que la conocieron, como Pedro Almodóvar, Liliana Felipe, Jesusa Rodríguez, Miguel Bosé, José Antonio Giménez jr. o Alicia Pérez Duarte, abogada y pareja de la cantante durante varios años, entre otros; y por supuesto muchas actuaciones en vivo y canciones grabadas por Chavela en diversos momentos de su carrera. Con recursos habituales, el resultado de Chavela se nutre de la fuerza que la cantante nacida en 1919 en Costa Rica y mexicana por adopción imprimió en su extenso paso por el mundo.
Muchos conocimos a Chavela por las películas de Almodóvar y su voz áspera y su dramatismo desbordante están asociados para nosotros al cine del manchego. Es cierto que Almodóvar hizo mucho por traer a Chavela, un personaje de arrabales inhóspitos de mediados del siglo xx, hasta convertirla en artista de culto para las nuevas generaciones. Pero sucede que antes de ese encuentro Chavela tuvo una vida tan dura y pasional que labró su canto. Y hay, claro, un mito de origen.
Su madre no la quiso porque la pequeña Isabel era demasiado hombruna. En ese desamor está la génesis de todo lo que ella convirtió después en materia sublime: el desgarro continuo de su voz, su rabia, su melancolía terminal, su alcoholismo, su violencia y su carisma irresistible. Cuando en la película Chavela habla de su infancia, siempre lo hace con tristeza. Hasta sus últimos días ese es el recuerdo que no la abandonará. En cambio, su vida sentimental está hecha de abandonos, despechos, apariciones milagrosas y duras decepciones que se recuperan en la intensidad de su canto.
Chavela fue lesbiana desde niña, cuando y donde esa palabra significaba un insulto. La manera de desafiar un ambiente poco propicio para su deseo fue volverse "más macha y más borracha que todos los charros que tenía alrededor". Así fue haciéndose leyenda en los cabarets mejicanos, en un contexto adverso a las diversidades sexuales. Ella se impuso por su rudeza -mujer de armas llevar-y por la fiereza de sus rancheras. En los años 50 mexicanos su singularidad solo podía ser aceptada como si encarnara a un personaje excéntrico, pero esa aceptación no se extendía abajo del escenario. Como subir al escenario le daba miedo, solo podía hacerlo con litros de tequila encima.
Tuvo decenas de amantes, entre ellas Frida Kahlo, varias mujeres del funcionarios que la iban a ver a los night clubs y, según ella misma cuenta, tuvo una noche de pasión con Ava Gardner en Acapulco.
Su alcoholismo se hizo una muleta existencial tan ineludible que la llevó al borde de la muerte. Pasó años tan borracha y pendenciera que se volvió imposible continuar con su carrera. En los 80 empieza un eclipse denso por el que todos terminaron por creer que había muerto. Su pareja con Alicia Pérez Duarte, más joven que ella, la rescató, aunque no pudo evitar que la violencia pasional con que encaraba todos sus vínculos amorosos terminara por separarlas.
A principios de los 90 Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe abren un boliche, El Hábito, en el que aspiran a conectar a grandes artistas del pasado con las nuevas generaciones de la bohemia mexicana. Y se proponen llevar a Chavela de nuevo a los escenarios. Su repentina aparición, después de una docena de años en silencio, fue recibida con asombro por el nuevo público. Chavela había vuelto de la muerte. Al toque aparece Almodóvar, quien en la película confiesa una conexión muy intensa con su vida y su canto, como si la fuerza melodramática de su cine, bordeando siempre la desmesura, hubiera crecido como una extensión del torrente emocional de la cantante. Almodóvar la llevó a España y al Olympia de París y la presentó ya anciana en la Sala del Bellas Artes de México, donde ella había soñado llegar cuando era una borracha que cantaba rancheras en cabarets de mala muerte. A partir de entonces y por todo lo que resta de su vida, Chavela vive una edad dorada. Ya pasó los 70 años, por lo que cada show lo encara como una despedida. Pero milagrosamente sigue viviendo y cantando hasta 2012, rodeada del amor que se le negó en su niñez. Ni el éxito lograrán limar las aristas más duras de su personalidad.
Chavela, la película, tiene la virtud de contar con el mejor material disponible para evocar una vida legendaria. Y por supuesto, esas canciones de amor y odio desgarrador que nos acompañan cada vez que las necesitamos.