por Antonieta Diomedi
Nuevamente y por segunda vez me quedé dura. Finalmente le tocó, pensé. Por suerte, El Tigre Acosta recibió una condena de 30 años de prisión.
Hace unos años tuve una entrevista con un Defensor Oficial, Eduardo Chittaro. Yo quería trabajar en Derechos Humanos, era bastante chica y arrancaba hacía poco con la carrera de abogacía y, por esas cosas de la vida, me encontré con un profesor de derecho penal en un taller de arte (sí, ¡en un taller de pintura!). Yo, bastante reacia -suelo ser muy prejuiciosa al principio- cuando me dijo que era abogado casi que huí despavorida y más aún cuando me dijo que daba clases en mi facultad y en la cátedra que yo había cursado esa materia. Pero insistió en su indagatoria sobre qué me gustaba de la abogacía y yo, casi para sacármelo de encima, le dije: “me quiero dedidar a Derechos Humanos”. (Era cierto, pero era un latiguillo para marcar mi postura de antemano). Él muy amablemente me dijo que tenía muchos amigos que laburaban en ese área y que me podía dar una mano. A los pocos días me pasó el teléfono de uno de ellos, un defensor oficial ante los tribunales orales en lo criminal federal a quien le había hablado de mi y se había ofrecido a ayudarme. Lo llamé.
Ahora que me acuerdo me da un poco de vergüenza, pero cuando me atendió le dije: “¿hablo con el Doctor Eduardo Chittaro?”. Y me contesta: “Doctor por ahora no, antes que eso soy una persona, Eduardo. ¿Sos Antonieta? Me dijo Hernán que me ibas a llamar, ¿cómo estas?”. Me quedé dura y él se empezó a reir.
Al día siguiente me recibió en su oficina, sin ningún tipo de formalidad (de esas que abundan en derecho) y, con mates de por medio, me tomó una especie de entrevista que fue más bien una charla amena sobre mis inquietudes, sobre la tarea de los defensores oficiales y los fiscales, y sobre lo que él mismo hacía. Después de ese día no lo volví a cruzar ni por Tribunales ni en ningún curso o charla, pero son esos pequeños momentos que a uno en algún punto lo marcan, o por lo menos te hacen pensar qué pasaría si…
No recuerdo exactamente toda la charla, pero siempre hubo algo que me quedó resonando en mi cabeza. Me contó que a un Defensor Oficial, un compañero suyo que tenía la oficina en el piso de abajo, le había tocado la asistencia legal de un represor (no recuerdo de quien ni de qué causa) y que él siempre se preguntaba qué haría si le llegara a tocar un caso similar, ya que cumple una función pública y por ende tiene el deber de llevar adelante la defensa de quien le designen, pero ¿de un represor? Le costaría ser objetivo y no querría hacerlo de ningún modo, aunque todos, absolutamente todos, tienen el derecho a la defensa en juicio, como garantía primordial establecida por la Constitución Nacional en un estado de derecho.
Todo esto viene a cuento a que hace un rato nos enteramos de las condenas en la causa ESMA sobre el plan sistemático de robo de bebés y leyendo el veredicto –que se puede leer acá- se me ocurrió averiguar quiénes eran esos abogados defensores de los imputados, de los represores, que ante cada acusación realizan los planteos de prescripción de la acción penal, cuando ya sabemos que los delitos de lesa humanidad son imprescriptibles; que realizan los planteos de extinción de la acción penal por cosa juzgada y violación al plazo razonable; que piden la validez de la aplicación del indulto; entre otros pedidos de nulidades. Para mi sorpresa, me encuentro con que el condenado Jorge Eduardo Acosta (“El Tigre” Acosta) fue asistido por el Defensor Oficial Ad Hoc Eduardo Chittaro.
Nuevamente y por segunda vez me quedé dura. Finalmente le tocó, pensé. Por suerte, El Tigre Acosta recibió una condena de 30 años de prisión.