Leo en una red social el lamento de un crítico que sabe:
"Leo blogs varios y nunca, pero nunca, deja de asombrarme la cantidad de gente que escribe sobre cine sin saber, prácticamente, nada de cine. Sin saber escribir, también. Y no saben que no saben. No saben de historia, ni de estética, ni de análisis, ni de narratología. Añoro, cual viejo, la época en la que para escribir tenías que ganarte un espacio en una revista o un diario, o un semanario o lo que fuera, y alguien aprobaba o rechazaba tu nota. Internet nos dio mucho, pero nos sacó mucho más. Porque escribir porque tengo ganas de escribir, así nomás, sin saber un pomo, se puede hacer gracias a la facilidad que brinda el soporte digital. Escribir sin editor o sin tener la experiencia de haber escrito con editor durante muchos años es el horror para los que leen. Y lo peor es que uno, como masoquista que es, no puede evitar la tentación de leer. Éste siempre ha sido, es y será un país muy generoso. Para mal".
Una declaración tremendamente reaccionaria, por dos motivos: supone que hay un "saber de cine" y que hay un "saber escribir", tan solo porque durante años vivió sujeto a la práctica alienada de escribir para un editor. Pero está clarísimo que nadie "sabe" de cine y que nadie "sabe" escribir. Lo que él sí sabía fue someterse a otro que lo editara. Y ahora se lamenta porque internet le sacó... ¿qué? Me hace acordar a los gorilas que odiaban que las playas de la costa bonaerense se hubieran llenado de cabecitas negras que no sabían comportarse y pensaron que el peronismo les sacó el mar. Desde su perspectiva de años de escritura enajenada, lee a otros que escriben sin su opresión y sufre. Sufría cuando lo editaban, sufrió cuando prescindieron de él y sufre como lector. Aparte se jacta de "saber escribir", mientras mete, así, comas entre los adverbios y remata su elegía con el cualunquismo de "páis generoso...".
¡Un editor, ahí!